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sábado, 22 de marzo de 2014

Regreso al medievo (II)

La música llenaba el Puerto de Dragones. Pese al silencio que reinaba entre nosotros tras enterarnos de la noticia, ninguno escuchaba la cálida melodía que salía del aparato que colgaba del techo varios metros por encima de nuestras cabezas. Se trataba de una caja con cinco de sus seis caras de madera, siendo la sexta, la frontal, una rejilla de metal. Por ahí salía el sonido. Dentro había un bardo enano que tocaba y tocaba sin parar en perfecta sintonía con los otros bardos enanos de las otras cajas situadas a lo largo de toda la terminal. 

-¿Qué hacemos? ¿Esperamos aquí? -dijo una de las Chicas Dobles. 

-Aquí pon que ven no seguinte dragón -dijo Ser Hio con la nota en la mano. Levantó la vista del papel para mirar el letrero que anunciaba los horarios de llegada de los dragones. Luego bajó la vista hasta su muñeca para ver la hora-. Igual é moito tempo de espera...

Mira... Sí, esto es para ti. Sí, tú. No me mires así, con esa cara de extrañeza. Ni que nunca una historia te hubiera hablado directamente. Sé lo que estás pensando: "Un momento... Si la historia está basada en el medievo, ¿cómo es que Ser Hio tiene reloj?". No lo tiene. Ser Hio nació siendo muy pequeñito con una enfermedad en el vello corporal que hacía que éste se comportara igual que los girasoles. Con el tiempo perfeccionó una técnica para saber la hora según hacia dónde apuntaran sus pelos. Y ahora, prosigamos. Y nunca vuelvas a dudar del rigor histórico de lo aquí escrito. 

-Pues yo lo siento mucho, pero no me voy a poder quedar -dije yo-. El último tren sale antes de que llegue el dragón ese. 

-Oh -se lamentaron al unísono todos-. ¿No puedes emprender tu viaje al norte mañana? -preguntaron también a coro. Quedó bastante bonito. 

-Imposible -dije con el pelo en mi cabeza. 

-¿Y si en vez de esperar aquí vamos a vivir una aventura apasionante para matar el tiempo? -propuso ya ni recuerdo quién. No hizo falta que nadie dijera nada más. Echamos a correr como jabalís perseguidos por cazadores de jabalís y salimos del aeropuerto gritando y riendo. Entramos a los caballos de un salto y galopamos a través de los bosques dispuestos a vivir la mayor aventura jamás vivida de forma premeditada en menos de tres horas. 

Media hora después estábamos frente al muro desde el que los animales más extraños que ninguno de nosotros había visto jamás nos miraban con sus pétreos ojos. 

Ser Osea, que había ido a hablar con los guardias que custodiaban la entrada, volvió con las malas noticias. 

-Lord Zoo nos permite pasar, pero debemos darle algo a cambio. 

-Le podemos dar a una de las Chicas Dobles -propuso Ser Sutil. 

-Tiene que ser algo de cada uno -le respondió Ser Osea antes de que alguna de las dos muchachas pudiera protestar-. Quiere un ojo de cada cara. 

-Pues va a entrar Rita la Trovadora -dijo la Dama de la Armadura Florida. 

-Subamos a esa colina -propuse yo-. Dicen que es el punto más elevado de todo el reino -dije mientras comenzábamos el ascenso-. Dicen que desde ahí en los días despejados puedes llegar a verte tu propia nuca -anuncié conforme nos acercábamos a la cima-. Dicen que aquí arriba el aire está tan viciado que patatas -les informé cuando llegamos a lo más alto-. ¡África! -grité señalando al lugar del que veníamos. No me refiero a que todos los seres humanos descendamos de los homínidos primigéneos de África. Por favor, menuda tontería. Dios nos creó hace algo más de mil años y nos puso aquí, en el Viejo Mundo, o Mundo como lo llamábamos entonces. Es más, por lo que a mí respecta África no existe. Mas allí estaba, tras aquellos muros ante los que habíamos estado minutos antes. 

Los más exóticos animales correteaban por los terrenos de Lord Zoo. Había caballos a rayas blancas y negras, gallinas gigantes de esbeltas piernas y cuello de serpiente, gatos grandes como lobos, enanos peludos con brazos larguísimos y sonrisa perenne, aves de todos los colores imaginables, extraños canguros de cuatro patas con ubres en lugar de marsupio y cuernos en la cabeza, caballeros armados que nos señalaban desde sus puestos de vigilancia y atravesaban las puertas montados en sus caballos...

Tardamos en darnos cuenta de lo que pasaba. Los cuernos de guerra vaciaron el aire de nuestros pulmones y los llenaron de miedo. El sonido de los cascos de cientos de caballos al galope marcó el ritmo de nuestros corazones. Antes siquiera de poder decidir si huir o luchar, nos vimos rodeados. Un jinete se adentró en el círculo que los demás caballeros habían tejido en torno a nosotros. Era el mismísimo Lord Zoo. 

-¿Disfrutando las vistas? -preguntó con una sonrisa asomando tras el yelmo. Ninguno de nosotros se atrevió a responder-. ¿Os gustan mis animales? -añadió. 

-Son muy bonitos, señor -respondió con voz temblorosa El Caballero de los Calzones Largos. 

-Es curioso... -dijo Lord Zoo mirándonos con atención-. Noto algo raro en todos vosotros. ¡Phoid, Trelm! 

Dos de sus caballeros abandonaron su puesto y se unieron a él dentro del círculo. 

-¿Vosotros habéis visto mis animales? -les preguntó. Ambos asintieron-. Quitaos los yelmos. 

Los dos caballeros obedecieron, descubriendo sus rostros de un sólo ojo. 

-Todos mis caballeros han visto mis animales, por supuesto -continuó Lord Zoo, a la vez que hacía una señal con su mano. Cientos de rostros y el mismo número de ojos fueron apareciendo conforme los caballeros se quitaban sus respectivos yelmos-. Decidme, ¿sois humanos? ¿Acaso tenéis tres ojos? -Negamos, vacilantes-. ¿Cómo si no conserváis los dos ojos en vuestra cara tras haber visto mis animales? -preguntó, elevando su voz, convirtiéndola en un rugido-.  ¿Me tomáis por idiota? ¿Creíais que podríais salir indemnes de esta? 

-Los hemos visto de lejos, señor -protestó en un susurro una de las Chicas Dobles.

-Ah, bueno... Disculpad entonces -dijo haciéndonos una pequeña reverencia con su cabeza y dando la vuelta a su caballo, dándonos la espalda-. Los han visto desde lejos -les explicó a sus caballeros, que abrieron una brecha en el cerco para que su señor abandonara el círculo. Una vez dejó atrás al último de sus hombres, sin girarse, ordenó-:  Sacádselos pues desde lejos. -Se alejó mientras los arcos se tensaban, apuntando a nuestras caras.   





miércoles, 12 de marzo de 2014

Regreso al medievo (I)

El reloj de sol llevaba inutilizado más de dos meses. Salí de casa cuando la sombra de las horas y la de los minutos proyectaban sobre la pared un gran tres al que le seguía, después de dos puntos, un cuarenta y cinco igualmente grande y oscuro. Descendí las escaleras cargado con lo necesario para el viaje al norte que tendría que hacer más tarde aquel día. La pesada y mullida capa de piel de oso me sobraba a esas horas en las que el sol brillaba con fuerza en el cielo, pero no tenía sitio para ella en el pequeño macuto o lo que sea que en la época en la que estaba usáramos para llevar cosas a la espalda.

Crucé el camino que serpenteaba (si es que las serpientes van en línea recta) paralelo al río Minorus y me dirigí al pequeño claro que se hundía entre los árboles que poblaban la margen derecha del húmedo curso, la perteneciente al Reino de Nigrán. 

Allí habíamos quedado y allí estaban ya Ser Sutil, de Más-allá-del-mar y actualmente príncipe de Sobreeldía, y Ser Osea, de La Colina del Sol a Medianoche, con sus respectivos caballos. Acababa de llegar también, aunque éste a pie, Ser Roble, de las eslavas tierras de Strapolavia. Nos saludamos con un movimiento de cabeza y esperamos al resto del grupo. El ruido de unos cascos a todo galope nos avisó de su llegada antes de que la polvareda se elevara por encima de los árboles. El caballo en el que iban dos personas, la mitad de ellas mujeres, relinchó al tomar la cerrada curva de acceso al claro. Ser Hio, de la fronteriza Vilarinho, detuvo su caballo a nuestro lado. Lady Cerral nos sonreía sosteniendo un estandarte. 

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis -conté yo. -Bueno, será mejor que nos dividamos para no llevar todos los caballos. Tú, Ser Osea, sube a lomos de Beequis con Ser Hio y Lady Cerral. Nosotros iremos con Ser Sutil en su fiel Clios -ordené.  

-Las Chicas Dobles y El Caballero de los Calzones Largos van directamente allí -me informó Ser Sutil. -¿Sabes algo de la Mujer de Fuego? -añadió.

-Le mandé una gaviota mensajera hace un tiempo. Me imagino que... Anda, mira, aquí llega su respuesta. 

La gaviota descendió veloz con una nota en su pico y chocó contra el capó del caballo. Recogí el mensaje y lo leí gracias a mi alfabetismo. 

-Nos espera más adelante en el camino junto a la Dama de la Armadura Florida. Ya podemos partir -dije a la vez que hacía un elegante gesto con mi brazo, como quién indica que ya se puede partir. 

Podría decir que el viaje fue largo, tortuoso y lleno de peligros y aventuras, pero mentiría, y por ahí sí que no paso. Los caballos rodaron a toda velocidad, primero siguiendo el río y luego subiendo por el camino de dos carriles que ascendía por la montaña. Allí, en el alto, nos detuvimos en el lago mágico para que el caballo de Ser Sutil repostara y pudiéramos seguir nuestro camino sin tener que apearnos más adelante y empujar al animal. 

A partir de ahí nos adentramos cada vez más en las montañas. No era fácil verlas, pues estaban cubiertas de árboles, pero vamos, se intuía fácilmente que los árboles no flotaban mágicamente en el aire, que si estaban a tanta altura era porque había algo debajo, no porque fueran gigantescos. Eran árboles normales, entre los cuales se abrían caminos, caminos que ahora seguíamos los ocho en tres caballos, pues la Mujer de Fuego y la Dama de la Armadura Florida se nos acababan de unir hacía escasos kilómetros, o en lo que sea que se midan las distancias ahora, en plena edad media. 

La edificación era majestuosa, grande como un caballo, seguramente más. Una única torre se alzaba sobre los tejados. Era tan alta que hay quien dice que desde ella se veía la luna. Nosotros entramos trotando por una de las puertas, no porque fuéramos a caballo, pues los habíamos aparcado fuera, donde era gratis dejarlos, sino porque le emoción bullía en nuestras venas y nos hacía caminar de tan singular manera. Paseamos por la gran nave que era el edificio, sin más paredes que las cuatro que lo delimitaban. Al poco rato llegaron las Chicas Dobles y el Caballero de los Calzones Largos, que según parece andaba medio liado con una de las dos idénticas mozas.  

Una vez estuvimos todos, Lady Cerral nos informó de que había recibido una gaviota durante el trayecto. La información que el ave transportaba era algo confusa, pues la nota había sido escrita a toda prisa, pero todo parecía indicar que había habido algún tipo de problema y que íbamos a tener que esperar más de lo previsto. Ávidos de más información, enviamos una de las gaviotas de uso público con una nota en la que exigíamos saber qué estaba pasando. Esperamos pacientemente en la magistralmente iluminada nave. Unas grandes vidrieras ocupaban prácticamente todas las paredes, llenando de  bellos colores y formas el espacio diáfano que ocupábamos. Las vidrieras estaban diseñadas para dejar pasar la luz y nada más que la luz, ni aire ni alimañas. Pese a eso, por ahí nos vino la respuesta, transportada por una gaviota ensangrentada, con plumas de vidrio de diversos colores. 

Ser Hio se levantó y, agachándose junto a los restos del animal, recogió la nota. Tras leerla, anunció:
-Non ven neste dragón.