Una
tarde de invierno cualquiera. El sol brilla apenas con una luz que, aun
naranja, es azul. El viento lucha con cada hoja de cada rama de cada árbol y
siempre gana. O nada se mueve fuera, ni las palomas posadas en dos árboles
secos que no puedo ver sin sentir escalofríos. Puede que estemos en otoño y una
lluvia de bellotas amenace nuestros cráneos si osamos salir. Aquí estamos a
salvo. Ellos nos protegen, ellos nos miman, ellos nos quieren. Pegados a la
tele, él se pregunta cómo podemos ver eso, si es siempre lo mismo. Ella nos
defiende pese a no haber ataque. Porque eso es lo que ella hace, eso es lo que
ella es.
Y
es verano, años después. Es de noche, esta vez sí. Y hace calor. Y en la cena
ha habido vino. Y las estrellas son la excusa perfecta para tumbarse mirando al
cielo y reír. Y vivir. Y nos sentamos, y nos tumbamos de lado, y el cielo sigue
ahí, pero la miramos a ella.
Porque
ella es feliz.
Porque
ella es la estrella.
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