Te juro que es así cómo pasó. Que Dios no descansó al séptimo
día. Qué va. Fue el cuarto cuando se levantó sin ganas de
trabajar, habiendo hecho ya la Tierra y el Cielo, separado la luz de las
tinieblas, creado los mares y puesto en órbita el Sol. Había
también creado la hierba para poder tumbarse en el suelo sin
llenarse la túnica de tierra. Y, creado el Sol y la luz, creó también los árboles para tener algo de sombra. Bajo un manzano descansaba
Dios ese cuarto día. Y descansaba porque su obra le había quedado
bastante bonita, la verdad. Incluso había creado las estrellas a
modo de pasatiempo para las noches en las que no pudiera dormir. Así
tendría algo que contar hasta que le entrara el sueño.
Entonces a Dios le entró el hambre. Creó en ese momento la
gravedad, y con ella las cuatro leyes de Newton. A saber: la de la inercia, la fundamental de la dinámica, la de acción-reacción y la de que la manzana no cae lejos
del árbol. Se aseguró de incluir esa última más que nada para no tener que levantarse e ir a
buscar la manzana colina abajo. No contaba con las implicaciones metafórico-hereditarias que conllevarían esa cuarta ley. En todo caso, alargó la mano y cogió la manzana. Le dio un
mordisco. Escupió.
Dios miró a un lado y a otro, subrepticiamente, y
con ello inventó también la pedantería. Quería
asegurarse que nadie lo veía. Qué cabeza la suya: ¿quién lo iba a
ver, si él era el único ser con ojos de todo el universo?
Sabiéndose a solas, se deshizo de la asquerosa manzana lanzándola
lo más lejos posible, que para un ser omnipotente es bastante
lejos, sí.
Sin tiempo que perder, el quinto día creó a toda prisa los peces
para así tener algo que comer. Cometió el error de poner un cero de
más a la derecha de la coma, convirtiendo así los huesos en finas y
afiladas espinas. Hizo también a todo correr a los animales. Hay ahí
también hilarantes contradicciones, como que el enfrentamiento en
carrera entre una liebre y una tortuga siempre caiga del lado de la
tortuga. Todo por no fijarse en qué columna marcaba con una equis.
Acariciaba Dios una ardilla entre sus manos el séptimo día cuando
el bichejo salió despedido por no sabe Dios qué fuerza
sobrenatural. Planeó por el aire y cayó veinte metros más allá.
Creó Dios entonces las distancias, claro, y sintió la necesidad de
tener alguien a quién contarle lo que acababa de pasar. De un palo
hizo al hombre y con él jugaron a lanzarse la ardilla. Cuando se
cansó creó a la mujer para que el hombre le dejara un poco en paz.
Esa noche, la mujer le preguntó a Dios.
-¿Qué es eso de ahí, en el cielo?
-Las estrellas -dijo Dios.
-No, esa bola a la que le falta un cacho. Parece uno de los frutos de
ese árbol.
-Eh... -dijo Dios, tremendamente nervioso-. No, mujer -rió-. No seas
tonta. ¿Qué va a ser eso una manzana a la que alguien le haya dado
un mordisco y haya querido deshacerse de ella? Eso es la... Es una... Uhmm...
Es la Luna. Eso es lo que es, sí. La Luna.
-Ya -dijo la mujer, poco convencida-. ¿Podemos comer entonces de ese
árbol?
-Claro, claro.
-¿Y no nos pasará nada?
Dios negó con la cabeza, apretando mucho los labios, ocultando de
mala manera la mentira.
Y fue así como Dios creó la Luna y cómo se vengó de la mujer por
cuestionar su poder. Y si no me crees, demuéstrame lo contrario, ya que tanto amas a tu querida ciencia.
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