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Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 24 de enero de 2014

Título: "Poema nº1 encontrado en libreta". Autor: Anónimo. Fecha: 2007.

Lo último que vi fue su espalda, alejándose de mí. Y su sonrisa. El caos que vino justo después sólo lo pude sentir. De eso hace hoy seis días. Seis días desde que el sol se ahogó para siempre, y con él toda luz. Ahora las sombras lo inundan todo, silenciando los colores. El trueno, rompiendo el aire con su crujido, no asusta ya, solo avisa de lo que viene después. El rayo ilumina brevemente los temores, que al poco tiempo cobran más fuerza, como la presa que detiene el río bajo el diluvio. La luna, antes blanca, ahora es gris y, confiada, nos muestra su cara oculta, sabedora de que no la podemos ver. Nuestro mayor enemigo son las rocas del suelo que, traviesas, proponen constantemente un juego a nuestros ojos y pies. El beso de la tierra anuncia el ganador. La sangre que brota entonces no es roja, es líquida y caliente y sacia la sed. En este desierto de cuerpos sin sombra el agua se esconde hasta el momento en que decide moverse, o caer, o mojar. Seis días ya. Seis días de total oscuridad. Seis días desde aquella sonrisa. Seis días buscando sin encontrar. Hasta ahora. Hasta el beso. Es duro enterarse así de que no sólo las rocas juegan a esto. 


sábado, 18 de enero de 2014

P.S.

Tumbado en su cama, los ojos abiertos, miraba sin ver el techo blanco y oscuro. El ruido de la puerta de su habitación al abrirse le había despertado. Los pesados pasos, cada vez más cercanos, le habían metido el miedo en el cuerpo. Quiso girar la cabeza y ver quién era, qué estaba pasando, pero no pudo. Intentó mover los brazos, las piernas, un dedo aunque fuera. Su cuerpo no respondía; su corazón sí, latiendo más y más deprisa, más y más fuerte. Pero sobre el traqueteo de sus latidos aún podía oír los pasos, moviéndose hacia los pies de su cama, y ahora acercándose nuevamente a él, esta vez por la izquierda. Oyó una respiración lenta, pausada, profunda. Cerca, muy cerca de su cara. Notó un aliento que no era el suyo. Quiso incorporarse, pero notó un peso sobre él que se lo impidió. Intentó gritar pero no pudo ni separar los labios. Sólo podía respirar y cada vez le costaba más. Aspiraba profundamente por la nariz y soltaba con violencia el aire. Una vez. Dos veces. Tres. Más y más rápido. Más y más fuerte. Más y más. Sólo se oía su respiración, cargada de terror. Cada vez menos aire entraba en sus pulmones, aplastados por el miedo. Gritaba por dentro. Gritaba a través de su nariz. Y de sus ojos, abiertos, sin parpadear una sola vez. Apenas podía respirar ya. Notaba crujir sus costillas. Sentía arder su sangre, desde los pies hasta la cabeza, quemando el poco oxígeno que le quedaba. Y sus ojos, mirando el blanco techo. Sus ojos no ardían. Sus ojos no lloraban. Sus ojos no veían. Los abrió. 

miércoles, 15 de enero de 2014

Recuerdos

Era verano. Sobrevolaba el jardín en brazos de mamá, riendo como un mono feliz. Mis ojos se fijaron en el césped, cubierto de luz. De los pies de mamá salía una figura larga, muy larga, que danzaba con nosotros y oscurecía la hierba allá donde se posaba. Y entonces ocurrió. 

Mamá me lanzó al aire, como tantas otras veces. Subí y subí y subí y subí. El viento silbaba en mis pequeñas orejitas. Mamá me miraba desde abajo, convertida en una hormiga, con los brazos estirados y sonriendo, esperando a que bajara. Pero seguí subiendo, y conmigo mi risa y mis pies, con sus deditos. Subí hasta que la Tierra se convirtió en una pelota azul y el aire se volvió frío; el cielo, oscuro. Pero no tuve miedo, porque entonces lo vi a él. 

Me miraba desde millones de kilómetros de distancia, pero lo sentía cerca. Sus ojos de fuego se fijaron en mí. Yo le miré a él, directamente. No sabía que no podía. Me envolvió de luz. Era un abrazó cálido que frenó mi ascenso. Me retuvo en lo más alto el tiempo justo para decirme su nombre. Y me soltó. 

Bajé y bajé y bajé y bajé. Perdí el gorro blanco que cubría mi cabecita al entrar en la atmósfera. Allá abajo, en mi casa, mi madre oyó mi risa antes de verme, y amortiguó mi caída con sus brazos y su amor. Yo señalé entonces hacia el mar, sobre el que flotaba él, ahora naranja y templado, y balbuceé una sola palabra. 

-Sí, bebé -dijo mamá-, es el Sol. 

martes, 14 de enero de 2014

El origen del detective Sin Manos: ¿Qué fue lo que le llevó a hacerse detective? ¿Sería su gusto por las gabardinas beige y los cigarrillos?

Tenía cinco años cuando ocurrió. 

Era sábado. Al menos lo parecía. Su madre estaba preparando la cena. Su padre leía el periódico en el salón. Él correteaba de un lado a otro. Era un niño muy correteador. Y muy perspicaz. Sabía distinguir los colores de los sabores, por ejemplo. No todo el mundo puede. Él sí. De todos modos, de poco le sirvió ese día tan asombrosa habilidad. Sí, supo nada más verla que la sangre era roja y no picante. Qué más daba... 

La radio estaba apagada, al igual que la tele. ¿Qué habría pasado de no haber sido así? ¿Seguirían vivos sus padres? Lo dudaba. 

El teléfono estaba desconectado. Las llamadas de alerta quedaron desatendidas. Cuando el Tío Al llegó a la casa ya era demasiado tarde. Se encontró la puerta abierta de par en par. Y silencio. 

El pequeño Sin Manos estaba tumbado en el suelo, abrazando el cuerpo sin vida de su madre. Su padre los miraba sin verlos desde su sillón preferido, hasta que Al, temblando, le cerró los ojos. 

No hubo ningún detenido. No lo hubo cuando el pequeño Sin Manos cumplió diez años. Tampoco a los quince. Entró en la policía y el asesino de sus padres, de él en cierto modo, seguía sin aparecer. 

-¿Antes fuiste policía? -le había preguntado la chica una vez se hubo sentado en la única silla de su apartamento. 
-Sí. 
-¿Por qué lo dejaste? 
-Me echaron. 
-¿Por qué? 
-Atrapé a un malo. 
-¿Por detener a alguien te echaron? 

Se encogió de hombros. Sonrío. 

-Más o menos. Bueno, ¿qué te trae por aquí? ¿Para qué quieres mis servicios? 

Ella tomó aire. 

-Voy a cometer un asesinato -dijo. -Y tú me vas a ayudar. 

lunes, 13 de enero de 2014

El detective Sin Manos en su primer caso como detective privado después de ser expulsado de la policía por un asunto que ahora no viene al caso explicar, mucho menos en el título. Los títulos deberían ser cortos y concisos.

Algo le decía que era invierno. Quizá fuera el frío que sentía pese a estar sepultado bajo tres gruesas mantas. Puede que lo supiera por la posición del sol, apenas asomando por el horizonte a esa hora de la mañana. Daba igual. Si su instinto de detective le decía que era invierno, su cerebro racional lo aceptaba como un dogma de fe. Además, era invierno. Eso es algo que se sabe. Tras mirar el reloj decidió levantarse. No quería llegar tarde a su primer día de trabajo como detective privado. Pese a eso, hacía dos horas que tenía que estar en la oficina. Por otro lado, la oficina estaba en su propio cuarto, así que técnicamente había llegado con horas de antelación. Sonrío con su cerebro. Su boca no estaba lo suficientemente despierta todavía. 

Dos meses después consiguió su primer cliente. Era una chica de unos veintimuchos, cincuentaypocos años. Al detective Sin Manos se le daban extraordinariamente bien innumerables cosas, por lo tanto, para compensar, había otras en las que era poco más hábil que una piedra. Adivinar la edad de la gente por la voz no era una de ellas. Tampoco es que fuera una habilidad extremadamente útil, pero con algo se tenía que entretener mientras esperaba impaciente a la muchacha. Pensó también en ordenar un poco el piso, que consistía en una estancia que hacía las veces de dormitorio, salón, cocina, despacho y cuarto de baño, pero no le apetecía. De su apatía lo sacó un sonido que jamás había escuchado: el de una mano llamando a su puerta. 

-Hola. 
-Hola. 

Un silencio incómodo. 

-¿Es aquí el despacho del detective Sin Manos? 
-Sí. 

Otro silencio incómodo. Puede que fuera el mismo de antes. ¿Es el silencio lo que ocurre entre dos sonidos o es la base sobre la que el mundo suena? ¿Era tal vez el mismo sonido incómodo de antes que volvía a oírse tras la interrupción de una pequeña conversación? 

-¿No me va a abrir? 
-Oh, sí, claro. 

El detective Sin Manos abrió la puerta. Como cuando se quita la sábana que cubre un lienzo, ante sus ojos apareció ella, enmarcada toscamente y sobre un fondo de pintura desconchada y manchas de humedad que no hacían más que realzar su belleza, además de darle un aire de irrealidad, como cuando una ballena aparece en el desierto, si es que tal cosa ha llegado a suceder. 

Ella parecía tan sorprendida como él. Durante unos segundos permitieron que el silencio se oyera de nuevo. 

-Te imaginaba distinto -dijo al fin ella. 
-Pues no, soy así. 
-Ya veo... ¿No eres muy joven? 
-Depende de para qué. 
-Para ser detective. 
-Ah, puede ser, pero no. Soy mayor de lo parezco. 
-Parece que tienes veinticinco años. 
-Tengo menos. 
-¿Cuántos? 
-¿Cuántos menos o cuántos tengo? 
-¿Qué más da? 
-Veintidós. Años. 
-Ya. Bueno, ¿puedo pasar? 

El detective Sin Manos se apartó y le hizo un gesto para que entrara. Cerró la puerta. Ella estaba de pie con el abrigo todavía puesto. Si afuera llovía su abrigo estaba hecho de un tejido mágico que repelía completamente el agua, pues estaba seco. Dedujo por tanto que lo más probable era que no estuviera lloviendo. Había resuelto su primer caso. Sonrío, esta vez con todo el cuerpo. 


sábado, 11 de enero de 2014

Chico conoce a chica

-Si pudieras elegir, serías un gato. 
Ella le miró extrañada. Llevaba cinco minutos en esa fiesta y acababa de entrar en la cocina para servirse una bebida. Él había entrado poco después.  
-¿Cómo dices?
-Que si pudieras elegir, serías un gato. 
-¿Nos conocemos?
-Vale. 
Ella no pudo evitar que se le escapara una carcajada. Él sonrío mientras bebía de su vaso. 
            -No, no nos habíamos visto antes, creo -añadió él. 
-Pero aún así sabes que sería un gato. 
-Si pudieras elegir, sí. 
-¿Si pudiera elegir entre qué?
-Entre ser un gato y una gaviota. 
Ella cada vez estaba más confundida. Y más divertida. 
-¿Por qué entre esos dos?
-No sé -dijo pensativo-. Quizá por una película que vi. 
-¡Ya sé cuál dices! -exclamó entusiasmada ella. Ahora era él el sorprendido-. ¿Cómo se llamaba? "La gaviota y el gato", o algo así. 
-"Historia de una gaviota (y del gato que le enseñó a volar)". 
-¡Eso! ¿De qué iba?
-De una gaviota. Y del gato que le enseñó a volar -dijo encogiéndose de hombros-. No la recuerdo muy bien. Sólo sé que desde que la vi llevo con esa pregunta en la cabeza. ¿Gato o gaviota? -dijo volviendo a mirarla. 
-Sí, sería un gato. Una gata, bueno. ¿Tú?
-Un castor. 
Ella volvió a reír. 
-¿Cómo que un castor? ¿No era o un gato o una gaviota?
-No. Es decir, sí. Pero como es una pregunta que me he inventado yo puedo responderla como quiera, ¿no?
-¿Me estás diciendo que nadie antes se había hecho esa pregunta?
-Por lo que yo sé, no. Por lo tanto es MÍ pregunta. Así que entre un gato y una gaviota, sin duda sería un castor. 
-¿Por qué? 
-Por su suave pelaje, sus fuertes dientes, sus conocimientos ingenieriles, su pico...
-Los castores no tienen pico. 
-...sus grandes alas, sus escamas de un verde brillante, su aliento de fuego...
-Eso son dragones. 
-... sus poderosas ruedas traseras, su forma aerodinámica, su motor V8 de 2.4 litros...
Ella se limitó a beber mientras él seguía con la pormenorizada descripción de los castores. 
-... y su delicioso sabor ahumado. ¿Y tú por qué serías una gata? 
-Porque se pasan el día durmiendo. 
-¿Te gusta mucho dormir?
-No. 
-¿Entonces?
-Para variar. 
- Entiendo. ¿Quieres ser mi novia?
-Vale. ¿Tú quieres ser mi novio?
-¡Dios, no! Las chicas sois tontas. 

Y se marchó, dejando a la pequeña Daisy, de 8 años, llorando desconsolada en la cocina. 

viernes, 10 de enero de 2014

Toc, toc.

-Hola, ¿está...?
-No. 
-Pero...
-Aquí no hay nadie. 

El portazo a punto estuvo de aplastarle la nariz si no llega a ser por sus reflejos felinos. ¿Qué coño acababa de pasar? Se acercó de nuevo a la puerta. Esta vez no llamó al timbre. Se dedicó a aporrear la madera hasta que el hombre del otro lado decidió volver a abrir. 

-Qué -dijo secamente. 
-Sólo quería saber si...
-No. 
-Pero...
-No. 
-Pero...
-Mira, muchacho, si le digo que no es que no. 
-Pero...
-No. 
-Pero...
-Qué -volvió a decir secamente. 
-Es que ni siquiera...
-No. 
-Pero...
-No. 
-¡Ahhhhhhhhhhh! 

Se lanzó como un loco hacia la puerta entreabierta, golpeándola con el hombro. Esta a su vez impactó en el hombre, derribándolo. Él se quedó de pie, respirando entrecortadamente. Desprendía furia por cada uno de sus poros, incluso por los que quedaban ocultos por la ropa que llevaba, que eran muchos. 

-¡Maldito hijo de puta, déjame acabar de hacerte la pregunta antes de...!
-No. 

Eso fue demasiado para él. Apretó tanto los puños que los dedos le atravesaron la palma y le salieron por el dorso de la mano. Gritó desesperado hasta que todos los cristales de la casa explotaron al unísono. Apretó entonces los dientes y estos se deshicieron como un terrón de azúcar. La primera patada impactó en la cabeza del hombre que no se había movido del suelo y se la arrancó de cuajo. La segunda le hundió la caja torácica. Estuvo dos minutos así, hasta que no quedó nada sólido que golpear. 

Exhausto, se acercó a la mesa del salón. Sobre ella vio una carpeta marrón. La abrió como buenamente pudo con sus destrozadas manos, llenando todo de sangre. Vio su foto encabezando un informe psicológico. Así que aquel hombre debía ser el Doctor Comosellame, pensó. ¿Por qué coño no se lo había dicho? ¿Por qué le había interrumpido constantemente? Leyó por encima la primera de las páginas. 

-"Carácter violento" mis cojones -dijo antes de abandonar la casa, limpiándose los zapatos ensangrentados en el felpudo.