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viernes, 12 de septiembre de 2014

Abuela

Una tarde de invierno cualquiera. El sol brilla apenas con una luz que, aun naranja, es azul. El viento lucha con cada hoja de cada rama de cada árbol y siempre gana. O nada se mueve fuera, ni las palomas posadas en dos árboles secos que no puedo ver sin sentir escalofríos. Puede que estemos en otoño y una lluvia de bellotas amenace nuestros cráneos si osamos salir. Aquí estamos a salvo. Ellos nos protegen, ellos nos miman, ellos nos quieren. Pegados a la tele, él se pregunta cómo podemos ver eso, si es siempre lo mismo. Ella nos defiende pese a no haber ataque. Porque eso es lo que ella hace, eso es lo que ella es.

Y es verano, años después. Es de noche, esta vez sí. Y hace calor. Y en la cena ha habido vino. Y las estrellas son la excusa perfecta para tumbarse mirando al cielo y reír. Y vivir. Y nos sentamos, y nos tumbamos de lado, y el cielo sigue ahí, pero la miramos a ella.
Porque ella es feliz.
Porque ella es la estrella.