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Violators will be prosecuted. Enjoy!

lunes, 29 de diciembre de 2014

Uxi y Diego: una despedida

Llegamos a la casa puntuales, pero tarde. Un señor nos esperaba pacientemente. Era portugués, como todo lo que nos rodeaba. Tras un pequeño tour por la casa y la finca, y después de decirnos las cosas que podíamos romper (ninguna) o lo que podíamos quemar hasta los cimientos (nada) si queríamos conservar la fianza, el señor se subió a su asno y se alejó por el sinuoso camino adoquinado, dejándonos solos y, como declararía después ante las autoridades, "todavía con vida". 
La fiesta no se iba a preparar sola. ¿O quizás sí? Comimos, probamos todas y cada una de las bicis que había en el garaje de la casa, comprobamos la resistencia del terreno frente a impactos de palos de golf a escasos centímetros de una pequeña pelota de referencia, y pese a todos esos esfuerzos por nuestra parte, la respuesta seguía siendo no. Así que entramos, pinchamos música de recortar y colorear, nos pusimos nuestros tenis de pensar pistas para la búsqueda del tesoro  y BUM, dos horas después estábamos llegando tarde al encuentro del resto de nuestro grupo, entre el que se encontraban los novios, sin haber acabado todavía de preparar la casa para la fiesta de despedida. 
Si hubiéramos estado en Galicia nos habríamos dado cuenta antes de que algo no iba bien, pero en un lugar tan exótico como el norte de Portugal no podíamos saber si la ausencia de otros vehículos por la autopista era algo normal para una tarde de sábado o no. 
Por eso, pese a nuestro retraso (horario) no llegamos tan tarde como esperábamos. Todos estábamos entre nerviosos y excitados. En Diego y Uxi ese nerviosismo era normal: los habíamos traído prácticamente secuestrados, no tenían ni idea de lo que les esperaba. Para ser francos, ninguno de nosotros tenía idea de lo que íbamos a acabar viviendo, nadie en su sano juicio podría esperarse jamás semejante cosa. 

-¿Seguro que es aquí? -preguntó Carlos, por ejemplo. 
-Tiene que ser -respondió Paula. 
-Centro Aventura Quinta de Pentieiros -dijo el cartel. 
-Pues sí, es aquí. Ese portal está abierto. Podemos aparcar ahí dentro. 

¿Por qué no hay gente? No recuerdo haber oído esa pregunta en boca de nadie, pero era algo que al cabo de unos minutos todos nos preguntábamos. Estábamos en el sitio correcto, no había dudas. La puerta del almacén donde guardaban el material para las actividades estaba abierta, así como el maletero de un todoterreno con el logo del Centro Aventura impreso en los laterales. 

-¿Se habrán ido porque llegamos tarde? 
-No puede ser, hablé con ellos hará una hora para decirles que nos retrasábamos y me dijeron que no había problema -contestó Paula. -Voy a llamarles otra vez. 

El teléfono sonó una, dos, tres veces sin que nadie descolgara, sin que ninguno de los que lo estábamos oyendo nos diéramos cuenta de que estaba tirado a unos metros de distancia, con la pantalla astillada, medio hundido en el barro, justo en medio de una pisada. Lo habríamos encontrado sin problema si otro sonido no hubiera eclipsado el tenue tono de llamada. Un grito de terror y el ruido de unos pies corriendo sobre la gravilla precedieron la entrada de Joao en nuestro campo de visión. No hacía falta hablar portugués para entender los gestos de sus manos indicándonos que nos metiéramos en el almacén, o el gesto de su cara para comprender que debíamos hacerlo inmediatamente. No recuerdo quién fue el último en entrar. Sólo sé que mientras accionaba el mecanismo que bajaba la puerta automática, su cara dibujaba la misma expresión que fugazmente habíamos visto en la de Joao, hasta que la penumbra de la sala la difuminó.  

-¿Por qué cierras? ¿Dónde está el portugués?

Óscar negó con la cabeza, así que supongo que sí sé quien entró de último. 

-¿No qué? 
-No lo ha conseguido. 
-¿No ha conseguido qué? ¿Entrar? Si le cierras la puerta en sus narices, normal... 
-¿Oyes como golpea la puerta? ¿Oyes como nos grita que le dejemos entrar? No, ¿verdad? Lo ha alcanzado, no fue lo bastante rápido. 
-¿Quién? 
-Podemos llamarle Joao, suena bastante portugués -sugerí yo. 
-No, que quién ha matado a Joao. Óscar, ¿qué has visto? 
-¿Yo? Nada. 
-Tú no, Copas -aclaró Uxi. -El otro Óscar. 
-Qué lío -dijo uno de los dieciocho que estábamos ahí. 
-¿No hay luz?
-No sé qué era, pero nada bueno. 
-Creo que aquí hay un interruptor. 
-¿Pero no viste si era un animal o una persona? 
-Se movía como un animal, así que sería un animal. Sólo sé que no deberíamos salir afuera, al menos de momento. No así, indefensos. 
-Igual esto nos viene bien -dijo Rebe al encender la luz, señalando una estantería repleta de rifles, chalecos anti-balas y demás protecciones. 
-¿Qué es este lugar? -preguntó Diego. 
-¡Sorpresa! Íbamos a jugar al paintball, pero supongo que ahora podremos usar estas cosas para protegernos de lo que demonios sea que haya allí fuera para llegar a los coches. Es una carrera corta, no creo que lo vayamos a necesitar, pero no está de más poder disparar bolas de pintura aunque sea para asustar y ganar algo de tiempo.  

No tardamos demasiado en equiparnos. Mono, chaleco, guantes, protección para el cuello y máscara para la cara, rifle cargado hasta los topes de bolas de pintura, fotito de grupo y estábamos listos para afrontar lo desconocido. 
La estrategia era la siguiente: Omar saldría por una puerta lateral y escalaría por el rocódromo que había justo al lado. Una vez arriba tendría una visión clara de los alrededores y nos avisaría de si era seguro salir y llegar hasta los coches. Uno de los coches volvería para recoger a Omar y todos juntos nos alejaríamos del lugar sanos y salvos sin lamentar más víctimas que Joao, al que de todos modos no conocíamos. Un plan simple y perfecto. Nada podía fallar. Pero falló. Vaya si falló. Nada más abrir la puerta lateral algo agarró a Omar y lo arrastró fuera del almacén. Intentamos evitar que lo que sea que estuviera tirando de él se lo llevara, pero sólo conseguimos quedarnos con el pie de nuestro amigo. 

-Yo lo siento mucho, pero si queremos salvar nuestras vidas ahora es el momento de salir. No dejemos que la muerte de Omar sea en vano. 
-¡Non deixemos que morra entón! 
-Es una opción tan válida como cualquier otra, Sheila, pero por otro lado no lo es. A la de tres, corramos hasta los coches. Después podemos ir a buscar los restos de Omar. Una... 
-¡Tres! -gritó Copas antes de salir corriendo y chocar contra el portal que todavía estaba a medio subir. Cayó inconsciente. 
-Tres será -dijo Sergio mientras arrancaba las llaves del coche de la mano inerte de Copas. 

Salimos corriendo, disparando nuestras armas. Sin mirar atrás llegamos a los coches. Ya dentro, seguros, habríamos vuelto sin dudarlo a buscar a nuestros dos amigos, pero la realidad nos obligó a incumplir nuestras promesas. El suelo comenzó a temblar ritmicamente, al igual que el agua en el vaso de plástico sobre el salpicadero de uno de los coches. 

-¡Vámonos de aquí! -gritó Carlos antes de arrancar quemando rueda, seguido de Sergio, Sheila, Óscar y Diego. El coche de María lo vimos volar por los aires, lanzado por una fuerza descomunal. 

Nos dirigimos a la casa de nuevo. Era el lugar seguro más cercano. Además, faltaban invitados por llegar a la fiesta. Por el camino ninguno dijo nada. Estábamos demasiado asustados por lo que acababa de pasar. No todos los días unos monstruos (¿Porque era eso, verdad?) matan a tres de tus amigos así, de golpe. Uno vale. ¿Tres? Era de locos. 

-Esto es de locos -dijo Darío. 

Hacía media hora que él, junto con María, María y Mario (verídico), habían llegado a la casa. Antes habían entrado en unas cuantas otras por equivocación. En ninguna de ellas había nadie. Cuando nos preguntaron dónde estaban Omar y Copas les tuvimos que contar lo que había pasado. Uno pensará que cuando ocurre algo tan extraordinario no hace falta esperar a que te pregunten por los desaparecidos para contar lo que ha sucedido, pero estábamos en shock o cualquier otra excusa que no nos haga parecer personas desalmadas que nada más llegar a la casa hicieron turnos para ducharse y empezaron a picotear, pues huir de fantasmas (¿Porque era eso, verdad?) abre el apetito. 

-Ahora que lo pienso -dije yo-, esto me recuerda a un suceso que leí hace tiempo. Asturias, navidad del siglo XIX. Un detective llega a la localidad de Villapueblo de Ciudad para investigar unas muertes sospechosas. El caso es que moría gente, y el detective, que no llevaba ropa interior debajo de la gabardina, fue investigando y al final descubrió que los asesinatos los cometían unos globos. 
-¿Lobos o globos?
-Lobos. Perdón, globos. Con g de nomo. 
-¿Y por qué te recuerda ese caso a esto? ¿Esas cosas te tenían pinta de globos?
-Hay globos de infinidad de formas. La lista es interminable: de animales... 
-¿Y los hay que causen temblores al pisar el suelo? ¿Que puedan lanzar un coche por los aires como si no pesara más que una caja de cartón? No señor. No eran globos. Está claro: son dinosaurios. 
-Los dinosaurios no existen. 
-No existen en el año 2014. Pero, ¿y si no estamos en el año 2014? ¿Y si hemos viajado en el tiempo? Mirad, en Portugal es una hora menos que en Galicia, esto está claro, ¿verdad? Pero en ningún lado dice de qué año es esa hora menos. ¿Y si es una hora menos del 27 de diciembre, pero no del 2014, sino del año 46 de los dinosaurios? Podría ser, ¿verdad?
-Pi, pu, pi. Podría ser, sí -anunció Carlos tras realizar unas operaciones en su calculadora. 
-¿No os huele a gas? 
-Dinosaurios... Sabemos que las matemáticas nos dan la razón. ¿Es biológicamente posible, Diego? 
-No, es totalmente imposible. Jamás he escuchado tontería más grande en mi... 

Pero sus palabras quedaron interrumpidas por la entrada a través de la puerta corredera del salón donde nos encontrábamos de un velocirraptor, que de varios certeros zarpazos arrancó un buen puñado de cabezas, antes de perder la suya propia por el quirúrgico corte del sable láser que blandía Gonzalo. 

-Definitivamente huele a gas. 
-¿Hay más ahí afuera? Deberíamos salir de aquí. 
-Baja el volumen. ¿Dónde está Jorge? 

Gonzalo se asomó por el hueco que el dinosaurio había dejado en la cristalera. Su cara, iluminada de verde por el sable, fue un blanco demasiado fácil para el T-Rex. Un mordisco y zas, otro más sin cabeza. 

-¿Jorge? Apagad la música. ¿Jorge?
-En la cocina... 

Los supervivientes entraron en la cocina. 

-Joder, sí que huele a gas. 

Dijeron, antes de encontrarse el cuerpo de Jorge en el suelo, con claros síntomas de intoxicación, balbuceando la narración de la despedida de solteros de Uxi y Diego. 


lunes, 15 de diciembre de 2014

Jorge y su viaje en tren

Todavía era domingo en algún lugar del mundo cuando Jorge abrió esos ojos que Dios le había dado y saludó con un bostezo a las penumbras de su habitación. Su plan de levantarse al rayar el alba e ir a nadar a las frías aguas del océano atlántico se había visto truncado por un poder superior a él, un poder que se alimenta del material del que están hechos los ronroneos de los gatos. Apenas tuvo tiempo de vestirse,  aunque mal y de forma incompleta, antes de salir corriendo como una gacela por la puerta de su casa. Saliendo por la puerta de su casa como una gacela corre por la sabana, se entiende. 

Jorge cruzó la ciudad a trompicones, evitando a estibadores borrachos y a niños endemoniados por el uso y abuso de la cocaína,  y llegó a la estación de ferrocarriles de una pieza, aunque sin pantalones.   

"Con razón me sentía tan fresco y ligero", le respondió Jorge al revisor cuando éste, ya en el tren, le preguntó por su peculiar indumentaria, o la falta de ella. "Esto es totalmente inaceptable", gritó susurrando el revisor montando una escena, justo lo que trataba de evitar, no ya ahora, sino de siempre, desde que era pequeño y jugaba a ticar billetes entre sus   compañeros de guardería. "Caballero, me temo que va a tener que abandonar el coche de las personas y encontrar acomodo en el de los porquiños", dijo señalando hacia la parte trasera del tren, de donde provenían unos graciosos sonidos y unos terribles hedores, mezclados en una nube de aire enrarecido. "No puedo ayudar al maquinista con el carbón",  preguntó Jorge, pero mal, por lo que el revisor le espetó un educado "y a mí que me cuenta, nadie le ha dicho que ayude a nadie, y menos en eso, ya que este tren no funciona con carbón.  Es un tren de vapor", concluyó ufano el revisor, su pecho henchido,  su cabeza erguida. Jorge miró al revisor con cara de pato. No sabía si eran esos ojos pequeños,  ese peinado pegado al cráneo, esa nariz aplastada perpendicularmente al tabique, o sus pies apuntando hacia afuera. "Revisor", dijo, "Señor Pato", pensó, "no me diga que este tren no funciona con carbón, que va a vapor, porque le mato aquí mismo con las manos de este señor". 

Jorge comenzó entonces una explicación tremendamente vehemente sobre el funcionamiento de la máquina de vapor y su importancia en la revolución industrial que acababan de vivir y en el transporte de aquí, de la tierra, pero la mitad de sus palabras fueron recibidas con gruñidos y olor a estiércol, e iban acompañadas de un dolor agudo en sus costillas, lo que junto a la presencia de los porquiños le recordó el hambre que tenía. 

No comía desde hacía dios sabe cuantos días,  probablemente menos de uno, pero aún así,  su estómago rugía clamando saciarse una vez más, quien sabe si la última antes de morir. Sin perder el tiempo se lanzó sobre el animal más cercano, que resultaba ser a la vez el de aspecto más apetitoso. Le hincó los dientes en todo el lomo, y nada más saborear la carne, escupió. Puaj, está poco hecho. El siguiente bocado le supo a nada, y tardó poco en saber por qué. No lo había dado él. 
El cerdo de su izquierda andaba con su dedo meñique en la boca. El cerdo de su derecha no le permitió terminar de pulir su idea de que a partir de ahora iba a contar hasta nueve con una precisión quirúrgica, ya que le distrajo sobremanera ver por primera vez su oreja sin necesidad de un espejo. 

Jorge suplicó clemencia,  pero los cerdos parecían no entenderle. Él tampoco les entendía a ellos, pero quizás buena parte de eso se debiera a que los porquiños gruñían con la boca llena de las orejas de Jorge. Entre bocado y bocado, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban, Jorge cruzó el vagón dando compactas volteretas y atravesó como un armadillo la puerta de madera, saliendo despedido del tren y arrastrándose decenas de metros por el balasto antes de detenerse, mira que casualidad, en el único punto de toda la vía en el que había un charco de sangre, como bien recogieron los periodistas que se personaron minutos después en el lugar para cubrir la noticia.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Abuela

Una tarde de invierno cualquiera. El sol brilla apenas con una luz que, aun naranja, es azul. El viento lucha con cada hoja de cada rama de cada árbol y siempre gana. O nada se mueve fuera, ni las palomas posadas en dos árboles secos que no puedo ver sin sentir escalofríos. Puede que estemos en otoño y una lluvia de bellotas amenace nuestros cráneos si osamos salir. Aquí estamos a salvo. Ellos nos protegen, ellos nos miman, ellos nos quieren. Pegados a la tele, él se pregunta cómo podemos ver eso, si es siempre lo mismo. Ella nos defiende pese a no haber ataque. Porque eso es lo que ella hace, eso es lo que ella es.

Y es verano, años después. Es de noche, esta vez sí. Y hace calor. Y en la cena ha habido vino. Y las estrellas son la excusa perfecta para tumbarse mirando al cielo y reír. Y vivir. Y nos sentamos, y nos tumbamos de lado, y el cielo sigue ahí, pero la miramos a ella.
Porque ella es feliz.
Porque ella es la estrella. 

lunes, 21 de julio de 2014

El gran misterio de la humanidad. Parte I: introducción y algo de nudo

Dos mil años de evolución y el ser humano todavía es incapaz de estirar completamente el dedo anular sin mover los otros. No pasa nada, yo también lo estoy intentando ahora mismo. ¿Qué mensaje oculto hay detrás de esta anomalía? ¿Qué pretendía Noé cuando nos creó así, defectuosos?

Todo se remonta, obviamente, al año 4 antes de Jesucristo. Los dinosaurios correteaban por la tierra, desbocados, rebosantes de toda la energía que sus oscuras pieles absorbían del por entonces mil veces más brillante Sol. Los árboles eran grandes como árboles gigantes. Así es: tal era su tamaño que es imposible compararlos con cualquier otra cosa. El hombre todavía no era un lobo para el hombre: Hobbes distaba mucho en el tiempo, y no había lobos todavía, no hasta por lo menos otros largos dos meses. Adam y Eve (aquí en su inglés natal) habían perecido (muerto) decenas de años ha, pero su progenie pululaba por donde sus homínidos pies les llevaban, abriendo caminos en la virginal y joven Tierra, o aprovechándose de los senderos abiertos por los anteriormente mencionados dinosaurios. Uno de esos hombres, bisnieto de alguno de los descendientes de los padres de la humanidad, era Ramón.
 
Ramón era un corredor nato. Sus largas piernas articuladas y sus pies curtidos por el uso le permitían recorrer grandes, enormes, tremebundas distancias zancada a zancada. No sólo era el que más y mejor corría de todos sus familiares, a saber, todos los habitantes del entonces infrapoblado planeta, sino que había depurado el estilo hasta convertirlo en un arte. Antes la gente corría agitando desmesuradamente sus peludos brazos, y sólo lo hacía para cazar, por lo que tenían que portar piedras y cuchillos y lanzas y otros objetos punzantes y mortales en sus no tan hábiles manos, lo que causaba multitud de accidentes. 

Ramón movía sus brazos de forma controlada, acompasando el movimiento de sus extremidades inferiores y superiores, dotando a su esbelto cuerpo de un equilibrio que ya quisieran para sí muchos gatos. Siempre era el primero en llegar a la presa y sentía gran pena al matarla, no por quitar la vida a un estúpido animal, sino por tener que dejar de correr.

Así que un día, en cuanto el sol apareció de nuevo sobre las montañas para alivio de todos, Ramón empezó a correr sin más, sin ninguna presa que capturar, dejando que los caminos abiertos por los dinosaurios le guiarán hasta donde sea que le guiaran. Sin mirar atrás, sin remordimientos por no haber dejado una nota a su familia ya que por aquel entonces la escritura, pese a estar inventada, no estaba extendida en el rural, emprendió el más maravilloso viaje de la historia del hombre hasta la fecha: aquel que le llevaría hasta los confines del mundo. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Mamá

El sonido le llegó desde la cocina. Ella tomaba el sol fuera, relajada. Tras el tercer crack la curiosidad le empezó a invadir. 
Se levantó y llegó hasta la puerta abierta. El sol se colaba por ella e iluminaba un suelo cubierto de cáscaras de huevo. Y en medio del estropicio estaba él. 
-¿Qué haces, bebé? 
Él levantó la vista de la huevera donde sólo quedaban tres huevos sin romper. 
-Pollitos -fue su respuesta. 
-Ahí no hay pollitos. 
-¿Pollitos? -repitió él, cogiendo un nuevo huevo, agitándolo con sus pequeñas manitos cerca de sus orejitas, intentado oír un pío-pío que no estaba ahí. El huevo acabó roto en el suelo junto al resto y ningún pollito apareció. 
-A ver, déjame probar a mí -dijo ella mientras se sentaba junto a él, sin importarle mancharse el vestido. Cogió uno de los dos huevos que restaban y repitió el ritual que había visto hacer a su hijo. Frunció el ceño cuando ella tampoco pudo oír nada-. ¿Qué te parece? -le preguntó, acercando ahora el huevo a la orejita de su bebé-. No creo que haya nada, ¿no? 
-No... -dijo el bebé con cara triste. 
-¿Quieres abrirlo tú? 
-Sí... -dijo el bebé sonriendo. Pero no había pollito. 
-Ay, ¡pero qué tonta soy! ¡Estos huevos están fríos! 
-Salieron de ahí, del armario de la luz -dijo el bebé. 
-¿Salieron? ¿O los sacaste tú? 
El bebé sonrió y se encogió de hombros. 
-Da igual. Lo que tenemos que hacer es incubar el huevo. Tenemos que darle calor, si no, ¿cómo va a nacer el pollito? 
-Claro -dijo el bebé, que claramente no tenía ni idea de lo que hablaba. Sólo era un bebé. 
-Tienes que sentarte encima de él. Pero no puedes romperlo, ¿vale?
Él negó enérgicamente con el gesto muy serio y se sentó con cuidado sobre el huevo. 
-¡Ya noto el calor! -anunció. 
-Eso es que el pollito ya está hecho. A ver, levanta. 
El bebé se levantó, todo torpeza y sonrisas, y vio como su mamá cogía el huevo y éste bailaba sobre su mano. 
-¡No te quemes, mamá! -gritó asustado. 
-Es que lo has incubado muy bien -dijo mientras intentaba oír a través de la cáscara. Sus ojos se abrieron de par en par. 
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Hay pollito? 
Por respuesta ella le acercó el huevo y lo agitó. El bebé sonrió más aún. 
-Lo has oído, ¿verdad? 
-¡Sí! 
-Vale, vamos a sacar al pollito, que parece que está inquieto ahí dentro. ¿Lo quieres hacer tú? 
-Uhmm... Es que no quiero romperlo. 
-¿Romper el pollito? -él asintió-. Está bien, lo hago yo. ¿Preparado? 
Con delicadeza golpeó el huevo tres veces contra el suelo. A la cuarta el huevo se rompió, pero nada cayó de él. Un pollito salió volando, llenando la cocina de luz con el brillo de sus plumas amarillas. El bebé, boquiabierto, lo seguía con sus ojitos, e intentaba atraparlo entre sus dedos, pero el pollito lo evitaba siempre en el último momento, sonriéndole y guiñándole...

-Para, para, para... 
-Qué. 
-Los pollitos no vuelan. 
-Éste sí. 
-Y también sonríen, claro... 
-¿No me crees? ¿Me estás llamando mentiroso?
-Sí. 
-Oh...
-¿A quién llamas?
-A mi madre. 
-¿Vas a llamarla para...?
-¿Mamá? ¿La historia del pollito es verdad? Ahá. Sí, esa. Espera, que quiero que se lo digas a alguien. Toma. 
-Hola. Sí, señora. Sí. No se lo diré, señora. Igualmente. 
-¿Qué? Ahora me crees. 
-Sí... ¿Cómo sigue? 

-El pollito era grande como un caballo y echaba fuego por la boca. Fue mi mascota durante años, iba al colegio subido en él y todo. Recuerdo un día…

domingo, 6 de abril de 2014

Muerte por Newton

Pase lo que pase no mires abajo. Es lo único que me viene a la cabeza, además de toda esta sangre. Me caías mejor cuando fluías uniformemente por todo mi cuerpo, sangre. Pero claro, tuviste que venir a joderme el cerebro acumulándote aquí como un grupo de señoras cuando habilitan una nueva caja en el super. ¿Quién te envía, maldita sea? ¿Eres tú, gravedad? Claro que sí, quién si no... La maldita y estúpida gravedad. La misma que quiere matarme acelerando mi cuerpo hacia el suelo. El duro, duro suelo suspendido sobre mi cabeza. Dios, creo que me estoy mareando. Ni siquiera recuerdo por qué estoy aquí. 

-Por última vez, ¿dónde está el dinero?

Ah, sí, por eso... 

Hace dos horas no era más que un pobre tío que acababa de robar una pequeña fortuna del maletín de un hombre muerto. Y ahora aquí estoy, colgando del balcón de la última planta de este hotel. Mi vida está en las fuertes manos cerradas sobre mis tobillos del hombre que me interroga. Seguramente sea un esbirro del hombre aquel al que maté, el del maletín cargado de dinero de hace un par de horas. La de vueltas que da la vida... 

-Mira, ya te lo dije antes: no tengo el dinero- consigo pronunciar. 

-¿Quién lo tiene?

-Lo gasté. 

-¿Todo? 

Asiento. O lo haría si no estuviera colgado boca abajo. 

-Todo. 

-Entonces no me sirves de nada vivo -dice mientras abre su mano izquierda. Veo bailar el suelo sobre mí. 

-¡No, espera! Si me matas no podrás recuperar tu dinero.

-No es mi dinero. Es el dinero del jefe. Además, ¿no lo habías gastado todo? - me pregunta mientras afloja la presión sobre mi tobillo. 

-Era broma. Aún lo tengo -miento-. ¿Tu jefe no está muerto? Pregunto, vamos. Yo no lo sé. 

-Ahora hay otro jefe. Uno que te da las gracias por librarte del antiguo jefe pero que de todas formas quiere su dinero de vuelta. 

-Oye, ¿no te cansas de sujetarme así con una mano? ¿Por qué no me subes y hablamos tranquilamente ahí arriba? 

-Dime primero dónde está el dinero y entonces te subo. -Ya, claro... Este tipo se cree que nací ayer, cosa que no es cierta. No soy un bebé. Lo fui, claro que sí, pero eso no tiene por qué saberlo. Soy un hombre astuto capaz de darse cuenta de que en cuanto le diga dónde está el dinero me depositará tiernamente sobre el asfalto o contra lo que sea que mi cuerpo se encuentre allá abajo, en la calle. 

-Lo tengo aquí. 

-Mientes. -Sí, claro que miento, pero él no tiene por qué saberlo. En eso se basan las mentiras, ¿no? 

-No, no miento. ¿Tengo pinta de ser el clase de tipo que miente cuando su vida depende de lo que diga? ¡Claro que no! Súbeme y coge tu maldito dinero. Está todo aquí, dentro de mis pantalones. 

-Podría subirte...O puedo soltarte y recogerlo abajo en la calle. 

-¡No, claro que no puedes! Es la idea más estúpida que he oído nunca. "Voy a matar a un hombre lanzándolo desde el piso sabedioscuanto de un céntrico hotel, llegar unos minutos después abajo, abrirme paso entre los curiosos y probablemente la policía, agacharme junto al destrozado cadáver, bajarle los pantalones y recoger un montón de billetes ensangrentados, llenos de carne humana, huesos y otras porquerías". 

Me parece que se está pensando lo de subirme, aunque no le veo la cara. A estas alturas ya no veo nada. Estar colgado boca abajo ya es bastante duro, pero es que tener que discutir con este tío me deja sin aliento... Súbeme, le grito. Bueno, lo pienso. Ya no me queda aire para decirlo en voz alta. Pero aún así me sube. Mira que bien. Igual es telépata. O lo soy yo. No sé muy bien quien se lleva el mérito en un caso como este. ¿Es él quién me lee la mente, o soy yo el que consigo meter mis palabras en su cabeza? Da igual. Dejaré la telepatía para otro momento. Ahora mismo, tumbado boca arriba sobre el suelo de baldosas del balcón, tengo cosas más importantes de las que ocuparme. Como del tío de casi dos metros que empieza a desabrocharme los pantalones. 

-Vaya, qué directo... ¿No me vas a dar un besito al menos? 

-Cállate. 

-Sólo quiero que sepas que, bueno, mi sangre está volviendo lentamente desde mi cabeza ahora mismo, así que igual tardo un poquito en... ya sabes... estar operativo. 

-¿Sabes que no necesito que estés vivo para quitarte los pantalones? 

-¿Sabes que no necesitas quitarme los pantalones? -digo cuando comienza a tirar de ellos. -No tengo el dinero, lo gasté -le confieso. 

¿Por qué lo hago? Bueno, en dos segundos iba a averiguarlo por él mismo en cuanto me bajara los pantalones hasta los tobillos, y llegado ese momento me iba a resultar más complicado hacer esto

¡Premio! Mi pierna alcanza tal velocidad que su movimiento pasa inadvertido al ojo humano. Gracias a dios hoy en día disponemos de la tecnología necesaria para que este épico momento sea apreciado en toda su magnitudAños y años jugando al fútbol por fin me han servido para algo. Como decía mi padre: "Con potencia y precisión puedes romper el cascarón". 

Aunque ahora que el tío se retuerce de dolor siento lástima por él. Que se joda: no hubiera querido matarme. Eso es lo que le pasa a la gente que quiere recuperar el dinero que yo les he robado. No, pero en serio, algo de lástima sí que siento por sus futuros hijos, los cuales nunca podrán nacer. O por sus hijos de ahora, si es que tiene, que acaban de perder a su padre por culpa de la maldita gravedad. 

jueves, 3 de abril de 2014

Regreso al medievo (y III)

Diez arcos, con sus diez flechas, se curvaron arrancando un quejido a la madera, un aviso de lo que estaba por llegar, del acorde final de nuestras vidas. En cuanto Phoid bajara la mano... 

-¡Un momento! -gritó el Caballero de los Calzones Largos, dando un paso adelante. 

El movimiento del esbelto mozo asustó al arquero que le estaba apuntando. Sus dedos resbalaron y una flecha surcó el aire, cortando la respiración de todos los allí presentes. Un débil "oh" de sorpresa se le escapó entre los labios al Caballero de los Calzones Largos, y con él su vida. Las largas pestañas por las que era conocido el valiente caballero, además de por sus calzones, no pudieron evitar que el acero atravesara su ojo y se abriera camino por su cerebro, alojándose en él. 

El grito de la Chica Doble, su Chica Doble, fue desgarrador. 

-Serás idiota... -le dijo Phoid al arquero que acababa de matar al Caballero de los Calzones Largos-. Tenías que quitarle el ojo, no matarlo. 

-Pero es que es imposible hacerlo con un flechazo -protestó el asesino. 

-Les estábamos apuntando para que no se movieran, para que no escaparan. Los ojos se los íbamos a sacar con eso -dijo señalando al extraño artilugio que sujetaba uno de los hombres de Lord Zoo. Parecía una lanza. La lanza más larga que ninguno de nosotros hubiera visto nunca. Medía cerca de quince metros. En la punta brillaba un trozo de acero que recordaba vagamente a una cuchara.- Erldor, demuéstrale a nuestro "Dedosrápidos" como funciona-ordenó Phoid al hombre que manejaba el palo-cuchara. 

-¡No! -gritó Dedosrápidos mientras varios hombres le sujetaban-. ¡No, por favor! -gritó mientras Erldor levantaba el palo-cuchara y lo acercaba más y más al único ojo que le quedaba. Nosotros mirábamos atónitos la escena, rodeando el cadáver de nuestro amigo. Erldor, una vez se aseguró de haber apuntado bien, lanzó una rápida estocada acompañada de un ligero giro de muñeca. La cuchara se hundió en el aire, a dos metros de distancia de su objetivo. 

-¿Que mierda haces? -gritó Phoid. 

-No es fácil calcular la profundidad con un sólo ojo- protestó Elrdor mientras daba un par de pasos adelante. 

La segunda vez no falló. El ojo abandonó la cuenca haciendo "pop". No "pop" exactamente. El ruido fue más bien como cuando te metes un dedo en la boca y lo sacas haciendo vibrar la cara interna de tu mejilla. Ya sabéis lo que digo. O más exactamente aún, el ruido fue como cuando sacas un ojo con una cuchara. 

Ese ruido pareció ser el sonido que estábamos esperando para atacar. Sin hablar entre nosotros, nos lanzamos hacia nuestros captores blandiendo nuestras espadas. Los muy inútiles no nos las habían quitado. Tampoco es que les hiciera falta hacerlo, controlándonos a distancia con sus arcos como estaban haciendo. Pero los arqueros habían bajado la guardia momentáneamente para contemplar el espectáculo del palo-cuchara. Fue lo último que vieron. Antes de que el ojo tocara el suelo, los nueve arqueros estaban muertos. Cuando el globo ocular dejó de rodar varias decenas de los hombres de Lord Zoo yacían sin vida, junto con las Chicas Dobles y Ser Osea. La Chica Doble amante del Caballero de los Calzones Largos había matado ella sola a más de veinte hombres antes de que una espada le arrancara la cabeza. 

Tras el factor sorpresa la balanza se inclinó hacia su lado. Ellos eran casi un centenar, muchos de ellos a caballo; nosotros sólo seis: Ser Sutil, Ser Hio, Lady Cerral, Ser Roble, la Mujer de Fuego y yo. Pronto nos vimos completamente rodeados. Formábamos un apretado círculo, hombro con hombro, en posición defensiva. 

-Haz algo -le susurré a la Mujer de Fuego, a mi derecha. 

-¿El qué? Son demasiados -me respondió entre dientes. 

-Entretenlos un poco. 

-¿Para qué? ¿Tienes un plan? -Miró por encima de su hombro para estudiar la situación.- ¿Dónde está...? 

-Llegando. Pero necesitamos tiempo, Mujer de Fuego. 

Asintió. Envainó su espada y se quitó la capucha de su capa azul celeste, desvelando una gran mata de pelo rizado, negro como el carbón. Los hombres de su lado ya comenzaban a acercarse, percibiendo un punto débil en nuestro compacto y reducido grupo, sólo para retroceder aterrorizados segundos después en cuanto la chica agitó su larga cabellera y ésta estalló en llamas. Su piel, antes demasiado pálida para su oscuro pelo, brillaba con tonos anaranjados y rojizos, reflejando las llamas que envolvían cada uno de su cabellos. 

La sorpresa duró poco, pero fue suficiente. Sus líneas volvían a cerrarse sobre nosotros, paso a paso. Toc, toc, toc. Tocotoc, tocotoc. Tres pasos más: toc, toc, toc. Tocotoc, tocotoc. Otros tres (toc, toc, toc) y ya estaban de nuevo donde antes del truco del fuego. Se detuvieron ahí y adoptaron posiciones de ataque. Tocotoc, tocotoc. Esta vez el sonido llegó más claramente. Tocotoc, tocotoc. Las cabezas de los hombres situados en el exterior del círculo empezaron a volverse. Tocotoc, tocotoc. El sonido venía del este. Las preguntas volaban entre los hombres de Lord Zoo. ¿Qué pasa? ¿Quién es? Yo lo sabía. 

-Es la Dama de la Armadura Florida -les dije sonriendo.- Viene en su caballito de palo. 

Desde lo alto de la colina la vimos aparecer. Tocotoc, tocotoc. Los hombres que nos tenían vigilados no sabían qué hacer. El primero que se giró para centrarse en la aparecida Dama recibió una rápida estocada de Lady Cerral, que en un visto y no visto volvió a su posición defensiva. La Dama de la Armadura Florida detuvo su caballito de palo e hizo sonar su cuerno. El suelo comenzó a temblar. Primero vimos la polvareda. Luego a él. Y después a ellos. 

Las líneas enemigas eran puro caos. Ya nadie se acordaba de nosotros. Unos iban ya hacia la Dama de la Armadura Florida, que les esperaba haciendo bailar a su caballito de palo. Otros salían al encuentro de Lord Gamusino y su manada. Cientos de los compactos y fieros animales corrían delante del Lord al que debían el nombre y la vida. El choque con los hombres de Lord Zoo fue brutal. La primera línea de los gamusinos sufrió el acero de los entrenados caballeros. La segunda oleada pereció bajo los cascos de los caballos. La tercera llegó a probar la sangre humana. Las armaduras de acero no eran rival para las garras, dientes, picos y aguijones de los animales. Los pocos hombres que consiguieron huir de la carnicería cayeron de lleno sobre nuestras espadas. Sólo Phoid puso algo de resistencia, llevándose consigo la vida de Ser Roble. A pocos metros, el caballito de palo danzaba sobre los cadáveres de los pocos hombres que habían querido atacar a la Dama de la Aramadura Florida, a los que había arrollado. 

Los supervivientes nos reunimos mientras los gamusinos se alimentaban de los cadáveres que poblaban la colina. Sólo la Dama de la Armadura Florida y Lord Gamusino estaban ilesos. La Mujer de Fuego, que volvía a tener el pelo negro, había recibido un pequeño corte en un brazo. Lady Cerral cojeaba ligeramente. Ser Sutil había perdido una mano y sangraba abundantemente, pero seguía con vida. Ser Hio tenía una flecha clavada en el hombro. No parecía haberse dado cuenta. Yo había recibido un corte en la cabeza y la sangre me corría por el rostro. No habíamos intercambiado ni una palabra cuando vimos abrirse las puertas del castillo de Lord Zoo. Al menos otro centenar de caballeros le seguían. Y sus animales, sus exóticos animales. 

Cuando llegaron hasta nosotros ya estábamos preparados para una nueva batalla. Los gamusinos gruñían y enseñaban los dientes, pero en sus ojos se veía el miedo a las extrañas bestias que les hacían frente. La Dama de la Armadura Florida seguía subida a su caballito de palo, pero ya no sonreía, y su montura ya no bailaba. Ser Sutil ya no respiraba. 

Si teníamos alguna esperanza, la aparición de Lord Zoo a lomos de su elefante la aplastó, como aplastó a los gamusinos que se lanzaron hacia el gigantesco animal. Sus caballeros se lanzaron hacia nosotros. Yo sólo los oí. Mi atención estaba puesta en el cielo. 

No recuerdo por qué alcé mi vista. Puede que fuera la repentina sombra que oscureció el campo de batalla. Quizás fuera el rugido que desgarró el aire.  

-Son as nove -anunció Ser Hio, sin necesidad de comprobar el vello de su muñeca. 

El olor a carne quemada lo inundó todo. Jamás hubo cosa tan dulce. Los desgarradores gritos de nuestros enemigos se mezclaban con nuestra risa de puro alivio, y sonaba a música celestial en nuestros oídos. Las llamas lo cubrían todo. El dragón se alejaba ya, pero las llamas seguían devorando a hombres y bestias por igual, derritiendo armaduras, haciendo huir a Lord Zoo y su invencible montura. 

Pero las llamas le alcanzaron. Saltaron de árbol en árbol y le cortaron el paso a escasos metros de las puertas de su castillo, de la seguridad de sus murallas. El elefante giró sobre sí mismo y las llamas le rodearon. No había escapatoria. Las llamas hicieron retroceder a hombre y animal, guiándolos de nuevo al pie de la colina, hacia nosotros. El calor se hizo asfixiante. El humo comenzaba a llenar mis pulmones. El fuego pareció debilitarse durante un momento y pude ver a Lord Zoo muerto de miedo. Y antes de desmayarme la vi a ella, cabalgando las llamas, cargando contra el elefante, salvándonos. 




EPÍLOGO

Un año antes

La comida había sido excelente y la bebida abundante. Lady Aural acababa de anunciar su viaje allén de mar. Partiría ese mismo verano y nadie sabía entonces cuando regresaría. Lady Cerral se sentó al lado del Caballero de los Calzones largos, sentado a mi lado. 

-Pregúntale por qué le llaman así- le sugerí a Lady Cerral. 

-Porque ten os calzóns largos, ¿non? -contestó la bella dama. 

-Tú pregúntale -insistí. El Caballero de los Calzones Largos sonreía. 

-A ver... ¿Por qué te chaman Caballero de los Calzones Largos? 

-Por mis calzones -respondió el hombre. 

-¿Ves? Xa sabía eu...

-Ch, ch, ch -le silenció el caballero poniendo uno de sus largos dedos sobre los labios de Lady Cerral-, déjame terminar. Me llaman el Caballero de los Calzones Largos por mis calzones largos, que han de ser así para ocultar mis colgantes testículos. 


FIN

Han llegado hasta mis oídos rumores que dicen que muchos de vosotros pensáis que esta épica historia no llegó a suceder jamás. Hay quien dice que es una versión adulterada de un simple viaje al aeropuerto para recibir a una amiga que llevaba unos meses estudiando fuera. 

Bien, para salvaguardar la memoria de mis amigos muertos en la aventura que os acabo de narrar, no me queda otra que desmentir esos viles rumores aportando pruebas irrefutables de lo que pasó fue lo que acabáis de leer. 

Puente medieval, o como nosotros lo llamamos, puente. 

Lady Aural anunciando su viaje transoceánico. "La pampa", fueron sus palabras.

El Bufón de Mallón y Lord Cálices, ausentes en la historia. Ser Osea, Ser Roble y Ser Sutil, un año antes de morir en el combate de A Madroa. Lady Cerral, sonriente, intuyendo quizás que ella viviría. 



"...colgantes testículos". RIP Caballero de los Calzones Largos y Chica Doble. 
Estos vivieron. Cuando la Mujer de Fuego enciende su pelo crea singularidades en el continuo espacio-tiempo. Los modernos ropajes de Ser Hio se deben a eso. 

Mi gran maestría manejando armas permitió que viviera para contar esta aventura en la que murió bastante gente, la verdad...

Días antes de los acontecimientos aquí narrados, Ser Hio, Ser Sutil, el Caballero de los Calzones Largos, la Dama de la Armadura Florida y un humilde servidor bebíamos juntos, sin saberlo, por última vez. El resto de gente también murió de gripe o peste tiempo después. 

Lady Aural en la majestuosa ciudad de Macchu Picchu, capital de la avanzadísima civilización Inca, tras haber completado el entrenamiento necesario para cabalgar las llamas. Los supervivientes le debemos nuestra vida, si bien es cierto que fue por su culpa por la que murió toda esta gente. Si hubiera llegado en el dragón en el que tenía que llegar...


sábado, 22 de marzo de 2014

Regreso al medievo (II)

La música llenaba el Puerto de Dragones. Pese al silencio que reinaba entre nosotros tras enterarnos de la noticia, ninguno escuchaba la cálida melodía que salía del aparato que colgaba del techo varios metros por encima de nuestras cabezas. Se trataba de una caja con cinco de sus seis caras de madera, siendo la sexta, la frontal, una rejilla de metal. Por ahí salía el sonido. Dentro había un bardo enano que tocaba y tocaba sin parar en perfecta sintonía con los otros bardos enanos de las otras cajas situadas a lo largo de toda la terminal. 

-¿Qué hacemos? ¿Esperamos aquí? -dijo una de las Chicas Dobles. 

-Aquí pon que ven no seguinte dragón -dijo Ser Hio con la nota en la mano. Levantó la vista del papel para mirar el letrero que anunciaba los horarios de llegada de los dragones. Luego bajó la vista hasta su muñeca para ver la hora-. Igual é moito tempo de espera...

Mira... Sí, esto es para ti. Sí, tú. No me mires así, con esa cara de extrañeza. Ni que nunca una historia te hubiera hablado directamente. Sé lo que estás pensando: "Un momento... Si la historia está basada en el medievo, ¿cómo es que Ser Hio tiene reloj?". No lo tiene. Ser Hio nació siendo muy pequeñito con una enfermedad en el vello corporal que hacía que éste se comportara igual que los girasoles. Con el tiempo perfeccionó una técnica para saber la hora según hacia dónde apuntaran sus pelos. Y ahora, prosigamos. Y nunca vuelvas a dudar del rigor histórico de lo aquí escrito. 

-Pues yo lo siento mucho, pero no me voy a poder quedar -dije yo-. El último tren sale antes de que llegue el dragón ese. 

-Oh -se lamentaron al unísono todos-. ¿No puedes emprender tu viaje al norte mañana? -preguntaron también a coro. Quedó bastante bonito. 

-Imposible -dije con el pelo en mi cabeza. 

-¿Y si en vez de esperar aquí vamos a vivir una aventura apasionante para matar el tiempo? -propuso ya ni recuerdo quién. No hizo falta que nadie dijera nada más. Echamos a correr como jabalís perseguidos por cazadores de jabalís y salimos del aeropuerto gritando y riendo. Entramos a los caballos de un salto y galopamos a través de los bosques dispuestos a vivir la mayor aventura jamás vivida de forma premeditada en menos de tres horas. 

Media hora después estábamos frente al muro desde el que los animales más extraños que ninguno de nosotros había visto jamás nos miraban con sus pétreos ojos. 

Ser Osea, que había ido a hablar con los guardias que custodiaban la entrada, volvió con las malas noticias. 

-Lord Zoo nos permite pasar, pero debemos darle algo a cambio. 

-Le podemos dar a una de las Chicas Dobles -propuso Ser Sutil. 

-Tiene que ser algo de cada uno -le respondió Ser Osea antes de que alguna de las dos muchachas pudiera protestar-. Quiere un ojo de cada cara. 

-Pues va a entrar Rita la Trovadora -dijo la Dama de la Armadura Florida. 

-Subamos a esa colina -propuse yo-. Dicen que es el punto más elevado de todo el reino -dije mientras comenzábamos el ascenso-. Dicen que desde ahí en los días despejados puedes llegar a verte tu propia nuca -anuncié conforme nos acercábamos a la cima-. Dicen que aquí arriba el aire está tan viciado que patatas -les informé cuando llegamos a lo más alto-. ¡África! -grité señalando al lugar del que veníamos. No me refiero a que todos los seres humanos descendamos de los homínidos primigéneos de África. Por favor, menuda tontería. Dios nos creó hace algo más de mil años y nos puso aquí, en el Viejo Mundo, o Mundo como lo llamábamos entonces. Es más, por lo que a mí respecta África no existe. Mas allí estaba, tras aquellos muros ante los que habíamos estado minutos antes. 

Los más exóticos animales correteaban por los terrenos de Lord Zoo. Había caballos a rayas blancas y negras, gallinas gigantes de esbeltas piernas y cuello de serpiente, gatos grandes como lobos, enanos peludos con brazos larguísimos y sonrisa perenne, aves de todos los colores imaginables, extraños canguros de cuatro patas con ubres en lugar de marsupio y cuernos en la cabeza, caballeros armados que nos señalaban desde sus puestos de vigilancia y atravesaban las puertas montados en sus caballos...

Tardamos en darnos cuenta de lo que pasaba. Los cuernos de guerra vaciaron el aire de nuestros pulmones y los llenaron de miedo. El sonido de los cascos de cientos de caballos al galope marcó el ritmo de nuestros corazones. Antes siquiera de poder decidir si huir o luchar, nos vimos rodeados. Un jinete se adentró en el círculo que los demás caballeros habían tejido en torno a nosotros. Era el mismísimo Lord Zoo. 

-¿Disfrutando las vistas? -preguntó con una sonrisa asomando tras el yelmo. Ninguno de nosotros se atrevió a responder-. ¿Os gustan mis animales? -añadió. 

-Son muy bonitos, señor -respondió con voz temblorosa El Caballero de los Calzones Largos. 

-Es curioso... -dijo Lord Zoo mirándonos con atención-. Noto algo raro en todos vosotros. ¡Phoid, Trelm! 

Dos de sus caballeros abandonaron su puesto y se unieron a él dentro del círculo. 

-¿Vosotros habéis visto mis animales? -les preguntó. Ambos asintieron-. Quitaos los yelmos. 

Los dos caballeros obedecieron, descubriendo sus rostros de un sólo ojo. 

-Todos mis caballeros han visto mis animales, por supuesto -continuó Lord Zoo, a la vez que hacía una señal con su mano. Cientos de rostros y el mismo número de ojos fueron apareciendo conforme los caballeros se quitaban sus respectivos yelmos-. Decidme, ¿sois humanos? ¿Acaso tenéis tres ojos? -Negamos, vacilantes-. ¿Cómo si no conserváis los dos ojos en vuestra cara tras haber visto mis animales? -preguntó, elevando su voz, convirtiéndola en un rugido-.  ¿Me tomáis por idiota? ¿Creíais que podríais salir indemnes de esta? 

-Los hemos visto de lejos, señor -protestó en un susurro una de las Chicas Dobles.

-Ah, bueno... Disculpad entonces -dijo haciéndonos una pequeña reverencia con su cabeza y dando la vuelta a su caballo, dándonos la espalda-. Los han visto desde lejos -les explicó a sus caballeros, que abrieron una brecha en el cerco para que su señor abandonara el círculo. Una vez dejó atrás al último de sus hombres, sin girarse, ordenó-:  Sacádselos pues desde lejos. -Se alejó mientras los arcos se tensaban, apuntando a nuestras caras.   





miércoles, 12 de marzo de 2014

Regreso al medievo (I)

El reloj de sol llevaba inutilizado más de dos meses. Salí de casa cuando la sombra de las horas y la de los minutos proyectaban sobre la pared un gran tres al que le seguía, después de dos puntos, un cuarenta y cinco igualmente grande y oscuro. Descendí las escaleras cargado con lo necesario para el viaje al norte que tendría que hacer más tarde aquel día. La pesada y mullida capa de piel de oso me sobraba a esas horas en las que el sol brillaba con fuerza en el cielo, pero no tenía sitio para ella en el pequeño macuto o lo que sea que en la época en la que estaba usáramos para llevar cosas a la espalda.

Crucé el camino que serpenteaba (si es que las serpientes van en línea recta) paralelo al río Minorus y me dirigí al pequeño claro que se hundía entre los árboles que poblaban la margen derecha del húmedo curso, la perteneciente al Reino de Nigrán. 

Allí habíamos quedado y allí estaban ya Ser Sutil, de Más-allá-del-mar y actualmente príncipe de Sobreeldía, y Ser Osea, de La Colina del Sol a Medianoche, con sus respectivos caballos. Acababa de llegar también, aunque éste a pie, Ser Roble, de las eslavas tierras de Strapolavia. Nos saludamos con un movimiento de cabeza y esperamos al resto del grupo. El ruido de unos cascos a todo galope nos avisó de su llegada antes de que la polvareda se elevara por encima de los árboles. El caballo en el que iban dos personas, la mitad de ellas mujeres, relinchó al tomar la cerrada curva de acceso al claro. Ser Hio, de la fronteriza Vilarinho, detuvo su caballo a nuestro lado. Lady Cerral nos sonreía sosteniendo un estandarte. 

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis -conté yo. -Bueno, será mejor que nos dividamos para no llevar todos los caballos. Tú, Ser Osea, sube a lomos de Beequis con Ser Hio y Lady Cerral. Nosotros iremos con Ser Sutil en su fiel Clios -ordené.  

-Las Chicas Dobles y El Caballero de los Calzones Largos van directamente allí -me informó Ser Sutil. -¿Sabes algo de la Mujer de Fuego? -añadió.

-Le mandé una gaviota mensajera hace un tiempo. Me imagino que... Anda, mira, aquí llega su respuesta. 

La gaviota descendió veloz con una nota en su pico y chocó contra el capó del caballo. Recogí el mensaje y lo leí gracias a mi alfabetismo. 

-Nos espera más adelante en el camino junto a la Dama de la Armadura Florida. Ya podemos partir -dije a la vez que hacía un elegante gesto con mi brazo, como quién indica que ya se puede partir. 

Podría decir que el viaje fue largo, tortuoso y lleno de peligros y aventuras, pero mentiría, y por ahí sí que no paso. Los caballos rodaron a toda velocidad, primero siguiendo el río y luego subiendo por el camino de dos carriles que ascendía por la montaña. Allí, en el alto, nos detuvimos en el lago mágico para que el caballo de Ser Sutil repostara y pudiéramos seguir nuestro camino sin tener que apearnos más adelante y empujar al animal. 

A partir de ahí nos adentramos cada vez más en las montañas. No era fácil verlas, pues estaban cubiertas de árboles, pero vamos, se intuía fácilmente que los árboles no flotaban mágicamente en el aire, que si estaban a tanta altura era porque había algo debajo, no porque fueran gigantescos. Eran árboles normales, entre los cuales se abrían caminos, caminos que ahora seguíamos los ocho en tres caballos, pues la Mujer de Fuego y la Dama de la Armadura Florida se nos acababan de unir hacía escasos kilómetros, o en lo que sea que se midan las distancias ahora, en plena edad media. 

La edificación era majestuosa, grande como un caballo, seguramente más. Una única torre se alzaba sobre los tejados. Era tan alta que hay quien dice que desde ella se veía la luna. Nosotros entramos trotando por una de las puertas, no porque fuéramos a caballo, pues los habíamos aparcado fuera, donde era gratis dejarlos, sino porque le emoción bullía en nuestras venas y nos hacía caminar de tan singular manera. Paseamos por la gran nave que era el edificio, sin más paredes que las cuatro que lo delimitaban. Al poco rato llegaron las Chicas Dobles y el Caballero de los Calzones Largos, que según parece andaba medio liado con una de las dos idénticas mozas.  

Una vez estuvimos todos, Lady Cerral nos informó de que había recibido una gaviota durante el trayecto. La información que el ave transportaba era algo confusa, pues la nota había sido escrita a toda prisa, pero todo parecía indicar que había habido algún tipo de problema y que íbamos a tener que esperar más de lo previsto. Ávidos de más información, enviamos una de las gaviotas de uso público con una nota en la que exigíamos saber qué estaba pasando. Esperamos pacientemente en la magistralmente iluminada nave. Unas grandes vidrieras ocupaban prácticamente todas las paredes, llenando de  bellos colores y formas el espacio diáfano que ocupábamos. Las vidrieras estaban diseñadas para dejar pasar la luz y nada más que la luz, ni aire ni alimañas. Pese a eso, por ahí nos vino la respuesta, transportada por una gaviota ensangrentada, con plumas de vidrio de diversos colores. 

Ser Hio se levantó y, agachándose junto a los restos del animal, recogió la nota. Tras leerla, anunció:
-Non ven neste dragón.  

martes, 4 de febrero de 2014

La rata

-Maldita rata asquerosa...  -murmuró con la escoba en alto. 

-No es una rata, es un ratón -le corrigieron desde algún lugar de la casa. La voz le llegó amortiguada, porque eso es una cosa que le pasa mucho al sonido: no es capaz de atravesar grandes distancias con obstáculos de por medio sin perder parte de su volumen inicial.

-No es una rata, es un ratón -repitió él con una vocecita aguda y burlona, frunciendo la cara y moviendo los hombros al compás de las palabras, como estáis haciendo vosotros ahora. 

-Te he oído -escuchó esta vez desde mucho más cerca. -Y es verdad, no es una rata, es un ratón. 

-¿Cómo lo sabes, doña listilla?

-Porque sí, porque son distintos. La rata...

-... va a morir. 

-Pero es que eso no es una rata. Es un ratón. Se llama Ratón. 

-¿Lo conoces? 

-Claro, siempre está por ahí, correteando con sus patitas y moviendo sus bigotitos y haciendo ñiñiñiñiñi. Las ratas no hacen ñiñiñiñi. 

-No digas gilipolleces, claro que hacen ñiñiñiñi. Y son gigantescas y transmiten el cáncer. 

-¿Es gigantesca esa supuesta rata que quieres matar? 

-No. 

-¡Porque no es una rata, es un ratón!

-Será un bebé rata todavía. O un pony rata. Sí, no te lleves las manos a la cabeza, existen. 

-¿Y qué son? ¿Un cruce de caballo con rata? 

-No, claro que no. A veces pienso que eres retrasada. Sí, ponte a llorar. Buahh, buahh, soy tonta y no conozco más animales que el ratón y la rata, buahhh. 

-Jo, papá...

-De papá nada. Vuelve a hacer los deberes y déjame tranquilo. Casi la tenía cuando llegaste.