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Violators will be prosecuted. Enjoy!

martes, 1 de octubre de 2013

Borrador

Interior. Cafetería. Media tarde. Sentado solo en una mesa sin más sillas que la suya, teclea frenéticamente entre sorbo y sorbo de su cada vez más frío café con leche. El tecleteo sirve de base para las decenas de alegres conversaciones que tienen lugar a su alrededor. Cuando no sabe qué escribir sigue tecleando para mantener el ritmo, que no cese ese murmullo percusivo, y que no se le enfríen los dedos. Al hacerlo teclea cosas sin sentido, por supuesto, pero ya tendrá tiempo después para borrarlo, para reescribirlo. Lo importante es no perder jamás el ritmo. Puede estar pidiendo otro café, esta vez solo, con azúcar, luego no tan solo al fin y al cabo, y ni así detener el baile de sus dedos sobre el teclado de su portátil, el cuál, como si de un vegetal se tratara, sólo se mantiene con vida mientras está enchufado. Tirar del cable significaría un fundido a negro y una pérdida permanente de todo lo hasta ese momento volcado sobre la blanca hoja virtual. Decide guardar. Quizás no debería haber usado la expresión “vegetal”. Resulta un tanto violento. ¿Persona con daños cerebrales irreparables mantenida artificialmente con vida mediante el uso de máquinas? Se queda en vegetal. Total, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Una manifestación delante de su casa de esas “personas”?, piensa. ¡Vaya si le gustaría presenciar semejante evento…! Sus, como se dice, sus pancartas no, los cánticos que se gritan… ¿Consignas? Sí. ¿Sí? ¿Proclamas? Lo que sea. Vamos, que bip bip bip y como mucho biiiiiiiiip. Se ríe. Dice bip bip en alto, sin darse cuenta, pero nadie le mira. Están absortos en sus conversaciones. O absortos sin más, que también ocurre. A él le gustaría estar hablando con alguien y no dejándose las yemas en ese estúpido teclado negro, pero qué se le va hacer. Además, es mentira, es gris. Negra es su alma de poeta que… Y se pega un tiro. Menos no se merece tras vomitar eso en su obsesión por no perder el ritmo, el ansiado ritmo, el tocotó tocotó, si fuera un caballo, el tíquiti tíquiti tí de la tecleación que brota del fondo de su tercera taza de café. Ljkljll y al sacar la mano del bolsillo descubre que no tiene dinero para pagar. No le sorprende. Decide aplicar su método preferido, su único método, para salir no sólo de esta, sino de todo tipo de situaciones: esperar a que algo pase. Y ese algo resulta que acaba de entrar en la cafetería, justo a tiempo. Pelo negro y largo, ojos claros, pechos. Su prototipo de mujer. La sigue con la mirada. La de ella barre el local buscando probablemente a algún amigo o novio. Sea lo que sea parece no encontrarlo. Camina lentamente hacia él. Quizás sólo busque un sitio donde sentarse. Todas las mesas están ocupadas. La de él es la única con menos de dos personas. Exactamente con una. Sus miradas se cruzan por primera vez, pese que a él no le acabe de convencer esa expresión. Una mirada, piensa, es como un rayo que sale de los ojos de una persona siguiendo una trayectoria rectilínea hasta donde la capacidad visual de cada uno alcance. Que se crucen las miradas de dos personas sería como si lo hicieran dos espadas. Un choque, empate y ya. Lo interesante es cuando esos rayos, la mirada, no se cruzan, sino que penetran en los ojos de la otra persona. Igual que con las espadas, vamos. En el cruce pueden saltar chispas, pero es la penetración lo que se busca. Y sí, resulta raro ponerse a divagar sobre estas cosas mientras sostienes la mirada a una chica que se te acerca irremediablemente, inevitablemente, pero él es así, esclavo del ritmo y de la cafeína. ¿Merece la pena parar, dejarlo ahora, con tal de no perder el combate cuyo premio es el propio contrincante? ¿Cómo se sabe cuándo es el momento de dejar de escribir y responder al hola que ella acaba de pronunciar? Hola. Hablar y escribir a la vez es muy complicado, así que si no te importa que escriba lo que digo y no al revés, cosa que sería infinitamente más extraña… dice él, como en este caso. Podría parar, sí, pero este no es el final. ¿Qué cual es, preguntas divertidamente intrigada? Desde el momento en que entraste por esa puerta lo supe, hace ya casi medio minuto. El final está a una pregunta tuya. A dos palabras que tu dulce voz ha de pronunciar. No, esas no son. Además, no te lo puedo decir, tendrás que esperar a leerlo. Se queda callada, la cabeza ligeramente ladeada. Se aparta un mechón de la cara, pensativa. Y sonríe. Cree que tiene la respuesta. Oh, ¿la tienes? ¿Eso crees? Está bien, adelante. ¿Quieres una cuenta atrás? Veintiséis. Veinticinco. Veinti… Vale, vale. Tres. Dos. Uno. Ahora él sonríe al decir: Puedes, si me invitas al café. 

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