Welcome!

Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 24 de julio de 2015

Welcome to Arizona

 Un cartel, Welcome to Arizona, ilegible a través de la polvareda levantada por un Cadillac del ’68 a más de cien millas por hora; descapotable, verde metalizado, tapicería de cuero blanco, radio a todo volumen. En el asiento trasero una bolsa de viaje a medio cerrar; billetes asomando, amenazando con salir volando y unirse momentáneamente al polvo en suspensión, eventualmente al desierto. En el delantero una pareja: chico y chica. Ambos: pelo largo, rizos. Perilla él, cantando a todo pulmón, inventándose la letra sobre la marcha. Ella: brazos en alto y gritos de euforia. La canción se aleja, se apaga. Calma.
Mismo cartel, silencio. Un murmullo creciente, luces rojas y azules, sirenas sincopadas y hojalata verde con pintura blanca temblando al paso de dos coches patrulla. Interminables rectas, carriles estrechos, arena y matorrales por cunetas.
En el retrovisor un punto se agranda por momentos. Primer coche patrulla. En él, dos personas. Gafas de aviador, bigotes de actor porno de los ’70, y una expresión que sólo puede indicar una cosa: embestida inminente. Un último acelerón, volantazo a la derecha. Delante: pedal al suelo, revoluciones al máximo. En el retrovisor una nube de polvo se empequeñece por momentos. Primer coche patrulla por los aires, uniéndose al desierto. Un estallido. Fuego, humo.
Segundo vehículo salido de la nada. Más rápido, más furioso; parrilla delantera apretando los dientes, recortando distancia pulgada a pulgada. Una escopeta asomando por la ventanilla. Un disparo y la luz trasera del Cadillac hecha añicos. El coche es robado, no importa. El segundo disparo levanta un buen pedazo de asiento trasero. Una sacudida, volantazos. Cuero blanco y espumillón pulverizado. Ella rebusca entre sus pies. Bingo. Se miran. Ella sonríe. Él asiente. Se besan. Un nuevo disparo, el tercero, se lleva por delante el retrovisor. Ella en pie sobre el asiento, escopeta en mano. Apunta. Dispara. Frenazo en seco, maniobra evasiva; tarde. El coche patrulla salta por los aires. A la tercera vuelta de campana ella se cansa de contar.
El Cadillac pierde velocidad hasta detenerse. Él, pálido, se desploma sobre el volante. En su espalda: sangre y cuero blanco. Agujero a juego con el del respaldo. Ella grita, lo sacude, se llora sobre él hasta ser nada. Destroza parabrisas y puños al unísono, y no siente nada. Baja del coche escopeta en mano. No nota el aire que agita su pelo. No le molesta el polvo en sus ojos, en sus pulmones. No ve los billetes salir volando. De rodillas, aprieta el gatillo. Fundido a negro. 

Un rótulo desaparece. Otro le sustituye segundos después. Ella apaga la tele. Él se queja. Ella señala la estantería a medio montar. Él, melodramático, se lanza de rodillas al suelo, señala al cielo con ambas manos, y exclama:
-¿No lo ves? ¡Nuestra primera persecución en directo! ¿No es emocionante?
Ella, divertida, se arrodilla frente a él. Apoyando una mano en su hombro, otra en su propio corazón, y mirándolo a los ojos, dice:
-No.
Se levanta y vuelve junto a la estantería. Girándose, añade:
-No hemos venido a Arizona para ver persecuciones en las que no haya involucradas llamas, Diego. 

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