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jueves, 3 de octubre de 2013

Silencio.

Está sola, en el pasillo, como todas las noches. Es su sitio favorito, donde más cómoda se encuentra. El largo pasillo del viejo psiquiátrico abandonado. Antes solía pasar las noches en aquella casa cerca del río, pasando el puente, antes de entrar al bosque. Se tuvo que mudar en cuanto se enteró de que la habían comprado unos empresarios de la capital para abrir un restaurante de lujo en el pueblo. Vagó durante días por el frondoso bosque, avanzando lenta pero constantemente de noche, descansando de día, buscando dónde refugiarse. El edificio se lo encontró por casualidad. Ella no sabía que estaba ahí, pero le pareció el sitio ideal para instalarse. 
Entró por una ventana, por la misma por la que había entrado años atrás, supuso, la rama del árbol que crecía a escasos centímetros de la fachada oeste del psiquiátrico. No le costó mucho encontrar el sitio perfecto. Durante unos días fue feliz, creyéndose sola en su pasillo, sin más compañía que la de su inseparable amigo el silencio. 
Y así está esa noche, sola, en el pasillo, como todas las noches. Es su sitio favorito, donde más cómoda se encuentra. Pero el largo pasillo del viejo psiquiátrico abandonado no es el lugar tranquilo que ella pensaba que era. 
Para empezar, esa noche no está sola. Tendría que haberse dado cuenta hacía tiempo. ¿Hacía cuánto que no oía al silencio? En su lugar primero el crujir del cristal de una ventana, la misma que ella había usado para entrar días atrás. Después, el sonido que más la aterrorizaba del mundo entero: pasos. 
Con los pasos, las voces, y ella allí, atrapada al final del pasillo del segundo piso. A su derecha, puertas y más puertas, todas cerradas, a lo largo de la pared. A su izquierda lo mismo. Suponía que eran habitaciones, y que esas habitaciones tenían ventanas. No podía arriesgarse a entrar en ninguna de ellas, no esa noche. De frente, los pasos. Y las voces. Lejos aún, pero acercándose a ella. Y pudo ver... Y eso hizo que se pegara más a la pared. La luz barría el suelo de izquierda a derecha. Se paraba ante cada puerta y desparecía dentro de cada habitación durante unos segundos, pero siempre volvía. Y cada vez era en las puertas más próximas a ella donde la luz se detenía. 
Ella estaba acurrucada, reducida a su mínima expresión, muerta de miedo ante el inevitable encuentro. Si tuviera corazón, los latidos de éste la delatarían sin dudarlo. Una de las voces dijo algo y ella vio como la luz dejaba de barrer el suelo para avanzar en su dirección. Más y más cerca, rozando sus pies, ella plegándose sobre sí misma, hecha una lámina contra la pared, siendo la pared. Y luego nada.  

Los chicos salieron del viejo psiquiátrico abandonado por la misma ventana por la que habían entrado, la que habían tenido que romper para poder pasar, algo decepcionados pero a la vez aliviados. Esperaban que hubiera algo sobrenatural allí dentro, algún fantasma, ruidos inexplicables, pintadas con sangre... Pero nada. Nada de nada. Sólo silencio y oscuridad. 

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