El sonido le llegó desde la cocina. Ella tomaba
el sol fuera, relajada. Tras el tercer crack la curiosidad le empezó a
invadir.
Se levantó y llegó hasta la puerta abierta. El sol
se colaba por ella e iluminaba un suelo cubierto de cáscaras de huevo. Y en
medio del estropicio estaba él.
-¿Qué haces, bebé?
Él levantó la vista de la huevera donde sólo
quedaban tres huevos sin romper.
-Pollitos -fue su respuesta.
-Ahí no hay pollitos.
-¿Pollitos? -repitió él, cogiendo un nuevo
huevo, agitándolo con sus pequeñas manitos cerca de sus orejitas, intentado oír
un pío-pío que no estaba ahí. El huevo acabó roto en el suelo junto al resto y
ningún pollito apareció.
-A ver, déjame probar a mí -dijo ella mientras
se sentaba junto a él, sin importarle mancharse el vestido. Cogió uno de los
dos huevos que restaban y repitió el ritual que había visto hacer a su hijo.
Frunció el ceño cuando ella tampoco pudo oír nada-. ¿Qué te parece? -le
preguntó, acercando ahora el huevo a la orejita de su bebé-. No creo que haya
nada, ¿no?
-No... -dijo el bebé con cara triste.
-¿Quieres abrirlo tú?
-Sí... -dijo el bebé sonriendo. Pero no había
pollito.
-Ay, ¡pero qué tonta soy! ¡Estos huevos están
fríos!
-Salieron de ahí, del armario de la luz -dijo
el bebé.
-¿Salieron? ¿O los sacaste tú?
El bebé sonrió y se encogió de hombros.
-Da igual. Lo que tenemos que hacer es incubar
el huevo. Tenemos que darle calor, si no, ¿cómo va a nacer el pollito?
-Claro -dijo el bebé, que claramente no tenía
ni idea de lo que hablaba. Sólo era un bebé.
-Tienes que sentarte encima de él. Pero no
puedes romperlo, ¿vale?
Él negó enérgicamente con el gesto muy serio y
se sentó con cuidado sobre el huevo.
-¡Ya noto el calor! -anunció.
-Eso es que el pollito ya está hecho. A ver,
levanta.
El bebé se levantó, todo torpeza y sonrisas, y
vio como su mamá cogía el huevo y éste bailaba sobre su mano.
-¡No te quemes, mamá! -gritó asustado.
-Es que lo has incubado muy bien -dijo mientras
intentaba oír a través de la cáscara. Sus ojos se abrieron de par en par.
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Hay pollito?
Por respuesta ella le acercó el huevo y lo
agitó. El bebé sonrió más aún.
-Lo has oído, ¿verdad?
-¡Sí!
-Vale, vamos a sacar al pollito, que parece que
está inquieto ahí dentro. ¿Lo quieres hacer tú?
-Uhmm... Es que no quiero romperlo.
-¿Romper el pollito? -él asintió-. Está bien,
lo hago yo. ¿Preparado?
Con delicadeza golpeó el huevo tres veces
contra el suelo. A la cuarta el huevo se rompió, pero nada cayó de él. Un
pollito salió volando, llenando la cocina de luz con el brillo de sus plumas
amarillas. El bebé, boquiabierto, lo seguía con sus ojitos, e intentaba
atraparlo entre sus dedos, pero el pollito lo evitaba siempre en el último
momento, sonriéndole y guiñándole...
-Para, para, para...
-Qué.
-Los pollitos no vuelan.
-Éste sí.
-Y también sonríen, claro...
-¿No me crees? ¿Me estás llamando
mentiroso?
-Sí.
-Oh...
-¿A quién llamas?
-A mi madre.
-¿Vas a llamarla para...?
-¿Mamá? ¿La historia del pollito es verdad?
Ahá. Sí, esa. Espera, que quiero que se lo digas a alguien. Toma.
-Hola. Sí, señora. Sí. No se lo diré, señora.
Igualmente.
-¿Qué? Ahora me crees.
-Sí... ¿Cómo sigue?
-El pollito era grande como un caballo y echaba
fuego por la boca. Fue mi mascota durante años, iba al colegio subido en él y
todo. Recuerdo un día…