Un cielo azul a través de una ventana y sombras en la
habitación. Un perro que se tumba boca arriba y sonríe de emoción. Ese arpegio
de guitarra antes de que suene tu canción. Chocolate caliente en invierno. No.
Tres tristres… Tres tristes tigres recitado del
tirón. ¿Carne recién picada? Hierba recién cortada. Hierba recién arrancada
durante una puesta de sol. Una apuesta de un millón de dólares, ganada.
Granada. Tch.
Una rana saltando. Un oso hibernando. Un
caracol coloreando. ¿Quién le ha dado lápices de colores al caracol? Y más
importante todavía: ¿quién le ha dado manos? ¿Has sido tú, Dios?
Un… No sé. ¿Muchísimo dinero? ¿El olor a libro
nuevo sobre tierra mojada? Mancharse de barro la frente con cada palabra.
Porque claro, lees restregando la cara contra las páginas, ¿verdad? Idiota…
Setecientos mil cocodrilos sacamuelas en
formación. Tacatacatacatacatacatacatactacatá. Brrum: un ruso en Londres
pidiendo una escoba.
-¿De qué te ríes?
-De nada. Intento componer una canción.
-¿Una canción para mí?
-Claro.
-¿Una canción de amor?
-No. Puede. No. ¿Qué es “amor”, de todos modos?
Uhh, amor es Roma al revés, baby. Boca abajo,
con gladiadores cayendo al espacio exterior. Y al llegar a Marte saludan y
dicen adiós, directos a Plutón.
Y ahí estás tú. Orbitando a mil kilómetros del
sol (comprobar distancias), viendo los cometas pasar, deseando una colisión. Y
no porque quieras morir, no, nena, no quieres morir. Sólo quieres un impulso
hasta mi corazón.
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