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Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 6 de enero de 2017

Papá Noel

Se le cierran los ojos. Es muy tarde para él. Es tarde hasta para los mayores. Hace tiempo que la luz que se colaba por debajo de la habitación de papá y mamá se ha apagado. Desde su escondite detrás del sillón sólo ve el reflejo de las luces de colores que adornan el árbol. Rojo, azul, amarillo, verde, blanco y vuelta a empezar. A veces a toda velocidad. Otras veces muy despacio, como si caminaran por debajo del agua. A veces se apagan por completo durante unos segundos, y es entonces cuando se le cierran los ojos.
Tiene sueño y tiene miedo. Pero esa espera merece la pena. Oh, sí. Si al final lo ve, merecerá la pena pasar ese miedo cada vez que las luces de navidad se toman un descanso. Ninguno de sus amigos lo ha logrado hasta ahora. Él mismo ha fracasado otros años.
Todo el mundo sabe que Papá Noel no llega hasta que todas las personas que viven en la casa están durmiendo. El fallo que había cometido otros años fue fingir dormir mientras esperaba a que Papá Noel llegara. Pero el cansancio del día y los ojos cerrados acababan por convertir esa farsa en realidad, y cuando se daba cuenta y abría los ojos el sol ya se colaba por la ventana de su habitación y Papá Noel hacía tiempo que se había ido de su casa.
Pero a este niño que ahora menea la cabeza en un intento por sacudirse el sueño de encima se le ha ocurrido un plan mucho mejor.
Cuando Papá Noel sobrevuele el vecindario y compruebe que todo el mundo duerma, verá al niño dormido plácidamente bajo las mantas. Entonces bajará confiado por la chimenea y mientras esté dejando el gran montón de regalos bajo el árbol verá aparecer por detrás del sillón al niño que creía dormido. Y aunque estará enfadado por el engaño, no le quedará otro remedio que reconocer la suma inteligencia de la criatura y lo invitará a que lo acompañe en su ruta de reparto, al menos durante un par de horas, no vaya a ser que le coja el frío y de verdad se pase el resto de las navidades metido en cama, tapado hasta la cabeza con las mantas.
Hmmm, bien calentito en su cama. ¡Es tan cómoda! Y quedarse dormido escuchando la lluvia y el viento contra el cristal, y la tormenta a lo lejos que poco a poco se acerca, y él acurrucado, hecho una bolita. Protegido.
Y ese niño que sacudía la cabeza la vuelve a sacudir. ¿De verdad merece la pena el esfuerzo sólo por ver a Papá Noel? Y no sólo eso. Está corriendo mucho riesgo. Seguro que Papá Noel se enfada al descubrir el engaño y usa su magia para convertirlo en un cochinillo. O peor: dejarle sin regalos. ¡Sin juguetes! ¡Sin lo mejor de la navidad!
¿Qué es la navidad sin regalos?
Mamá lo despertaría agitándolo por el hombro y subiendo las persianas para que el sol de la mañana se colara en su habitación. Habría nevado, que para algo es navidad, y a través de la escarcha de la ventana vería a los más madrugadores estrenando sus trineos.
-¡Venga! –diría mamá, sonriendo-. ¿A qué esperas para levantarte? ¡Es navidad!
Y el niño saldría de la cama y fingiría felicidad, y cuando papá lo viera diría lo que siempre dice:
-¿A qué viene tanta alegría tan temprano?
-¡Es navidad! –gritaría el niño con voz forzada.
-Pues he pasado por el salón y allí no había regalos –diría papá.
Y esa broma inocente y sin gracia que repetía cada año sería por fin verdad. El niño seguiría fingiendo que todo va bien. Entonces, al abrir la puerta del salón los tres se encontrarían con un árbol sin regalos a sus pies.
-¿Qué…? –diría papá.
Y el niño se echaría a llorar.
-Yo sólo quería conocer a Papá Noel –sollozaría-. Y por mi culpa no tenéis regalos.
Detrás del sillón, entre luces amarillas y verdes, el niño se echa a llorar de verdad. Pero no llora de pena. Al fin y al cabo todavía no ha echado a perder la navidad.
El niño llora de pura alegría, porque por fin había entendido que lo mejor de la navidad no son los regalos. No los suyos, al menos.
Lo mejor de la navidad es la felicidad contagiosa de mamá al despertarlo por la mañana, lloviera o nevara o hiciera sol afuera. Es encontrarse con papá en el pasillo y verlo tan serio haciendo la misma broma de siempre, cuando después era al que más ilusión le hacían los regalos. Es empezar desenvolviéndolos con cuidado para acabar arrancando el papel a mordiscos. Es ver cómo mamá abría uno de los suyos y se probaba el nuevo abrigo que tan bien le quedaba y daba las gracias a Papá Noel a la vez que besaba a papá, como si él tuviera algo que ver en todo esto. Es dejar de último el más grande de los paquetes y no abrirlo hasta que papá y mamá lo animaban a hacerlo con palmas y canciones que se inventaban sobre la marcha.
Lo mejor de la navidad no es qué hay dentro de ese último paquete, o cómo se las había apañado Papá Noel para bajarlo por la chimenea. Lo mejor de la navidad, lo único importante, es poder compartir juntos ese momento. Alegrarse de la felicidad de papá y mamá, y ver cómo ellos se alegraban de la suya.
Ya tendría tiempo a conocer a Papá Noel. De momento prefería disfrutar de la navidad.

Tormenta

Sopla un viento frío y seco que anuncia nubes grises en el horizonte. Se acercan poco a poco como ovejas esponjosas y rellenas de humedad. Va a llover, ya veréis. De otra cosa no sabré. Sonrío. Me gusta la lluvia.
-¿Qué época es, muchacho? –me pregunta un anciano del lugar.
-¡Señor, es casi Navidad!
No le gusta mi entusiasmo juvenil. Es normal. Y odia que le llame señor. Por eso lo hago: para fastidiarle. Y porque cuando se enfada hace crujir todos sus nudillos y gruñe como la tormenta que se avecina. Porque con la lluvia se avecina tormenta. A paso lento, como ovejas rellenas de relámpagos y truenos y piedras de granizo que las hacen pesadas y les dificultan el andar.
-Lo que faltaba –dice mi padre mirando al cielo-: Tormenta. Por si no tuviéramos bastante con lo cerca que está la Navidad.
Mi madre asiente imperceptiblemente. Está de acuerdo. Todo el mundo lo está. Y no porque mi padre sea alguien especialmente sabio y todas sus palabras sean recibidas como lluvia del cielo, sino porque lo que ha dicho es algo que todo el mundo sabe y que nadie necesita que le recuerden. Pero de vez en cuando viene bien que alguien lo diga en voz alta para que todo el mundo pueda asentir como mi madre y recordar en compañía las cosas importantes de la vida.
-No pareces muy preocupado –me dice mi madre.
Mi madre tiene ojo para estas cosas. No estoy nada preocupado. Los mayores son los que más se preocupan por estas cosas. Especialmente por la tormenta. En todos sus años de vida han visto cosas horribles. Yo, sin embargo, sólo he visto la belleza de los rayos pintando retratos en el cielo. Yo sólo he sentido los truenos retumbar en mi interior, arrancando ruido de rocas resquebrajándose al mismísimo silencio.
-Me gustan las tormentas –confieso.
Lo digo en voz baja porque sé que no es una opinión popular. Mi madre sonríe. A ella también le gustan, aunque por otros motivos. Creo que le hacen sentir viva. Cuando uno deja de crecer, son esos momentos de riesgo los que sirven para dar perspectiva a la vida.
Pero mi madre no hablaba de la tormenta.
-Me refería a la Navidad –me dice con su voz fresca-. Estás en una edad difícil, hijo. Lo sabes.
Lo sé. Lo sabe todo el mundo. Por eso llevan unos días mirándome con tanta preocupación. O llevaban. Ahora les preocupa el cielo. Las ovejas comienzan a trotar.
-Es mejor no pensar en esas cosas –le digo a mi madre.
Es lo que le dicen todos los hijos a todas las madres. Es lo que nuestras madres le decían a las suyas cuando tenían nuestra edad. Pero no es lo que siento.
En realidad, no hago otra cosa que pensar en la Navidad. En las luces de colores y en las bolas de metal. En las estrellas doradas y en la nieve en las ventanas y en el mazapán. En el portal de Belén y en las cenas en familia y en los regalos envueltos con papel en el que sale Papa Noel. Hasta en el fuego de la chimenea calentando la habitación. Lo sé: está mal. Pero es lo que siento.
Y lo que yo decía: ha comenzado a llover. Y antes del estallido de la tormenta llega un ronroneo familiar y el crujido de las ruedas sobre el camino de tierra.
-Ya vienen –murmura mi madre.
El coche se detiene más cerca que de costumbre. Ya vienen, sí. Dos hombres se bajan y nos miran a todos. Se fijan en mí. Uno me señala y el otro asiente satisfecho. Mi madre se echa a llorar. Abren el maletero.
Esperemos que saquen una pala y no un hacha. Me gustaría volver al bosque y contarle a mis futuros hijos cómo me sentí con todos esos regalos a mis pies. Con todas esas luces por el cuerpo. Con esa estrella en la cabeza. Me gustaría preocuparme por ellos cuando llegue la Navidad. 

Queridos reyes magos

Queridos reyes magos:
Un año más llega la navidad, y un año más os escribo, y por primera vez lo hago yo solito. Imagino que esto os sorprenderá, ya que durante años habéis recibido unas cartas firmadas por un niño de tres o cuatro años y escritas con letra temblorosa. Era mi madre quien las escribía haciéndose pasar por mí. Reescribía lo que yo le dictaba, me temo, y muchos de los juguetes que pedía nunca llegaban. O eso pienso yo, aunque me dice mi madre, que está supervisando lo que ahora escribo, que no era así, que debe ser un problema vuestro y no suyo.
Sobra decir que me he portado genial. Es cierto. Sólo tenéis que preguntarle a cualquier persona. Excepto a mis hermanos. No les hagáis caso a ellos. Tienen envidia de lo bien que me he portado, ayudando a viejitos a cruzar la calle y todas esas cosas que se supone que tenemos que hacer los niños para recibir muchísimos regalos o ir al cielo o algo así. Además, ellos no creen en vosotros, así que vosotros tampoco deberíais creerlos a ellos cuando mencionen algo de un incendio y quién sabe qué otras mentiras para hacerme quedar mal, ¿vale?
¿Cómo hacéis para repartir cientos de miles de millones de juguetes en miles de millones de casas en tan sólo una noche y yendo en camellos, por cierto? Alguien me dijo (mi madre) que son camellos de competición y que tenéis que ir a todísima velocidad y que por eso muchos de los juguetes que pedimos todos los niños no nos llegan, porque se os caen por el camino. Jolines. ¿Atarlos no podéis? Sería una buena solución, aunque claro, perderíais mucho tiempo desatándolos y a lo mejor no os daría tiempo a visitar todas las casas.
De todos modos quiero que sepáis que creo que hacéis un trabajo magnífico y que como dije antes, si hay regalos que hasta ahora no me han llegado habrá sido culpa de mi madre y no vuestra. Es algo que quería dejar claro antes de pasar a lo importante de esta carta: la lista de cosas que deseo, por estricto orden de importancia.
Comida para todos los niños hambrientos del mundo.
Espadas láseres o cómo se diga (mi madre tampoco sabe).
Reinos en paz a lo largo de todo este planeta y de todos los planetas de la galaxia, si puede ser.
Ideas geniales para dibujar y así siempre saber qué hacer cuando cojo los lápices de colores y los folios en blanco.
Lámparas de esas con caritas sonrientes para que mi habitación siempre esté iluminada, y un vaso de agua siempre lleno en mi mesilla de noche para no tener que ir a la cocina en mitad de la noche si me entra sed.  
Lacasitos. A montones.
Sándwiches sin corteza para mí y cortezas de sándwiches para mi madre, y nada más.

p.d. espero que tengáis el tiempo suficiente para leer mi carta con atención y que bajo ningún concepto os veáis obligados a hacer una lectura por encima y sólo leáis, no sé, las mayúsculas. 

jueves, 5 de enero de 2017

Regalos

¡Qué emoción recibir los regalos el día de Navidad! Espero que el mío sea un niño. Y ojalá yo no sea calcetines.