-Maldita rata asquerosa... -murmuró con la escoba en alto.
-No es una rata, es un ratón -le corrigieron desde algún lugar de la casa. La voz le llegó amortiguada, porque eso es una cosa que le pasa mucho al sonido: no es capaz de atravesar grandes distancias con obstáculos de por medio sin perder parte de su volumen inicial.
-No es una rata, es un ratón -repitió él con una vocecita aguda y burlona, frunciendo la cara y moviendo los hombros al compás de las palabras, como estáis haciendo vosotros ahora.
-Te he oído -escuchó esta vez desde mucho más cerca. -Y es verdad, no es una rata, es un ratón.
-¿Cómo lo sabes, doña listilla?
-Porque sí, porque son distintos. La rata...
-... va a morir.
-Pero es que eso no es una rata. Es un ratón. Se llama Ratón.
-¿Lo conoces?
-Claro, siempre está por ahí, correteando con sus patitas y moviendo sus bigotitos y haciendo ñiñiñiñiñi. Las ratas no hacen ñiñiñiñi.
-No digas gilipolleces, claro que hacen ñiñiñiñi. Y son gigantescas y transmiten el cáncer.
-¿Es gigantesca esa supuesta rata que quieres matar?
-No.
-¡Porque no es una rata, es un ratón!
-Será un bebé rata todavía. O un pony rata. Sí, no te lleves las manos a la cabeza, existen.
-¿Y qué son? ¿Un cruce de caballo con rata?
-No, claro que no. A veces pienso que eres retrasada. Sí, ponte a llorar. Buahh, buahh, soy tonta y no conozco más animales que el ratón y la rata, buahhh.
-Jo, papá...
-De papá nada. Vuelve a hacer los deberes y déjame tranquilo. Casi la tenía cuando llegaste.