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lunes, 21 de julio de 2014

El gran misterio de la humanidad. Parte I: introducción y algo de nudo

Dos mil años de evolución y el ser humano todavía es incapaz de estirar completamente el dedo anular sin mover los otros. No pasa nada, yo también lo estoy intentando ahora mismo. ¿Qué mensaje oculto hay detrás de esta anomalía? ¿Qué pretendía Noé cuando nos creó así, defectuosos?

Todo se remonta, obviamente, al año 4 antes de Jesucristo. Los dinosaurios correteaban por la tierra, desbocados, rebosantes de toda la energía que sus oscuras pieles absorbían del por entonces mil veces más brillante Sol. Los árboles eran grandes como árboles gigantes. Así es: tal era su tamaño que es imposible compararlos con cualquier otra cosa. El hombre todavía no era un lobo para el hombre: Hobbes distaba mucho en el tiempo, y no había lobos todavía, no hasta por lo menos otros largos dos meses. Adam y Eve (aquí en su inglés natal) habían perecido (muerto) decenas de años ha, pero su progenie pululaba por donde sus homínidos pies les llevaban, abriendo caminos en la virginal y joven Tierra, o aprovechándose de los senderos abiertos por los anteriormente mencionados dinosaurios. Uno de esos hombres, bisnieto de alguno de los descendientes de los padres de la humanidad, era Ramón.
 
Ramón era un corredor nato. Sus largas piernas articuladas y sus pies curtidos por el uso le permitían recorrer grandes, enormes, tremebundas distancias zancada a zancada. No sólo era el que más y mejor corría de todos sus familiares, a saber, todos los habitantes del entonces infrapoblado planeta, sino que había depurado el estilo hasta convertirlo en un arte. Antes la gente corría agitando desmesuradamente sus peludos brazos, y sólo lo hacía para cazar, por lo que tenían que portar piedras y cuchillos y lanzas y otros objetos punzantes y mortales en sus no tan hábiles manos, lo que causaba multitud de accidentes. 

Ramón movía sus brazos de forma controlada, acompasando el movimiento de sus extremidades inferiores y superiores, dotando a su esbelto cuerpo de un equilibrio que ya quisieran para sí muchos gatos. Siempre era el primero en llegar a la presa y sentía gran pena al matarla, no por quitar la vida a un estúpido animal, sino por tener que dejar de correr.

Así que un día, en cuanto el sol apareció de nuevo sobre las montañas para alivio de todos, Ramón empezó a correr sin más, sin ninguna presa que capturar, dejando que los caminos abiertos por los dinosaurios le guiarán hasta donde sea que le guiaran. Sin mirar atrás, sin remordimientos por no haber dejado una nota a su familia ya que por aquel entonces la escritura, pese a estar inventada, no estaba extendida en el rural, emprendió el más maravilloso viaje de la historia del hombre hasta la fecha: aquel que le llevaría hasta los confines del mundo.