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domingo, 4 de mayo de 2014

Mamá

El sonido le llegó desde la cocina. Ella tomaba el sol fuera, relajada. Tras el tercer crack la curiosidad le empezó a invadir. 
Se levantó y llegó hasta la puerta abierta. El sol se colaba por ella e iluminaba un suelo cubierto de cáscaras de huevo. Y en medio del estropicio estaba él. 
-¿Qué haces, bebé? 
Él levantó la vista de la huevera donde sólo quedaban tres huevos sin romper. 
-Pollitos -fue su respuesta. 
-Ahí no hay pollitos. 
-¿Pollitos? -repitió él, cogiendo un nuevo huevo, agitándolo con sus pequeñas manitos cerca de sus orejitas, intentado oír un pío-pío que no estaba ahí. El huevo acabó roto en el suelo junto al resto y ningún pollito apareció. 
-A ver, déjame probar a mí -dijo ella mientras se sentaba junto a él, sin importarle mancharse el vestido. Cogió uno de los dos huevos que restaban y repitió el ritual que había visto hacer a su hijo. Frunció el ceño cuando ella tampoco pudo oír nada-. ¿Qué te parece? -le preguntó, acercando ahora el huevo a la orejita de su bebé-. No creo que haya nada, ¿no? 
-No... -dijo el bebé con cara triste. 
-¿Quieres abrirlo tú? 
-Sí... -dijo el bebé sonriendo. Pero no había pollito. 
-Ay, ¡pero qué tonta soy! ¡Estos huevos están fríos! 
-Salieron de ahí, del armario de la luz -dijo el bebé. 
-¿Salieron? ¿O los sacaste tú? 
El bebé sonrió y se encogió de hombros. 
-Da igual. Lo que tenemos que hacer es incubar el huevo. Tenemos que darle calor, si no, ¿cómo va a nacer el pollito? 
-Claro -dijo el bebé, que claramente no tenía ni idea de lo que hablaba. Sólo era un bebé. 
-Tienes que sentarte encima de él. Pero no puedes romperlo, ¿vale?
Él negó enérgicamente con el gesto muy serio y se sentó con cuidado sobre el huevo. 
-¡Ya noto el calor! -anunció. 
-Eso es que el pollito ya está hecho. A ver, levanta. 
El bebé se levantó, todo torpeza y sonrisas, y vio como su mamá cogía el huevo y éste bailaba sobre su mano. 
-¡No te quemes, mamá! -gritó asustado. 
-Es que lo has incubado muy bien -dijo mientras intentaba oír a través de la cáscara. Sus ojos se abrieron de par en par. 
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Hay pollito? 
Por respuesta ella le acercó el huevo y lo agitó. El bebé sonrió más aún. 
-Lo has oído, ¿verdad? 
-¡Sí! 
-Vale, vamos a sacar al pollito, que parece que está inquieto ahí dentro. ¿Lo quieres hacer tú? 
-Uhmm... Es que no quiero romperlo. 
-¿Romper el pollito? -él asintió-. Está bien, lo hago yo. ¿Preparado? 
Con delicadeza golpeó el huevo tres veces contra el suelo. A la cuarta el huevo se rompió, pero nada cayó de él. Un pollito salió volando, llenando la cocina de luz con el brillo de sus plumas amarillas. El bebé, boquiabierto, lo seguía con sus ojitos, e intentaba atraparlo entre sus dedos, pero el pollito lo evitaba siempre en el último momento, sonriéndole y guiñándole...

-Para, para, para... 
-Qué. 
-Los pollitos no vuelan. 
-Éste sí. 
-Y también sonríen, claro... 
-¿No me crees? ¿Me estás llamando mentiroso?
-Sí. 
-Oh...
-¿A quién llamas?
-A mi madre. 
-¿Vas a llamarla para...?
-¿Mamá? ¿La historia del pollito es verdad? Ahá. Sí, esa. Espera, que quiero que se lo digas a alguien. Toma. 
-Hola. Sí, señora. Sí. No se lo diré, señora. Igualmente. 
-¿Qué? Ahora me crees. 
-Sí... ¿Cómo sigue? 

-El pollito era grande como un caballo y echaba fuego por la boca. Fue mi mascota durante años, iba al colegio subido en él y todo. Recuerdo un día…