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Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 6 de diciembre de 2013

Caminos de papel (VI)


5
El fin del viejo mundo”, de F.R. Dobs y “El bravo Johnson”, de D. Okele

   -Érase una vez... ¿Sabes qué?
   -¿Qué?
   -Te lo voy a contar como me lo contaron a mí cuando era pequeño: ¡Con marionetas! Vamos ahí, a ese pequeño claro -y fueron allí, a ese pequeño claro.
   -¿De dónde vas a sacar las marionetas? -dijo Edja, sentada ya en el salvaje césped. 
   Ehl fue de aquí para allá, recogiendo pequeñas ramas y otros utensilios. En menos de treinta y siete minutos lo tenía todo preparado. El claro sería el escenario, no había necesidad de construir ninguna estructura. Inertes yacían dos marionetas anatómicamente asimilables a un humano (a dos, para ser exactos), junto con un montón de monigotes más pequeños y más toscos, sin articulaciones ni proporciones realistas. Ehl carraspeó teatralmente, reclamando innecesariamente la atención del público, compuesto por Edja en el patio de butacas y unas elitistas ardillas en los palcos.
   -Señores y señoras, lo que están a punto de ver es una reinterpretación de dos de las obras de teatro más influyentes en el conocimiento sobre historia antigua que posee mi cerebro, y por ende, mi propio ser. Bajo mi dirección, “El fin del viejo mundo” y “El bravo Johnson” pasarán a ser una única obra. Es la primera vez que alguien se atreve a realizar tal proeza. Ya veremos si el resultado es satisfactorio. Sin más dilación...

PRIMER ACTO
Interior. (En este caso exterior, porque estamos en medio de un bosque). Una pareja está sentada en el salón de su casa. Se oyen extraños ruidos procedentes del exterior (De más el exterior, de fuera del claro, supongamos):

Hombre: ¿Qué serán esos extraños ruidos procedentes del exterior?
Mujer (levantándose y acercándose a la ventana): Parece que hay unos disturbios ocurriendo en la calle.
Hombre: Será mejor que salgamos para cerciorarnos de que ello es cierto.

La pareja abandona el escenario y regresa al momento. Un cartel indica una elipsis temporal.
Mujer (Con cara de sentirse mal): No me siento demasiado bien...
Hombre: ¿Estás sangrando? Porque si es así ya sabes que no quiero saber nada, mujer.
Mujer: No, no es mi periodo. He debido coger un resfriado cuando aquel lunático me mordió en el brazo.

La mujer se desmaya y comienza a convulsionar, retorciéndose como una condenada (todo lo que este humilde monigote permite). Se levanta.
Mujer (Gruñendo): Uhnmññ (eso sería el gruñido)

El hombre, sentado en el sofá, no se da cuenta de lo que pasa hasta que es demasiado tarde. La mujer le muerde en la rodilla (Uy, vaya, se suponía que era en la rodilla. Es difícil manejar estas figuras hechas por mis inexpertas manos. Perdón si ha resultado grosero). Los dos gruñen y salen al exterior.
FIN DEL PRIMER ACTO.

Todo el bosque estalló en aplausos durante sus buenos diez segundos. Edja estaba boquiabierta.
   -Wow.
   -Lo sé.
   -¡Más!
   -Después.



Caminos de papel (V)

4
Introducción al fin del mundo

Ehl, Edja y Andson se pusieron de nuevo en marcha. El camino se metió en un bosque y a ellos no les quedó más remedio que imitarle.
    -¿Te he contado alguna vez cómo conseguí el triciclo? -preguntó Ehl.
    -Sí -respondió Edja-. De hecho es lo único que me has contado, y tampoco es que fuera una gran historia. Lo encontraste y punto. ¿Cómo te llamas en realidad?
     -¿Cómo que cómo me llamo? Me llamo Ehl -respondió Ehl, ofendido. Falsamente ofendido.
    -No. ¡Mientes! -gritó Edja, acusándole con un dedo apuntando a su cara. La sonrisa en su pálido rostro suavizaba sumamente el tono-. Ehl no es un nombre de verdad.
     -Ah, ¿y Edja sí?
     -Es un diminutivo.
     -¿De qué? ¿De Edjadiel? 
     -Pues sí -respondió secamente Edjadiel.
     -Ah... es bonito.
   -Claro que es bonito. Y además es real, no como otros nombres. Venga, dime como te llamas. ¿Me lo vas a decir?
    -Puede, pero aún no.
    -¿Por qué?
    -Porque no es el momento.
    -¿Hay un momento para decírmelo?
   -No lo sé, supongo. Hay un momento para todo, ¿no? ¿Por qué lo quieres saber, de todas formas?
  Edja se encogió de hombros, en un gesto que seguía significando indiferencia o desconocimiento. Puede que el uso del lenguaje escrito se hubiera perdido, pero el corporal seguía vigente y accesible a todo el mundo.
    -¿A dónde estamos yendo? -preguntó Edja tras un rato de silencioso avance entre los altos árboles plagados de ardillas.  
     -Me alegro de que me hagas esa pregunta.
     -¿Por qué te alegras?
     -Porque así te puedo contar el propósito de esta aventura.
     -Oh, ¿qué aventura?
   -Me alegro más aún de que me hagas esa otra pregunta. Érase una vez... ¿Por dónde quieres que empiece?
     -Por el principio, ¿no? ¿A qué te refieres?
     -¿Qué sabes?
     -¿De qué?
     -De historia.
     -Ah... ¿Del viejo mundo?
     -Sí, bueno, del fin del viejo mundo, más bien. 
   Edja puso su cara de pensar, arrugando ligeramente su naricita y emitiendo un suave “uhmm”.
     -No mucho...
    -Vale, no pasa nada. Empezaré por ahí entonces -Edja asintió. Tenía los ojos fijos en Ehl. Los de Ehl apuntaban hacia el camino. No quería tropezar y caerse-. Érase una vez...

lunes, 2 de diciembre de 2013

Caminos de papel (IV)

3
La eterna lucha entre el hombre y el manzano, entre otras cosas

Los tres seguían por el camino: Edja, Ehl y Andson. No se habían cruzado con nadie en toda la mañana. Era lo habitual en los tiempos que corrían. Decidieron parar para descansar junto a un riachuelo que se había estado acercando al camino en los últimos metros. Ehl ayudó a Edja a bajar de Andson y la llevó en brazos hasta el agua. Pesaba poco, menos que un caballo. La depositó en el suelo. Edja metió los pies en el agua. Ehl se acordó de que tenía que comer.
     Al otro lado del río un manzano observaba al extraño trío que acababa de llegar. Vio como el hombre fijaba sus ojos en él y una sonrisa aparecía en su rostro. Oh no, pensó el manzano. Intentó mover con todas sus fuerzas sus raíces fuertemente enterradas para huir del hombre que ya estaba cruzando el riachuelo frotándose las manos ante el festín que le esperaba entre sus ramas. Durante un momento pensó que lo iba a lograr. Se vio a sí mismo levantando elegantemente unos gigantescos pies hechos de madera de la tierra y corriendo como había visto correr a numerosos animales en sus cerca de noventa años de vida. Pero no pasó nada. Por dios, que estamos hablando de un árbol... Su único movimiento fue el que producía el hombre al ir cogiendo las manzanas de sus ramas. Y el viento, que en ese momento comenzaba a soplar con más fuerza.
     Ehl cruzó el río de nuevo. Le dio un par de manzanas a Edja. Él estaba comiendo una sin necesidad de usar las manos, que estaban ocupadas en hacer malabares con cuatro manzanas más. Luego con tres. Dos. Más malabares con una única manzana. Después ninguna. Se sentó al lado de Edja con las manos vacías y el estómago lleno. Se fijó en los pies desnudos de ella.
    -¿Cómo te torciste el tobillo? -preguntó Ehl.
    -Pisé mal.
    -¿Cómo de mal?
    -Fatal.
    -Vas descalza.
    -Ya lo sé.
    -¿Ibas descalza cuando pisaste fatal?
    -No.
    -¿Te duele mucho? -preguntó Ehl. Edja se miró el tobillo.

Edja se miró el tobillo. Lo tenía bastante hinchado. Corriendo por el bosque, con el corazón a mil por hora y la adrenalina disparada, apenas había notado dolor. Pero ahora, tras unos minutos descansando sentada contra ese árbol al borde del camino, se dio cuenta de lo mucho que le dolía. Quizá lo tuviera roto, pero lo importante es que estaba a salvo, al menos de momento, pero necesitaba largarse de ahí. Cuanto antes. Lo más lejos posible. A pie no lo iba a lograr. Se imaginó siendo rescatada por un príncipe azul a lomos de un caballo blanco, como en las historias que le contaba su abuela. Se río de su ingenuidad. Y sin embargo ocurrió. No era exactamente un príncipe. Y desde luego eso no era un caballo. Era un hombre a lomos de un triciclo. Gritó.

Gritó. Gritó mientras corría. Gritó cuando se torció el tobillo, perdiendo un zapato. Gritó al caer y sentir el peso del hombre sobre su cuerpo. Gritó al verse inmóvil, indefensa. Gritó al notar el aliento a alcohol de una boca de dientes amarillos en su boca de dientes blancos y asustados. Gritó cuando el hombre le levantaba el vestido con una mano. Gritó, esforzándose por cerrar las piernas y estirando el brazo libre, barriendo el suelo. Gritó cuando no pudo más y sus piernas cedieron. Gritó cuando su mano chocó contra algo. Gritó una última vez. Cuando le hundió el cráneo con la piedra ya no gritaba. No gritó diez, once, doce veces.


     -Podría ser peor -dijo Edja, antes de darle un mordisco a la manzana que le había dado su príncipe azul. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Caminos de papel (III)


2
La enternecedora historia de Andson, el triciclo

   -¿Por qué un triciclo?
   Ella se llamaba Edja. Él le dijo que podía llamarle Ehl.
   -¿Por qué un triciclo? -repitió Edja.
   -Porque en una bicicleta sería más incómodo llevarte.
   Ehl iba caminando y empujaba el triciclo apoyando una de sus dos manos en el respaldo del asiento. Sobre éste estaba Edja. Sobre Edja no había nada ni nadie, salvo el cielo.
  La otra mano de Ehl estaba metida en su bolsillo, hasta que la sacó e hizo con ella un movimiento que se podría interpretar como una ventana al pasado.

Soy antiguo. Muy antiguo. Nací en el viejo mundo. Fue el mío un parto natural. Ensamblado a mano por un sólo hombre, el mismo que creó cada parte de mí, desde el manillar hasta las ruedas, que fueron tres. ¡Tres! ¡Cómo me envidiaban mis hermanas! Había una apoyada contra la pared. De unos ganchos del techo colgaban dos más. Y supe más tarde que tras la puerta gris del fondo se encontraban hacinadas al menos una docena de ellas. Mientras tanto yo descansaba en mitad de la habitación, estable como un taburete. Papá me empujaba a veces para que no le molestara mientras hacía más hermanitas o arreglaba a las estropeadas. Ahí dentro fui feliz.

    -Me imagino que no habrás pagado por él, ¿verdad?
   -¿Insinúas que me lo regalaron? -preguntó Ehl mientras hacía uso de la sonrisa con la que todos nacemos.
   -No sé. ¿Te lo regalaron?
  -No, pero tampoco lo robé. Lo cogí prestado. En serio -añadió ante la mirada de Edja-. Tengo intención de devolverlo.
   -¿De quién era?
   -De quién es -le corrigió Ehl.

Mi padre me vendió un día a una persona pequeña. No sé si a vosotros os han vendido vuestros padres alguna vez, supongo que sí, así que os podréis imaginar lo mal que me sentí en ese momento. Esa persona, que resultó ser un niño, se subió encima de mí y apoyó sus pies en mis pedales. Al principio no sabía que pasaba, hasta que sentí un empujón. Luego otro. Y otro. Y supe lo que era la velocidad. ¡Oh, sí! Salí de casa y entré en el mundo exterior. El viento me recibió con su frío abrazo y a mí me dio igual. Me deshice de él para seguir avanzando. Siempre en línea recta, pedalada a pedalada. Y de pronto, un tirón del manillar y estoy girando. ¡Oh! Y giro, y avanzo, y freno, y sigo girando, y mis ruedas resbalan sobre la gravilla haciendo que pierda el control y me encanta... Ahí fuera fui feliz.

   -Lo encontré en Olton. ¿Conoces Olton? -Edja asintió-. Estuve allí anoche, creo. Todavía no he dormido. No sé cuándo es hoy y cuándo ayer.
   -Ahora es hoy.
   -Gracias.
   -¿De quién es?
   -Estaba en el sótano de una casa derruida.
   -Entonces no es de nadie -dedujo Edja.

Mi niño creció. Se hizo más alto y más pesado. Pero yo también crecí. Volví a ver a mi padre y me hizo más grande y más robusto. Le perdoné que me hubiese vendido de pequeño. Al acabar me hizo un regalo: un timbre. Lo acarició e hizo tilín. Pude ver a mis hermanas. Las vi en casa y me compadecí de ellas, de su falta de equilibrio. Las vi fuera y me quedé maravillado. ¡Cómo se movían! ¡Cuánta agilidad! Yo pensaba que sabía lo que era la velocidad. Cuan equivocado estaba. Las vi adelantarme como si yo fuera una piedra y ellas fueran yo. Me asusté la primera vez que vi a una perder el equilibrio e inclinarse, pero no se cayó. Giró. Entendí entonces que su inestabilidad en casa se debía a que no habían nacido para estar quietas. Ellas eran hijas de mi padre, como yo, pero también del movimiento. Cuando papá murió una parte de todos nosotros se fue con él. Ellas seguían teniendo al movimiento, yo lo perdí todo. Mi niño se olvidó de mí. No le guardo rencor. ¿Quién va a querer montar en un triciclo huérfano? Ahí abajo fui triste.

   -No es de nadie -le confirmó Ehl.
   -Entonces, ¿a quién se lo vas a devolver?
   -A quién quiera moverse con él.

Andson. Así me llamó el joven que me rescató tras limpiarme el polvo acumulado durante no-sé-ni-quiero-saber cuánto tiempo. Mis arrugadas ruedas volvieron a respirar y recuperaron la forma. Hizo crujir mi entumecido manillar hasta que perdió la rigidez y mi rueda delantera pudo bailar de nuevo, orgullosa, desafiante, riéndose de las traseras como siempre había hecho. Sentí de nuevo peso sobre mi asiento y unos pies sobre mis pedales. La tensión aumentó hasta que se hizo incontenible. Y entonces volví a nacer.
   Yo también soy hijo del movimiento. Lo olvidé y por eso me olvidaron. Pero ahora estoy aquí otra vez. Siempre hacia delante. Rompiendo el abrazo del viento. En el camino soy feliz.


jueves, 28 de noviembre de 2013

Caminos de papel (II)

1
Chico conoce a ardillas, luego a chica

Hacía dos horas que había partido sin mirar atrás. El polvo del camino apenas se levantaba a su paso debido a la insultantemente baja velocidad a la que sus piernas conseguían impulsar el vehículo de casi cuatro ruedas en el que viajaba cómodamente sentado.
     Alrededor de su cuerpo, envolviéndolo, llevaba: un pantalón vaquero bastante gastado; una camiseta que en su día fue blanca y que para él seguía siéndolo, pero que habría que ver qué pensaría de ella una mujer; dos calcetines casi iguales, cada uno en uno de sus pies, y que no dejaban asomar prácticamente ningún dedo; calzado deportivo en un estado sorprendentemente aceptable; calzoncillos, de estos que parecen pantalones cortos, sueltos, a cuadros. Nada más, nada menos. Y gafas de sol, pero eso en la cara.
     Él estaba compuesto de: dos brazos, que partían de sus hombros, que eran dos también, y se extendían hasta las manos, las cuales estaban apoyadas en el manillar del triciclo; un par de sudorosas y cansadas piernas que se alternaban para empujar los pedales situados a ambos lados de la rueda delantera; un tronco, con su caja torácica, su abdomen y una espalda al otro lado; y sobre el cuello estaba la cabeza, casi toda ella cubierta de pelo.
     No llevaba nada en sus bolsillos. No tenía tampoco ninguna mochila, maleta, bolsa, saco, hatillo, caja, cesta, riñonera, bolso, baúl, arcón, contenedor, frasco o cualquier otro tipo de recipiente en el que guardar objetos personales o pertenencias. No necesitaba nada.
     Pedaleó hasta que el sol se puso, y entonces siguió pedaleando. No tenía sueño. Se había levantado hacía sólo unas horas. Su cuerpo le pidió un par de paradas técnicas en toda la noche y él obedeció. El amanecer le pilló pedaleando. Tras once horas había recorrido toda una distancia. No tenía mapa ni forma alguna de llevar la cuenta de los kilómetros. De pronto no pasó nada, pero minutos después... 
      -¡Eh! -gritó alguien.
     Levantó los pies de los pedales y el triciclo se detuvo en apenas dos segundos. No tenía frenos ni falta que hacía. Buscó con sus ojos quién había gritado así y encontró una ardilla al borde del camino.
      -Vaya, señora ardilla, sí que tiene una voz potente para ser tan pequeñita.
     -¡Eh! -repitió la ardilla, más alto y más fuerte que antes. No, espera, eso es lo mismo. Más alto y durante más tiempo. Fue un... -¡Ehhhhh!
      -La ardilla salió corriendo -narró él.
     Cuando el grito sonó una tercera vez se dio cuenta de que no había sido la ardilla quien lo había emitido, por supuesto. Buscó y buscó girando su cabeza y su cuerpo en todas direcciones hasta que por fin encontró, esta vez sí, a la damisela que reclamaba su atención.        Allí estaba, subida a un árbol: era otra ardilla.
   -¿Por qué gritas, ardilla? ¿Necesitas ayuda para bajar de ahí? -preguntó gesticulando innecesariamente con las manos.
   -¿Pero qué coño te pasa? Deja de hablar con las ardillas. Estoy aquí -dijo visiblemente enfadada una muchacha.
   Estaba a un lado del camino, sentada en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol. No era el mismo al que estaba subida la segunda de las ardillas, aunque en una de sus ramas había también uno de esos simpáticos animales.
    -No había visto tantas ardillas juntas en mi vida... -comentó, más para él que para las propias ardillas. Se fijó en la chica.
      Empezó por sus clavículas, que quedaban a la vista gracias al generoso escote del vestido que llevaba. Su piel clara se le ceñía al cuerpo como un guante. Tenía una cara dominada por dos enormes ojos del color del que están hechos los sueños: tirando a verdosos. El pelo, largo y ondulado, descendía desde su cabeza y acariciaba sus hombros hasta detenerse a la altura de algún punto de su espalda, sin perder nunca el color castaño. Sus piernas... ¡Dios mío! ¡No tenía piernas! Ah, sí, sí tenía. Lo que pasa es que estaba sentada con ellas cruzadas y el vestido se las tapaba. Volvió a subir la vista, recorriendo su cuerpo por la línea que iba desde su ombligo hasta su nariz, y la detuvo en sus labios. Unos labios carnosos que se abrían y cerraban dejando entrever unos dientes blancos como lo había sido su camiseta el día que la había comprado. Supuso que lo que estaba pasando era que ella estaba hablando, así que decidió escuchar.
     -¿Cómo te llamas? -fue lo que dijo ella.
     -No me acuerdo -respondió él tras unos segundos.
     Ella le miró, entrecerrando un poco sus gigantescos ojos.
     -¿No te acuerdas o no me lo quieres decir?
     -¿Qué diferencia hay?
     -Bueno, si no te acuerdas seguramente tengas dañada la parte del cerebro que se encarga de la memoria. Probablemente alguna otra también, porque ya me dirás a que venía todo eso de hablar con las ardillas.
   -Hay gente que le habla a sus perros. O a sus bebés. No es tan raro. Y por lo de mi nombre... Digamos que no me quiero acordar.
   -¿Cómo he de llamarte entonces?
   -¿Para qué quieres hacerlo?
   -Porque quiero pedirte un favor y estaría bien saber tu nombre. Necesito que me lleves en tu triciclo -añadió ella. De pronto, sonrió-. Nunca pensé que fuera a decir esa frase en mi vida.
   -¿Llevarte a dónde?
   -A donde sea...
   Su rostro se ensombreció y su mirada se apagó. Fue sólo un instante, pero él se dio cuenta. Se fijó entonces en sus ojeras, en su pelo alborotado, en su cuerpo cubierto en sudor y su vestido manchado de tierra.
   -Sube -dijo abandonando el triciclo y ofreciéndole con un gesto de la mano el asiento, ahora vacío. 

Caminos de papel (I)

Prólogo


El sol en su espalda, el viento en su cara, dejando que su sombra le guíe hacia la noche. Es temido y amado. Despreciado y respetado. Es hombre y es leyenda. Se sabe dueño de su propio destino. Es libre. La clase de libertad que sólo consigue un hombre a lomos de su triciclo. 

miércoles, 23 de octubre de 2013

La parábola del niño solitario.

   Salió volando por culpa de la explosión. Describió una parábola perfecta; era como si el rozamiento no influyera en su trayectoria. En el aire consiguió girarse y pudo ver su casa reducida a escombros, envuelta en llamas y sucia, muy sucia. Él había estado ahí hacía dos, ahora tres segundos, en su habitación, cuando se produjo la detonación.
Atravesó una nube y comprobó que no era más que vapor de agua y algodón de azúcar a partes iguales. Sólo le dio tiempo a pegar un bocado de camino al punto más alto de su viaje, otros dos segundos después, allá, dónde una vez hubo un arco iris un día que llovió y luego hizo sol. Hoy no había nada, sólo él cumpliendo a rajatabla la segunda ley de Newton, su preferida. Durante un instante dejó de subir pero no empezó a bajar. Fue muy, muy, muy poco tiempo, pero lo vivió como si fuera muy, muy poco tiempo, y creyó flotar.
Le sorprendió que le sorprendiera flotar cuando llevaba volando por encima de su pueblo natal un cierto tiempo. Siempre había pensado que volar sería mucho más emocionante que flotar, pero hasta que uno no sale disparado por culpa de una bomba no puede comprobarlo. Él pudo. Y entonces empezó a caer. A caer, a caer, a caer, a caer. Tardó exactamente lo mismo en bajar que en subir y recorrió la misma distancia. Así es la física.
El descenso se le hizo muchísimo más corto, eso sí. Casi todo el tiempo lo pasó pensando en como aterrizar. ¿Como un gato? ¿Como un paracaídas? ¿Como una albóndiga? Ya sabes, carne picada… No era la mejor opción, pero era la única que sabían hacer los seres humanos. Él era un ser humano también, ergo…
Pero había visto mucha televisión. No sólo series de acción o películas de vaqueros. Él, según qué veranos, se pasaba horas y horas delante de la tele y había aprendido mucho. Vaya si lo había hecho. Así que cerró los ojos, se puso paralelo al suelo con las piernas rectas, juntas, y los brazos estirados, en cruz. Justó antes del impacto, lo hizo. Doble carpado hacia delante. ¡Lo clava!

Entre aplausos de los curiosos allí reunidos, regresa cabizbajo a casa. Menuda le va a caer cuando su madre vea el estropicio que ha montado…   

miércoles, 16 de octubre de 2013

16 de octubre (otra vez).

Al entrar en su habitación me di cuenta de que algo no iba bien. ¿Qué era eso que se veía con total claridad? ¡El suelo! La luz otoñal que se colaba por la ventana podía por fin completar su recorrido sin verse interrumpida por capas y capas de ropa, tanto sucia como limpia como snif snif, meh, aún vale. 
            Ya en el pasillo, y una vez hube cerrado la puerta con el extraño pomo que funcionaba desde no se sabe cuantos siglos de manera inversa a la estándar, intenté encontrar pistas que me dijeran qué estaba pasando ahí. Silencio. Total y absoluto silencio. Y de repente…
     La puerta. No están llamando, es otra cosa. Arañazos. Me aproximo lentamente, pues no me quiero cansar. Apoyo mi mano de abrir puertas en el chisme de abrir puertas, ejerciendo la acción de abrir puertas para, finalmente, abrir la puerta. Del otro lado, una bestia salvaje se me abalanza con sus fieras garras y sus temibles colmillos. ¡Es Luíña!

     -Lúa, ¿qué está pasando aquí?

     Obtengo por respuesta su cuerpo sobre mis pies, boca arriba, rodando y rodando.

     -¿Aún no sabes hablar?
     -No.
     -Vaya por dios… ¿Y Fiona? ¿Dónde está Fiona, Lúi?
     -Sígame por aquí, perro de dos patas.

     Salimos al mundo exterior, en el que el cielo, siempre gris o azul o negro, es visible sobre nuestras cabezas. Ahí encontramos a Fiona. Siempre majestuosa, elegante y con cara de papona.

     -Fío, ¿qué está pasando?
     -Estoy amasando.
     -¿Desde cuándo?
     -Miau.

     Otro callejón sin salida. Otra ventana sin cristal. Una última bala. Bajo las escaleras, salto la verja verde que alcanza en su punto más alto los 30 centímetros de altura. La exuberante naturaleza del jardín de abajo me abruma. Veo a Manolito correteando con gracilidad, desnudo, liberado de su armadura, fumando un cigarro, pero él no es mi objetivo.
     Rodilla al suelo, mano en la tierra que hace menos de un año fue excavada.
    
     -¿Qué está pasando?

     Espero la respuesta, que no tarda en llegar desde abajo, desde muy arriba.

     -Ya no está.
     -¿A qué te refieres? ¿Ya no está como tú?
     -No, justo lo contrario. Yo no estoy en este mundo pero sí en esta casa. Ella al revés.
     -¿Dónde?

El sol, saliendo por el mar y poniéndose por la tierra, ilumina y calienta unas calles repletas de mezcla. De espaldas a los coches, ella lee un cartel en una lengua que todavía no domina. Pollastre. Y se ríe. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Muñones.

odjodfodjfjfosjofjajfoafofhhvoofsodfsosdfossdojojvcdhdodsahdahogoffffjoidosohfgddspssdsjodvndsdoshffououuoshuofdsfsdojfoiefhbvncxx,lldssoewoforgurwewewpeopccoioissdeedhdfsdsñdlljfeoieoeoidfdjdssdfddjdsjdjdsoeioeruerowasdjchhdfdhdshdfodsfhgheoefhslodsjsdflosjsdjdjdjildsjildsjidsjisdfijksduifsduirsjidsfjnvcnhdfsjhdsfjdsfjsaieijkdshfdsuhjsujsdjuhdsujhsdhudsfuhjsa

viernes, 4 de octubre de 2013

En la distancia.

Ahí estás, una vez más. No sé cómo, pero siempre te acabo encontrando. O tú a mí. Puede que el buscarte entre la multitud cada vez que existe la mínima posibilidad de que te halles entre ella ayude. O puede que sea magia. 
Y siempre sucede igual, menos algunas veces, y es así:
Te veo por casualidad al buscarte y entonces ya es demasiado tarde. Una, dos, tres veces mi mirada se dirige hacia ti, hasta que me ves. Entonces yo hago como que no, para que seas tú la que tomes la iniciativa, la que des el primer paso. Cuando vuelvo a mirar ya estás viniendo hacia mí, como siempre sonriente, pero tu incapacidad para atravesar a la gente retrasa el encuentro. Soy yo el que tengo que hacer el esfuerzo, que no me cuesta nada, de sortear el entramado de personas que se empeñan en separarnos, ahora y siempre. Hasta que por fin lo conseguimos, uno frente al otro. Es entonces cuando se vuelve raro. 
¿De qué hablar tras todos estos años? La fluidez, la capacidad para entablar conversación, ha desaparecido, si es que algún día estuvo ahí. Cuando los temas se agotan, más pronto que tarde, cada uno vuelve a lo suyo, siempre sin despedirse. Y es entonces cuando se vuelve aún más raro. 
Porque después de eso vuelvo a buscarte con la mirada y ahí estás tú, mirándome. Una vez. Y otra. Y otra. Y siento que necesito acercarme de nuevo. Sé que no tengo nada más que contar, nada que añadir, pero no puedo evitarlo. Y vuelve a suceder. 
Un leve intercambio de palabras y silencio. Un silencio que se asemeja mucho a los denominados incómodos. Y sin previo aviso nos volvemos a separar, para volver a unirnos casi al instante donde nos sentimos más cómodos: en la distancia. 
Porque ahí, a varios metros el uno del otro, donde hablar es inútil, simplemente mirándonos, es donde más cómodo me encuentro. Porque contigo no quiero hablar. No necesito hablar. Cuando estamos cerca yo lo que quiero es estar. Es sentir. Es mirar. Es besar. 

jueves, 3 de octubre de 2013

Silencio.

Está sola, en el pasillo, como todas las noches. Es su sitio favorito, donde más cómoda se encuentra. El largo pasillo del viejo psiquiátrico abandonado. Antes solía pasar las noches en aquella casa cerca del río, pasando el puente, antes de entrar al bosque. Se tuvo que mudar en cuanto se enteró de que la habían comprado unos empresarios de la capital para abrir un restaurante de lujo en el pueblo. Vagó durante días por el frondoso bosque, avanzando lenta pero constantemente de noche, descansando de día, buscando dónde refugiarse. El edificio se lo encontró por casualidad. Ella no sabía que estaba ahí, pero le pareció el sitio ideal para instalarse. 
Entró por una ventana, por la misma por la que había entrado años atrás, supuso, la rama del árbol que crecía a escasos centímetros de la fachada oeste del psiquiátrico. No le costó mucho encontrar el sitio perfecto. Durante unos días fue feliz, creyéndose sola en su pasillo, sin más compañía que la de su inseparable amigo el silencio. 
Y así está esa noche, sola, en el pasillo, como todas las noches. Es su sitio favorito, donde más cómoda se encuentra. Pero el largo pasillo del viejo psiquiátrico abandonado no es el lugar tranquilo que ella pensaba que era. 
Para empezar, esa noche no está sola. Tendría que haberse dado cuenta hacía tiempo. ¿Hacía cuánto que no oía al silencio? En su lugar primero el crujir del cristal de una ventana, la misma que ella había usado para entrar días atrás. Después, el sonido que más la aterrorizaba del mundo entero: pasos. 
Con los pasos, las voces, y ella allí, atrapada al final del pasillo del segundo piso. A su derecha, puertas y más puertas, todas cerradas, a lo largo de la pared. A su izquierda lo mismo. Suponía que eran habitaciones, y que esas habitaciones tenían ventanas. No podía arriesgarse a entrar en ninguna de ellas, no esa noche. De frente, los pasos. Y las voces. Lejos aún, pero acercándose a ella. Y pudo ver... Y eso hizo que se pegara más a la pared. La luz barría el suelo de izquierda a derecha. Se paraba ante cada puerta y desparecía dentro de cada habitación durante unos segundos, pero siempre volvía. Y cada vez era en las puertas más próximas a ella donde la luz se detenía. 
Ella estaba acurrucada, reducida a su mínima expresión, muerta de miedo ante el inevitable encuentro. Si tuviera corazón, los latidos de éste la delatarían sin dudarlo. Una de las voces dijo algo y ella vio como la luz dejaba de barrer el suelo para avanzar en su dirección. Más y más cerca, rozando sus pies, ella plegándose sobre sí misma, hecha una lámina contra la pared, siendo la pared. Y luego nada.  

Los chicos salieron del viejo psiquiátrico abandonado por la misma ventana por la que habían entrado, la que habían tenido que romper para poder pasar, algo decepcionados pero a la vez aliviados. Esperaban que hubiera algo sobrenatural allí dentro, algún fantasma, ruidos inexplicables, pintadas con sangre... Pero nada. Nada de nada. Sólo silencio y oscuridad. 

martes, 1 de octubre de 2013

Borrador

Interior. Cafetería. Media tarde. Sentado solo en una mesa sin más sillas que la suya, teclea frenéticamente entre sorbo y sorbo de su cada vez más frío café con leche. El tecleteo sirve de base para las decenas de alegres conversaciones que tienen lugar a su alrededor. Cuando no sabe qué escribir sigue tecleando para mantener el ritmo, que no cese ese murmullo percusivo, y que no se le enfríen los dedos. Al hacerlo teclea cosas sin sentido, por supuesto, pero ya tendrá tiempo después para borrarlo, para reescribirlo. Lo importante es no perder jamás el ritmo. Puede estar pidiendo otro café, esta vez solo, con azúcar, luego no tan solo al fin y al cabo, y ni así detener el baile de sus dedos sobre el teclado de su portátil, el cuál, como si de un vegetal se tratara, sólo se mantiene con vida mientras está enchufado. Tirar del cable significaría un fundido a negro y una pérdida permanente de todo lo hasta ese momento volcado sobre la blanca hoja virtual. Decide guardar. Quizás no debería haber usado la expresión “vegetal”. Resulta un tanto violento. ¿Persona con daños cerebrales irreparables mantenida artificialmente con vida mediante el uso de máquinas? Se queda en vegetal. Total, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Una manifestación delante de su casa de esas “personas”?, piensa. ¡Vaya si le gustaría presenciar semejante evento…! Sus, como se dice, sus pancartas no, los cánticos que se gritan… ¿Consignas? Sí. ¿Sí? ¿Proclamas? Lo que sea. Vamos, que bip bip bip y como mucho biiiiiiiiip. Se ríe. Dice bip bip en alto, sin darse cuenta, pero nadie le mira. Están absortos en sus conversaciones. O absortos sin más, que también ocurre. A él le gustaría estar hablando con alguien y no dejándose las yemas en ese estúpido teclado negro, pero qué se le va hacer. Además, es mentira, es gris. Negra es su alma de poeta que… Y se pega un tiro. Menos no se merece tras vomitar eso en su obsesión por no perder el ritmo, el ansiado ritmo, el tocotó tocotó, si fuera un caballo, el tíquiti tíquiti tí de la tecleación que brota del fondo de su tercera taza de café. Ljkljll y al sacar la mano del bolsillo descubre que no tiene dinero para pagar. No le sorprende. Decide aplicar su método preferido, su único método, para salir no sólo de esta, sino de todo tipo de situaciones: esperar a que algo pase. Y ese algo resulta que acaba de entrar en la cafetería, justo a tiempo. Pelo negro y largo, ojos claros, pechos. Su prototipo de mujer. La sigue con la mirada. La de ella barre el local buscando probablemente a algún amigo o novio. Sea lo que sea parece no encontrarlo. Camina lentamente hacia él. Quizás sólo busque un sitio donde sentarse. Todas las mesas están ocupadas. La de él es la única con menos de dos personas. Exactamente con una. Sus miradas se cruzan por primera vez, pese que a él no le acabe de convencer esa expresión. Una mirada, piensa, es como un rayo que sale de los ojos de una persona siguiendo una trayectoria rectilínea hasta donde la capacidad visual de cada uno alcance. Que se crucen las miradas de dos personas sería como si lo hicieran dos espadas. Un choque, empate y ya. Lo interesante es cuando esos rayos, la mirada, no se cruzan, sino que penetran en los ojos de la otra persona. Igual que con las espadas, vamos. En el cruce pueden saltar chispas, pero es la penetración lo que se busca. Y sí, resulta raro ponerse a divagar sobre estas cosas mientras sostienes la mirada a una chica que se te acerca irremediablemente, inevitablemente, pero él es así, esclavo del ritmo y de la cafeína. ¿Merece la pena parar, dejarlo ahora, con tal de no perder el combate cuyo premio es el propio contrincante? ¿Cómo se sabe cuándo es el momento de dejar de escribir y responder al hola que ella acaba de pronunciar? Hola. Hablar y escribir a la vez es muy complicado, así que si no te importa que escriba lo que digo y no al revés, cosa que sería infinitamente más extraña… dice él, como en este caso. Podría parar, sí, pero este no es el final. ¿Qué cual es, preguntas divertidamente intrigada? Desde el momento en que entraste por esa puerta lo supe, hace ya casi medio minuto. El final está a una pregunta tuya. A dos palabras que tu dulce voz ha de pronunciar. No, esas no son. Además, no te lo puedo decir, tendrás que esperar a leerlo. Se queda callada, la cabeza ligeramente ladeada. Se aparta un mechón de la cara, pensativa. Y sonríe. Cree que tiene la respuesta. Oh, ¿la tienes? ¿Eso crees? Está bien, adelante. ¿Quieres una cuenta atrás? Veintiséis. Veinticinco. Veinti… Vale, vale. Tres. Dos. Uno. Ahora él sonríe al decir: Puedes, si me invitas al café. 

jueves, 29 de agosto de 2013

Relato sin título. Podría llamarse, no sé, de verdad, no sé... mmmm, nada, ni idea.

-¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? ¿Y esa sangre? ¿Qué...? ¿Y tú mano?
-El cocodrilo -dijo en un susurro, gastando su último aliento antes de morir. 

Me acerqué al cuerpo inherte, intentando no pisar la sangre. Iba en chanclas y no quería mancharme los pies. Me puse de cuclillas a su lado y le pinché en un costado con un palo. Había uno allí, en el salón. ¿De dónde había salido ese palo? Ese misterio no podía quedar sin explicación. Lo observé de cerca. Era un palo muy bonito, muy recto pero con un acabado rústico. Mediría algo menos de medio metro. Era ligero y contundente, muy agradable al tacto. Traté de recordar. ¿Lo había cogido yo en alguna de mis excursiones al bosque adyacente a mi casa? No era posible. Nunca había ido a ese bosque. Es más, no existía tal bosque. Me estaba confundiendo con el que había al lado de una casa rural a la que habíamos ido hacía dos veranos. 

Me puse de pie. Estar así agachado mucho rato acaba con las rodillas de uno. Además, la sangre fluía como un río de sangre hacia mí. Ojalá se hubiera desplomado sobre la alfombra, pensé. De ese modo la sangre se habría concentrado en ella. Pero no. Mi hijo yacía sobre la recién colocada tarima flotante. ¡Maldita sea! Tendré que esperar a que venga mi mujer para que limpie este estropicio. Y mientras tanto yo aquí, sin saber de dónde viene este palo. 

Palo. Hijo muerto. Palo. Hijo muerto. Palo. Hijo muerto. Hijo muerto. Palo. Mis ojos pasaban de uno a otro somo si estuvieran disputando un emocionante partido de tenis, sólo que en este caso observaba dos objetos inanimados. Pero entonces recordé. 

El palo lo había traído mi hijo. Había llegado esa misma mañana de sabe Dios dónde y traía consigo ese magnífico palo. Mira papá, me dijo, mira que palo más magnífico traigo conmigo. Sí, hijo, sí. ¿No te gusta papá? No me toques los cojones, hijo. 

Por eso estaba el palo ahí. No, espera. Mi hijo se había ido llorando, por las alergias supongo, y el palo iba con él. Intenté recordar más. Estaba muy cerca ya, un último esfuerzo. Hijo. Palo. Hijo llorando con palo. Malditas lagunas. El alcoholismo, por mucho que digan lo contrario, no me había ayudadon con mis problemas de memoria. Hijo. Palo. Hijo llorando con paloHijo muerto. 
No. No era así. Hijo. Palo. Hijo llorando con palo. Cocodrilo. Hijo muerto. ¡Claro! Ahora lo recuerdo todo. Como un flash viene a mi memoria lo sucedido hace dos minutos. 

Mi hijo entrando en el salón con el palo. Mi hijo preguntándome si puede ir a jugar con el cocodrilo. Claro, hijo, claro que puedes. Eh, eh, eh, ¿a dónde te crees que vas con ese palo? El palo se queda aquí. ¿Pensabas usar el palo con el cocodrilo? Qué eres, ¿maricón? Anda, largo. 

Ahora recuerdo haber escuchado un estruendo como de fauces cerrándose violentamente y el característico sonido de una mano siendo amputada. Y entonces llegó mi hijo y murió aquí, ante mis propios ojos. 

¡Maldito cocodrilo! La rabia inundó mi ser como la sangre de mi primogénito inundaba el salón. Pasé sobre su cadáver y me dirigí a su habitación siguiendo el rastro de sangre. Allí estaba, en el suelo, inmóvil, el asesino de mi hijo. Lo agarré por la cola, lo arrastré por el pasillo y lo lancé por el aire. Lejos, muy lejos, hasta la carretera. No pasó mucho tiempo hasta que un coche le pasó por encima. Mi venganza se había completado. 

Así que, cariño, respondiendo a tu pregunta: Sí, el Cocodrilo Sacamuelas que está destrozado en medio de la calle es el de nuestro hijo.

miércoles, 28 de agosto de 2013

De noche

No estoy solo en mi habitación. Hay algo más. ¿O alguien? No, alguien no. La luz está encendida, si hubiera otra persona la vería. O quizás no... 

Ruedo sobre mi espalda, lanzó la mitad superior de mi cuerpo hacia el suelo, apoyando las manos en el frío suelo de baldosas. Las piernas permanecen arriba, en la cama. Ahí no hay nadie.

Noto algo detrás de mí. Levanto la cabeza. No veo nada. Vuelvo a mi posición inicial sobre el colchón. Y entonces lo oigo. No, antes de oírlo lo siento. 

A mi izquierda, un redoble de pisadas anuncian su llegada. Me giro y lo veo. Me ve. Se para. Un escalofrío recorre mi espina dorsal. La suya está formada por decenas de vagones. De cada uno de ellos emergen docenas de patas. Comienza a ascender por la pared. 

Él está más asustado de ti que tú de él. Los cojones. Da un millón de pasos, avanzando un centímetro en dirección a mis pies, subiendo y subiendo. Amenaza con caerse. Dios mío, se va a caer.

Cinco patas en el aire, otras trescientas aun en contacto con la pared. No por mucho tiempo. Lo veo a cámara lenta. Prácticamente oigo el grito mientras cae. El sonido que me llega claramente es el ruido seco que produce al impactar contra el colchón. Me incorporo tan rápido que por un momento consigo verme a mí mismo tumbado en la cama, con el terror dibujado en mi rostro, mientras veo al bicho colarse entre el colchón y la estantería. Respiro. Mierda...

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. ¿Qué coño es eso? ¿¡Qué coño es eso!? ¿¿¡¡QUÉ COÑO ES ESO!!?? Dos, cuatro, seis, ocho patas hacen una araña. Tiene el tamaño de una pelota de tenis y está en el suelo, junto a la puerta, a un metro de mí. Un puto metro nos separa. 

Intenta pasar por debajo de la puerta. Es como si un elefante quisiera entrar por mi ventana. Decide trepar. No lo consigue. El ruido de sus miembros contra la madera es ensordecedor. Saltan astillas. 

En un segundo pienso en ochocientas noventa y dos armas que puedo usar contra la araña. Mierda, mierda, mierda. ¿Cojo el libro? Lo tiro desde aquí y se acabó. Me da igual despertar a mis padres, lo entenderán. Es ella o yo. Los tenis... Los tenis están en el suelo. En el suelo está la araña. No pienso acercarme ahí. Un momento...

Sobre el estante está el matamoscas. Spray. No tengo que acercarme. Lo cojo y apunto. Aprieto. No le gusta. No le gusta nada. Pero no se muere. Patalea y la baldosa se llena de arañazos. Se acerca. Busca el refugio de mi cama. Vuelvo a apretar el gatillo. Esta vez no lo suelto. Se acerca. No se muere. Tengo el dedo congelado y la maldita araña no se muere. MUERE, HOSTIA, MUERE. 

Empiezo a intoxicarme y la araña, cubierta de una capa de insecticida, sigue acercándose.  Ojalá tuviera un mechero, pienso. Lanzallamas y se acabó. ¿POR QUÉ NO SE MUERE? NO, NO TE METAS DEBAJO DE MI CAMA. ¡NO! Se trastabilla, retrocede, gira, se cae. Dos, cuatro, seis, ocho patas dejan de moverse. Respiro hondo, aliviado. Toso.


lunes, 19 de agosto de 2013

Ohio

-Toma, conduce tú. 
-¿Yo?
-Sí, tú, Jimmy. 
-No me llames Jimmy. Jimmy es mi padre. 
-Bueno, pues conduce, James -dijo Jack mientras le entregaba las llaves del coche que acababan de alquilar. 
-¿No puede conducir John?
-¡Que conduzcas tú, hostia ya!
-Vale, vale. 

Jimmy se subió al coche. Jimmy no, James. Jimmy es su padre. Tras él (en el tiempo, no en el espacio) subieron Jack, John y el otro Jack, Jack Johnson. 
James introdujo la llave en el contacto. Ajustó el espejo retrovisor, se puso el cinturón de seguridad, comprobó que el volante estuviera unido a la columna de dirección tirando de él enérgicamente y, con un leve pero eficaz giro de muñeca, arrancó el coche.

-Brrrumm, brruuumm -dijo el coche. 
-Bueno, ¿a qué esperas? -le espetó Jack. Jack era mucho de espetar las cosas. 
-Un segundo, déjame que... mmm... ¿lleváis todos el cinturón puesto? ¿Sí? Sí, lo indica aquí. Hay que ver qué modernos son estos coches de ahora, ¿no? Recuerdo cuando mi padre, Jimmy, tenía que atar nuestro viejo coche, un Ford del 72, al tren que pasaba cerca de casa para que cogiera la suficiente velocidad para arrancar. Si no no había manera. Y mira ahora, con lucecitas que dicen quién lleva el cinturón puesto y quién no. 
-James, cállate y arranca. 
-Sí.

James, visiblemente nervioso, alternaba la mirada entre el espejo retrovisor y la extraña palanca de cambios. Desde el asiento trasero, Jack (Johnson) se dio cuenta de lo que pasaba.

-Oye, James, nunca has conducido un coche de estos, ¿verdad?
-Qué dices... Cientos de decenas de veces. 
-Ya. Pues mete primera y vámonos. 
-Sí... 
-Ja -comenzó a reír Jack, sentado en el asiento delantero derecho, puesto que el izquierdo era el reservado al conductor- jaja -concluyó-. James, James, James, James, James...
-¿¡James qué!? -vociferó rojo como un globo rojo James. 
-¡No sabés conducir un coche automático!

Tres cuartas partes del coche entero estallaron en carcajadas. James no sabía donde meterse. Lo que decía Jack, por mucho que le costara admitirlo, era cierto. Su padre no le había enseñado a llevar un coche con cambio automático. Tampoco le había enseñado a afeitarse, puesto que Jimmy, el padre de James, había sido barbilampiño de nacimiento. A James la barba le llegaba desde diez centímetros más abajo de la barbilla hasta su cara.

-No, no sé... -admitió finalmente tras veintidós minutos de risas continuas.

Jack, secándose las lágrimas con su mano derecha, empujó la palanca con su mano izquierda desde la posción neutra hasta la de echar a andar.

-Ya está. Ahora sólo tienes que acelerar y frenar. Y girar, claro. Pero no hay marchas ni embrague ni todas esas mierdas del siglo XVII que utilizan los europeos en sus coches. ¡ESTO ES AMÉRICA!

James, henchido de orgullo nacional, hundió el pie derecho en el acelerador. Los cuatro muchachos comenzaron a gritar al unísono el nombre de su gran patria, ¡A-MÉ-RI-CA!, aunque John no podía evitar decir entre dientes y a toda velocidad "Estados unidos de" antes de cada grito, lo que pronto le dejó sin respiración y casi muere de la forma más tonta. Enfilaron la carretera dejando atrás el polvoriento aparcamiento. Comenzaba para ellos el verano de sus vidas.

viernes, 2 de agosto de 2013

La biblia. Génesis. Parte 1.

Día 1. Nazco. No es exactamente un nacimiento, más bien una creación espontánea. Antes no había nada, ahora haigo yo. Mi castellano es algo rudimentario, pues quedan millones de años, o miles, hasta que se invente. Decido llamarme Dios, acrónimo de "Debería Intentar Oír el Silencio", una frase de mi canción favorita en el futuro, cuando se invente la música. 
 
Día 1. No existen los días, pues no existe una Tierra que rote periódicamente sobre su eje, por lo que este diario es bastante confuso. Tendré que crearla, pues. 
 
Día 1. Mi primer intento de crear la Tierra no ha salido como esperaba. Me ha quedado demasiado grande y terriblemente gaseosa. La voy a poner aquí, algo alejada del Sol. Había creado el Sol antes, claro está, porque todo estaba muy oscuro y frío.
 
Día 1. Este nuevo planeta, que tampoco va a ser la Tierra, me ha salido algo más pequeño que el otro, pero igualmente gaseoso. Ni con un aro alrededor me ha convencido para crear la vida en él.
 
Día 1. Otros dos a la basura. A la basura no, pero los he mandado aún más lejos del sol. Son azules, bastante bonitos, pero les falta contundencia. Voy a hacerlos con roca. 
 
Día 1. Buah, menuda puta mierda acabo de hacer. Este para el fondo, ni planeta debería llamarse. 
 
Día 1. Debería descansar. 
 
Día 1. Uno que no me había salido mal, pequeñito y acogedor, lo he puesto demasiado cerca del sol y como que no funciona. Otro bastante mono, rojizo él, creo que lo he dejado demasiado lejos, pero podría servir. 
 
Día 1. Ahora sí. He hecho dos practicamente iguales. Ya le he cogido el tranquillo. Los voy a llamar Tierra 1 y Tierra 2. Que cada uno gire para un lado, pero que el Tierra 1, el más cercano al sol, lo haga mucho más despacio que el 2. Voy a volver a descansar. Mañana, ahora que ya existe, sigo.

domingo, 28 de julio de 2013

A ti.

Argentina. ¡Qué lejos y a la vez qué más lejos aún! Llegaste a mi vida hace diez o veinte o treinta años, no recuerdo bien, como un día de verano: en agosto. Te vas del mismo modo, sólo que en avión. Mucho más espectacular y por ello te felicito: felicidades. Cierto es que serán sólo 6 meses, que si los pasas a días y después nuevamente a meses se quedan en menos de 5, a no ser que hagas las cuentas bien, que entonces sí que son exactamente 6 meses de nuevo. Como todo el mundo sabe, Argentina es la tierra que vio nacer a Jesucristo, rey de Egipto y capitán de los franceses. No pasa nada si esto no es así, no soy una persona que se preocupe de cometer fallos garrafales en los datos que doy. Y además, da igual cómo sea Argentina, eso no es lo importante. Lo importante soy yo. Luego, en menor medida, tú. Y haciendo gala de mi infinita y abrumadora humildad cambiaré ese orden por una vez y serás tú la protagonista. 
Deduzco de mis propias palabras que eres una chica. Tenía mis dudas, pero ha de ser cierto si lo digo yo. Tienes nombre de chica, eso es verdad, aunque para ti los nombres no son importantes. Al menos no los que todos llevamos impresos en el documento nacional de identidad (no pongo DN.I porque no sabía si tenía que poner puntos entre las siglas o no). Si tuvieras la misma habilidad para hacer algo de provecho como la que tienes para inventar nombres ahora serías una mujer provechosa. Pero esa no es tú única cualidad. 
Amas a los animales. No tanto como para no comertelos pero si lo suficiente como para abrazar a un pobre xatiño enfermo para que se ponga bien. Y los acaricias. A todos. Perros, gatos, abrigos de pieles, más perros... Esta obsesión seguramente venga de tu infancia, cuando tenías que jugar sola en el parque porque no tenías amigos. O cuando subías también sola a un tiovivo y saludabas a tu madre en cada vuelta. No pasa nada. Los animales fueron tus amigos. Y después algunas personas, que de algún modo conseguiste engatusar contra su voluntad. Yo entre ellos. 
Y en esto se resume tu vida, más o menos. La mía es mucho más rica en detalles, pero como dije antes, no estoy aquí para hablar de mí. No hoy. Porque yo me quedo. Tú te vas. No hoy. Ni mañana. Ni pasado. Bueno, depenede de cuando estés leyendo esto. Pero te vas. Despegas en pleno verano para aterrizar en pleno invierno. ¡Un viaje en el tiempo! Más o menos. Uno de los cutres. Molaría que fuera un viaje al pasado o un asunto así. Vaya si no.... (cuatro puntos suspensivos porque me los puedo permitir). 
Ahora te dejo con esta canción. 



La canción la tienes que poner tú, a tu elección, una vez acabes de leer esto. Yo no puedo hacer todo.
 

martes, 26 de febrero de 2013

Monstruos


-Papá, ¿existen los monstruos?
-Sí.
-Ah…
-Venga, duérmete.
-¿Pero y los monstruos?
-¿Qué pasa con ellos?
-¿De verdad existen?
-¿Otra vez? Sí, existen.
-Pero los monstruos son malos.
-No todos. Los hay buenos.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Historia de la religión


-¿Pero cómo vamos a venir del mono? Venga hombre…
-Me vas a decir que nunca habías oído eso.
-Sí, claro que sí, pero es que me hierve la sangre cuando la gente lo insinúa.
-Eh, yo no lo insinúo, lo afirmo rotundamente. Es un hecho.
-Estarás de coña, ¿no?
-Joder, que hay miles de estudios y pruebas. Como decía Darwin…

sábado, 19 de enero de 2013

Cuba (Final)

Entre que empezamos a beber en el Dos Gardenias y llegamos al hotel pasaron cosas, pero convenientemente decidí elipsarlas en el anterior capítulo.

Cuba (Parte 8)

En La Habana hay dos Casas de la Música. Una que está guay, céntrica,  petada de estudiantes divirtiéndose y múltiples grupos tocando, y otra que está en las afueras de las afueras en donde no han visto a un extranjero en su vida. Nosotros fuimos a ésta última.

jueves, 17 de enero de 2013

Cuba (Parte VII)

El museo de la Revolución era lo que su propio nombre indica: un museo sobre la Revolución llevada a cabo por la gente esta. Os conté la historia de este islote hasta que echaron a los españoles. Después de eso pasaron cosas. Vaya si pasaron...

Cuba (Parte Vpalo)

La visita a la ciudad que hicimos por la tarde no estuvo mal. Fuimos al hotel donde se solía alojar Hemingway. No nos lo explicaron, pero debe ser que en ese momento o bien no estaba en la isla o había cambiado de costumbres. M había acordado la noche anterior encontrarse con la contacto, llamémosle P (de puta), en el mismo hotel. El agente T se encargó de distraer a los posibles curiosos interpretando una cautivadora sonata en el piano que había allí en el recibidor, momento en el que P le entregó la documentación necesaria a M. Le pudimos echar un vistazo en la propia azotea del hotel mientras tomábamos un (sorpresa) mojito. Se trataba de un mapa en el que estaban marcadas las localizaciones más probables donde podría estar nuestro objetivo.

miércoles, 16 de enero de 2013

Cuba (Parte B)

La prostitutriz estuvo hablando largo y tendido con nuestro compañero, llamémosle por su nombre en clave, M. Los demás disfrutábamos de copas baratas y disimulábamos lo mejor que podíamos. Ya llevábamos más de 24 horas sin pegar ojo, así que decidimos volver al hotel. Nos agenciamos otro par de taxis ilegales de esos que tanto usaríamos en nuestra estancia en Cuba. Un taxi ilegal es un coche. Hay una persona dentro que se ofrece a llevarte de un punto A a otro punto B. No tienen taxímetro, el precio se negocia antes. Los coches cubanos son de cinco o seis plazas, así que tienen capacidad para seis o siete pasajeros. Los taxeros de esa noche eran amigos, así que decidieron hacer la típica carrera tras arrancada en semáforo. Nuestro coche perdió. Lógico, ya que como nos informó nuestro piloto el otro vehículo disponía de óxido nitroso. Llegamos sanos, salvos y muertos de sueño al hotel. 

Cuba (Parte IV)

El Diablo Tuntún. Si me dieran un dólar por cada vez que había oído hablar de ese sitio antes de llegar a Cuba tendría cero dólares pero cierta curiosidad por el lugar. Llegamos al local en cuestión. No sé que día de la semana era. ¿Jueves? Creo que sí. El sito estaba abarrotado de mesas vacías. Una banda tocaba música en vivo para el deleite de los allí presentes, que en parte éramos nosotros. Recordando que nos estábamos haciendo pasar por Ingenieros puse a funcionar mi celebro lógico (nota: a la agencia esta a la que pertenezco se puede acceder sin el graduado escolar) y decidí hacer una pequeña broma al camarero, un chascarrillo si me permitís la expresión, aunque me da un poquitín de repelús, como también lo hacen las palabras poquitín y la propia repelús. Apoyé mi codo sobre la barra y con mi mejor sonrisa pedí "un españata". Los que habéis estudiando entenderéis la broma. 
Todo eso no llegó a suceder ya que otra cosa llamó mi atención antes de llegar a cometer semejante crimen contra el humor, el alcohol y los derechos humanos. Una señorita, que podría tacharla de prostituta por el aspecto y que en efecto ejercía la prostitución, se acercó a uno de mis "amigos" y le habló en inglés con acento cubano: "Hellllo, mi amool". El acento cubano, como podéis ver, se basa en las "eles" las "oes" (¿"os"?) y en la palabra "amool". El le contestó: "Hello, pero soy de España". Era lo que la prostiputa estaba esperando oír. Habíamos encontrado a nuestro contacto. 

El hombre que nació dos veces.

Era octubre de 1979, así que avanzaremos hasta el 14 de enero de 1989 (buena añada). Dos días después nacía en la cuestera ciudad viguesa de Vigo-ciudad una persona que acabaría llamándose con el paso del tiempo por su propio nombre. Era un niño de la raza bebé. Los médicos aplaudieron, aunque uno lo hacía mal, descordinadamente, lo que provocó la primera carcajada de la imberbe criatura. 
Sus padres debatieron largo y tendido sobre el nombre que debían ponerle. Al final pudo el miedo a que se rieran de él si le llamaba Gumersindo y se acabaron decidiendo por el elegante nombre de Carlos. La criatura fue creciendo a un ritmo endemoniadamente endiablado hasta alcanzar una altura máxima de dos metros cincuenta y siete centímetros (2,57m) el 21 de marzo de 1995. Fue una cosa puntual que sucedió principalmente por un empacho de petisuis y una posterior siesta de cerca de 198 horas. Encogió hasta límites creíbles pero siempre rondando los dos metros de puntillas. 
Vivía en su casa, situada al lado de unas misteriosas ruinas que parecían datar de los tiempos en los que se habían construido. El emplazamiento, justo en lo alto de una colina, pudiendo parecer el mejor, acabó por decepcionar al pequeño Carlos con el paso del tiempo. Corrían los locos años 2000 cuando se enteró de la existencia de un lugar donde el sol jamás se ponía. Carlos era un fanático del sol. Tenía la habitación empapelada con posters suyos. Lo que hizo que su sangre hirviera hasta la ebullición fue descubrir que ese mágico lugar de sempiterna claridad se encontraba a menos de 200 metros de su casa. 
Todo esto es muy bonito pero a nadie le importa una mierda. ¿Por qué nació dos veces? Sé que os estáis preguntando eso con toda la interrogación que puede llegar a acumular vuestro ser. Me gustaría decir que la segunda vez fue cuando salvó a un bebé de las fauces de un león en un edificio en llamas durante un tiroteo, pero no. 
El criajo, si hacéis las pertinentes cuentas con los datos proporcionados por mi persona al principio de este coso, nació un 16 de enero (¡anda, si es hoy! (si es que lo estás leyendo hoy, 16 de enero de 2013)). Sin embargo, legalmente nació dos días antes de nacer. ¿Coincidencia? No tiene sentido usar esa palabra ahí. Los más respetuosos y putrefactos historiadores todavía siguen discutiendo con vehemente dejadez el porqué de este hecho misterios y enigmático a partes proporcionales dos a uno una respecto a la otra. Que si su abuelo se confundió al dar la fecha en el registro, que si nada más nacer decidió jugar durante dos días al escondite, viajes en el tiempo, extraterrestres, conspiraciones judeo-masónicas... Qué más da. 
Aunque oficialmente se diga una cosa, todos celebramos su cumpleaños el día en que nació, pero de años venideros, claro, no nos vamos a estancar en el 16 de enero de 1989 cuando todavía no había nacido yo. 
No permitáis que unos papeles os digan quienes sois o lo que tenéis que hacer. Eso sí, leedme a menudo e invitadme a copas si me veis por la calle. 


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Hai unha gaivota
pousada no tellado
arredor o chan 
está todo mollado. 

Unha luz alaranxada
entra pola fiestra
hoxe celebramos
un día de festa.

Cumpre anos Carlos
el de los cojones largos. 

Felicidades. Fdo (firmado en idioma abreviaturizado): Yo. 

martes, 15 de enero de 2013

Cuba (Parte III)

..A. Pertenecíamos a las SSA: Super Secret Agencies. Las SSA son un conglomerado de agencias supersecretas que se dedican a hacer cosas supersecretas con métodos supersecretos. 
Esto me recuerda al juego de decir superhéroes: Superman, Superwoman, Superbatman... No, espera. Superman, Superwoman, Superperro, Supercebolla, Superchero, Superro, Supercalamargigante, Superación...