Al entrar en su habitación me di
cuenta de que algo no iba bien. ¿Qué era eso que se veía con total claridad?
¡El suelo! La luz otoñal que se colaba por la ventana podía por fin completar
su recorrido sin verse interrumpida por capas y capas de ropa, tanto sucia como
limpia como snif snif, meh, aún vale.
Ya en el pasillo, y una vez hube cerrado la
puerta con el extraño pomo que funcionaba desde no se sabe cuantos siglos de
manera inversa a la estándar, intenté encontrar pistas que me dijeran qué
estaba pasando ahí. Silencio. Total y absoluto silencio. Y de repente…
La
puerta. No están llamando, es otra cosa. Arañazos. Me aproximo lentamente, pues
no me quiero cansar. Apoyo mi mano de abrir puertas en el chisme de abrir
puertas, ejerciendo la acción de abrir puertas para, finalmente, abrir la
puerta. Del otro lado, una bestia salvaje se me abalanza con sus fieras garras
y sus temibles colmillos. ¡Es Luíña!
-Lúa,
¿qué está pasando aquí?
Obtengo
por respuesta su cuerpo sobre mis pies, boca arriba, rodando y rodando.
-¿Aún
no sabes hablar?
-No.
-Vaya
por dios… ¿Y Fiona? ¿Dónde está Fiona, Lúi?
-Sígame
por aquí, perro de dos patas.
Salimos
al mundo exterior, en el que el cielo, siempre gris o azul o negro, es visible
sobre nuestras cabezas. Ahí encontramos a Fiona. Siempre majestuosa, elegante y
con cara de papona.
-Fío,
¿qué está pasando?
-Estoy
amasando.
-¿Desde
cuándo?
-Miau.
Otro
callejón sin salida. Otra ventana sin cristal. Una última bala. Bajo las
escaleras, salto la verja verde que alcanza en su punto más alto los 30 centímetros
de altura. La exuberante naturaleza del jardín de abajo me abruma. Veo a
Manolito correteando con gracilidad, desnudo, liberado de su armadura, fumando
un cigarro, pero él no es mi objetivo.
Rodilla
al suelo, mano en la tierra que hace menos de un año fue excavada.
-¿Qué
está pasando?
Espero
la respuesta, que no tarda en llegar desde abajo, desde muy arriba.
-Ya
no está.
-¿A
qué te refieres? ¿Ya no está como tú?
-No,
justo lo contrario. Yo no estoy en este mundo pero sí en esta casa. Ella al revés.
-¿Dónde?
El sol, saliendo por el mar y poniéndose por
la tierra, ilumina y calienta unas calles repletas de mezcla. De espaldas a los
coches, ella lee un cartel en una lengua que todavía no domina. Pollastre. Y se
ríe.
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