-Papá, ¿existen los monstruos?
-Sí.
-Ah…
-Venga, duérmete.
-¿Pero y los monstruos?
-¿Qué pasa con ellos?
-¿De verdad existen?
-¿Otra vez? Sí, existen.
-Pero los monstruos son malos.
-No todos. Los hay buenos.
-¿Los de aquí como son?
-Pueden ser buenos o ser unos auténticos
psicópatas sanguinarios.
-¿Y eso es malo?
-¿No conoces esas palabras? ¿Qué os enseñan
en la escuela?
-Plastilina.
-¿Cuántos años tienes?
-Así.
-A ver, un psicópata sanguinario es una
persona, o un monstruo en este caso, que si entra aquí te comería sin sentir
ninguna clase de remordimiento y dejando todo perdido de sangre. Oh, ¿por qué
lloras? ¿Tienes hambre?
-Papi, tengo miedo…
-¿De qué? ¿De tener hambre? A mí también me
pasa.
-No, de los monstruos malos. ¿Y si entran
en casa?
-No te preocupes, la alarma está conectada,
no pueden entrar.
-¿Y si ya están dentro?
-Los monstruos miden como tres metros,
¿dónde se iban a esconder?
-Debajo de la cama…
-Ah, pues sí, no había pensado en eso.
-¿Puedes mirar?
-Sí, bueno, para que me coman a mí. Que
mire tu madre.
-¡Mamá! ¡Mamá!
-Dime cariño.
-Papá dice que hay monstruos debajo de mi
cama.
-Eh, no. Yo no he dicho eso. Te juro que no
he dicho eso, no me mires así. Es él el que dijo que podían estar ahí. Yo lo
que dije es que no pensaba mirar por si me comían.
-Tu padre ve demasiadas películas, cariño.
Los monstruos no existen.
-¿Puedes mirar debajo de la cama?
-Claro, mi amor, sin problema. Voy a iluminar
con el móvil para fijarme en cada rincón y asegurarme de que no haya monstruos,
¿vale? Veamos… Creo que debería pasar la aspiradora por aquí la próxima vez
que… Uy….
-¿Qué pasa?
-Sí, ¿qué pasa mami?
-Nada, nada, me he dado un golpe en la
cabeza, nada más. No hay nada ahí debajo, cariño, aparte de algo de polvo.
Venga, ahora duérmete. Te dejo esta luz encendida como siempre, ¿vale? Cierro
la puerta ya.
-Hasta mañana mami. Hasta mañana papi.
-¿A que vino ese gritito antes? No te diste
ningún golpe, ¿verdad? ¿Había un monstruo? ¿Lo había? ¡Lo había! ¿Lo había?
-Chss, calla, no grites.
-Estoy grisurrando, mujer.
-¿Gritar susurrando? ¿Desde cuándo le
llamas así?
-Desde hace un par de semanas. Estaba en la
oficina con… ¿Qué había debajo de la cama?
-Un monstruo.
-¡Lo sabía! Tenía razón en no querer mirar.
¿Era de los malos? Que tontería, ¡claro que no! Si no estarías muerta ya.
-Era de los buenos.
-¿De los que comen calcetines?
-La verdad es que no lo sé. Me pareció más
bien de los que quitan las sábanas bajeras de la cama.
-Mis padres tuvieron uno de esos debajo de
su cama durante décadas. Al final la goma de la sábana cedió y las tiraron y el
monstruo se fue.
-¿El monstruo se fue al tirar las sábanas?
¿Sólo le gustaba quitar esas sábanas?
-Sí.
-Pero tendrían varios juegos de sábanas,
¿no?
-Eh, que estás hablando de mis padres, no
seas guarra.
-¿Qué? ¡No! Digo varias sábanas para cuando
lavaran unas poner otras. ¿El monstruo iba y venía según estuvieran puestas sus
sábanas preferidas?
-No te entiendo… ¿Lavar las sábanas? Son
sábanas, no platos sucios. Es como si tuvieras que lavar el colchón o las
toallas.
-¿Tus padres nunca…? ¿Tú nunca has lavado
esas cosas?
-No.
-Pero te he pedido varias veces que
cambiaras las sábanas de nuestra cama y lo has hecho.
-Sí, claro, las he cambiado. Tiré las
viejas y compré unas nuevas.
-Ah, vale. Así que la lavadora no destruye
selectivamente la ropa de cama… Creo que le debo una disculpa al señor Bosch.
-Mañana le llamas, ahora vamos a dormir.
¿Te importa…?
-Joder, siempre me toca mirar a mí.
-Es por si te ataca. Yo soy rápido, podría
huir mientras el monstruo te come. A ti te alcanzaría en la cocina, sin duda.
-¿Estás siendo machista otra vez?
-Oh, no, cariño.
-Pues explícame por qué me alcanzaría ahí
ese hipotético monstruo.
-Vale, a ver. Yo miraría debajo de la cama
y el monstruo me empezaría a comer. Saldrías corriendo hacia el garaje para
largarte en coche.
-¿No te olvidas de nada? ¿De nuestro hijo?
-¿Lo cogerías? Bueno, allá tú, es un tiempo
precioso que pierdes para huir… En fin, subís al coche, a mi coche, el cuál
conduzco y aparco yo. Tras varios minutos intentando maniobrar te rindes. No
eres capaz de sacarlo. Así que llena de frustración vuelves a la cocina para
cocinar o limpiar los hornillos o lo que sea que hagas para aliviar la tensión.
Y ahí es donde te come el monstruo.
-Fuera.
-¿Qué?
-¡Fuera! Hoy duermes en el salón.
-¿Pero por qué? ¿Tienes la regla? ¿Qué he
hecho?
-¡Largo! A dormir al sofá.
-Bueno, vale, mujer… Por lo menos ahí no
hay monstruos…
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