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Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 6 de diciembre de 2013

Caminos de papel (VI)


5
El fin del viejo mundo”, de F.R. Dobs y “El bravo Johnson”, de D. Okele

   -Érase una vez... ¿Sabes qué?
   -¿Qué?
   -Te lo voy a contar como me lo contaron a mí cuando era pequeño: ¡Con marionetas! Vamos ahí, a ese pequeño claro -y fueron allí, a ese pequeño claro.
   -¿De dónde vas a sacar las marionetas? -dijo Edja, sentada ya en el salvaje césped. 
   Ehl fue de aquí para allá, recogiendo pequeñas ramas y otros utensilios. En menos de treinta y siete minutos lo tenía todo preparado. El claro sería el escenario, no había necesidad de construir ninguna estructura. Inertes yacían dos marionetas anatómicamente asimilables a un humano (a dos, para ser exactos), junto con un montón de monigotes más pequeños y más toscos, sin articulaciones ni proporciones realistas. Ehl carraspeó teatralmente, reclamando innecesariamente la atención del público, compuesto por Edja en el patio de butacas y unas elitistas ardillas en los palcos.
   -Señores y señoras, lo que están a punto de ver es una reinterpretación de dos de las obras de teatro más influyentes en el conocimiento sobre historia antigua que posee mi cerebro, y por ende, mi propio ser. Bajo mi dirección, “El fin del viejo mundo” y “El bravo Johnson” pasarán a ser una única obra. Es la primera vez que alguien se atreve a realizar tal proeza. Ya veremos si el resultado es satisfactorio. Sin más dilación...

PRIMER ACTO
Interior. (En este caso exterior, porque estamos en medio de un bosque). Una pareja está sentada en el salón de su casa. Se oyen extraños ruidos procedentes del exterior (De más el exterior, de fuera del claro, supongamos):

Hombre: ¿Qué serán esos extraños ruidos procedentes del exterior?
Mujer (levantándose y acercándose a la ventana): Parece que hay unos disturbios ocurriendo en la calle.
Hombre: Será mejor que salgamos para cerciorarnos de que ello es cierto.

La pareja abandona el escenario y regresa al momento. Un cartel indica una elipsis temporal.
Mujer (Con cara de sentirse mal): No me siento demasiado bien...
Hombre: ¿Estás sangrando? Porque si es así ya sabes que no quiero saber nada, mujer.
Mujer: No, no es mi periodo. He debido coger un resfriado cuando aquel lunático me mordió en el brazo.

La mujer se desmaya y comienza a convulsionar, retorciéndose como una condenada (todo lo que este humilde monigote permite). Se levanta.
Mujer (Gruñendo): Uhnmññ (eso sería el gruñido)

El hombre, sentado en el sofá, no se da cuenta de lo que pasa hasta que es demasiado tarde. La mujer le muerde en la rodilla (Uy, vaya, se suponía que era en la rodilla. Es difícil manejar estas figuras hechas por mis inexpertas manos. Perdón si ha resultado grosero). Los dos gruñen y salen al exterior.
FIN DEL PRIMER ACTO.

Todo el bosque estalló en aplausos durante sus buenos diez segundos. Edja estaba boquiabierta.
   -Wow.
   -Lo sé.
   -¡Más!
   -Después.



Caminos de papel (V)

4
Introducción al fin del mundo

Ehl, Edja y Andson se pusieron de nuevo en marcha. El camino se metió en un bosque y a ellos no les quedó más remedio que imitarle.
    -¿Te he contado alguna vez cómo conseguí el triciclo? -preguntó Ehl.
    -Sí -respondió Edja-. De hecho es lo único que me has contado, y tampoco es que fuera una gran historia. Lo encontraste y punto. ¿Cómo te llamas en realidad?
     -¿Cómo que cómo me llamo? Me llamo Ehl -respondió Ehl, ofendido. Falsamente ofendido.
    -No. ¡Mientes! -gritó Edja, acusándole con un dedo apuntando a su cara. La sonrisa en su pálido rostro suavizaba sumamente el tono-. Ehl no es un nombre de verdad.
     -Ah, ¿y Edja sí?
     -Es un diminutivo.
     -¿De qué? ¿De Edjadiel? 
     -Pues sí -respondió secamente Edjadiel.
     -Ah... es bonito.
   -Claro que es bonito. Y además es real, no como otros nombres. Venga, dime como te llamas. ¿Me lo vas a decir?
    -Puede, pero aún no.
    -¿Por qué?
    -Porque no es el momento.
    -¿Hay un momento para decírmelo?
   -No lo sé, supongo. Hay un momento para todo, ¿no? ¿Por qué lo quieres saber, de todas formas?
  Edja se encogió de hombros, en un gesto que seguía significando indiferencia o desconocimiento. Puede que el uso del lenguaje escrito se hubiera perdido, pero el corporal seguía vigente y accesible a todo el mundo.
    -¿A dónde estamos yendo? -preguntó Edja tras un rato de silencioso avance entre los altos árboles plagados de ardillas.  
     -Me alegro de que me hagas esa pregunta.
     -¿Por qué te alegras?
     -Porque así te puedo contar el propósito de esta aventura.
     -Oh, ¿qué aventura?
   -Me alegro más aún de que me hagas esa otra pregunta. Érase una vez... ¿Por dónde quieres que empiece?
     -Por el principio, ¿no? ¿A qué te refieres?
     -¿Qué sabes?
     -¿De qué?
     -De historia.
     -Ah... ¿Del viejo mundo?
     -Sí, bueno, del fin del viejo mundo, más bien. 
   Edja puso su cara de pensar, arrugando ligeramente su naricita y emitiendo un suave “uhmm”.
     -No mucho...
    -Vale, no pasa nada. Empezaré por ahí entonces -Edja asintió. Tenía los ojos fijos en Ehl. Los de Ehl apuntaban hacia el camino. No quería tropezar y caerse-. Érase una vez...

lunes, 2 de diciembre de 2013

Caminos de papel (IV)

3
La eterna lucha entre el hombre y el manzano, entre otras cosas

Los tres seguían por el camino: Edja, Ehl y Andson. No se habían cruzado con nadie en toda la mañana. Era lo habitual en los tiempos que corrían. Decidieron parar para descansar junto a un riachuelo que se había estado acercando al camino en los últimos metros. Ehl ayudó a Edja a bajar de Andson y la llevó en brazos hasta el agua. Pesaba poco, menos que un caballo. La depositó en el suelo. Edja metió los pies en el agua. Ehl se acordó de que tenía que comer.
     Al otro lado del río un manzano observaba al extraño trío que acababa de llegar. Vio como el hombre fijaba sus ojos en él y una sonrisa aparecía en su rostro. Oh no, pensó el manzano. Intentó mover con todas sus fuerzas sus raíces fuertemente enterradas para huir del hombre que ya estaba cruzando el riachuelo frotándose las manos ante el festín que le esperaba entre sus ramas. Durante un momento pensó que lo iba a lograr. Se vio a sí mismo levantando elegantemente unos gigantescos pies hechos de madera de la tierra y corriendo como había visto correr a numerosos animales en sus cerca de noventa años de vida. Pero no pasó nada. Por dios, que estamos hablando de un árbol... Su único movimiento fue el que producía el hombre al ir cogiendo las manzanas de sus ramas. Y el viento, que en ese momento comenzaba a soplar con más fuerza.
     Ehl cruzó el río de nuevo. Le dio un par de manzanas a Edja. Él estaba comiendo una sin necesidad de usar las manos, que estaban ocupadas en hacer malabares con cuatro manzanas más. Luego con tres. Dos. Más malabares con una única manzana. Después ninguna. Se sentó al lado de Edja con las manos vacías y el estómago lleno. Se fijó en los pies desnudos de ella.
    -¿Cómo te torciste el tobillo? -preguntó Ehl.
    -Pisé mal.
    -¿Cómo de mal?
    -Fatal.
    -Vas descalza.
    -Ya lo sé.
    -¿Ibas descalza cuando pisaste fatal?
    -No.
    -¿Te duele mucho? -preguntó Ehl. Edja se miró el tobillo.

Edja se miró el tobillo. Lo tenía bastante hinchado. Corriendo por el bosque, con el corazón a mil por hora y la adrenalina disparada, apenas había notado dolor. Pero ahora, tras unos minutos descansando sentada contra ese árbol al borde del camino, se dio cuenta de lo mucho que le dolía. Quizá lo tuviera roto, pero lo importante es que estaba a salvo, al menos de momento, pero necesitaba largarse de ahí. Cuanto antes. Lo más lejos posible. A pie no lo iba a lograr. Se imaginó siendo rescatada por un príncipe azul a lomos de un caballo blanco, como en las historias que le contaba su abuela. Se río de su ingenuidad. Y sin embargo ocurrió. No era exactamente un príncipe. Y desde luego eso no era un caballo. Era un hombre a lomos de un triciclo. Gritó.

Gritó. Gritó mientras corría. Gritó cuando se torció el tobillo, perdiendo un zapato. Gritó al caer y sentir el peso del hombre sobre su cuerpo. Gritó al verse inmóvil, indefensa. Gritó al notar el aliento a alcohol de una boca de dientes amarillos en su boca de dientes blancos y asustados. Gritó cuando el hombre le levantaba el vestido con una mano. Gritó, esforzándose por cerrar las piernas y estirando el brazo libre, barriendo el suelo. Gritó cuando no pudo más y sus piernas cedieron. Gritó cuando su mano chocó contra algo. Gritó una última vez. Cuando le hundió el cráneo con la piedra ya no gritaba. No gritó diez, once, doce veces.


     -Podría ser peor -dijo Edja, antes de darle un mordisco a la manzana que le había dado su príncipe azul.