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viernes, 4 de agosto de 2017

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He vuelto al lugar donde apareciste. Parece tan distinto ahora, en pleno verano, con el sol brillando sobre el mar... Aquel día llovía. Vaya si llovía. Un día gris y con viento, de barcos amarrados en el puerto, de olas de cuatro metros. Batían contra el acantilado y lo llenaban todo de espuma. La playa, cómo no, vacía. Como cualquier día de invierno. Salvo que esa tarde tú estabas en la orilla. 

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¿Sabes? Aún me cuesta pronunciar tu nombre. Cada letra duele como si estuviera hecha de mis propias vísceras. Me deja los pulmones vacíos y el estómago retorcido. Me desgarra la laringe. Hace que se me salten los dientes y me sangren las encías. Duele como duelen los puñetazos esperados.

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Ahora lo escribo en la arena. Con las manos desnudas. Poniendo mucho cuidado en cada detalle, en cada curva, en cada ángulo. Tiene que ser perfecto. Intento hacer justicia a tu belleza, tan frágil. Tan vulnerable. Cada trazo ha de ser tan delicado como tu cuello. 

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Resulta terapéutico. Trazarte con las mismas manos que tantas veces tocaron tu piel. Hundir los dedos en la arena y arrastrarlos, creando surcos profundos donde vuelves a aparecer por unos segundos. Hasta que las olas llegan y te borran, devolviéndote al mar al que te lanzaste esa tarde de invierno.

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Te quería. Lo sabes bien. Te quería tanto que algo ardía en mi interior cada vez que te veía. Algo superior a mí. Un fuego violento y salvaje. Muchas veces fuera de control, sí. Por tu culpa. Tú eras la chispa que me encendía. Aún lo eres.

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Y las olas ya casi han borrado por completo tu nombre. El agua ha rellenado los surcos. Ha redondeado las formas. Pero todavía estás ahí, en la orilla, como aquel día. Mojada y fría. Inerte.

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¿Por qué lo hiciste? ¡Maldita sea! ¿Por qué?  No me obligues a insistir. No me hagas sacártelo a la fuerza. No quiero tener que hacerlo. ¿Quieres tú? ¿Es eso lo que quieres? ¿Que me destroce los nudillos contra la arena, contra los últimos trazos de lo que un día fuiste, hasta que hables? ¿¡Eh!? ¿Por qué lo hiciste? ¡Dímelo! ¡Necesito saberlo! Lo necesito...


Lo necesito...


Siento haberte gritado. No he sido justo. Todavía me cuesta aceptar que no puedas contestarme.

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Pero el mar sí puede, ¿verdad? Tú sí puedes, mar. Callas, pero puedes hablar. Tú sí sabes la respuesta a la pregunta que te hago. 

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Sí, la sabes. Claro que la sabes. ¿Cómo no vas a saberla? Pero no vas a contestar. Poco te importa lo que quieran las personas, ¿verdad? Poco te importó arrojarla contra las rocas. Poco te importó ahogarla y devolverla sin vida a la playa, pálida y fría.  

«Tú la mataste, no yo». 

¿Qué has dicho?

«Le dijiste que era tuya y de nadie más, y ella te creyó. Porque te amaba»

Yo la amaba también.

«No le dejaste más opción que huir, ni más huida que el mar»

No.

«Prefirió morir a pasar un segundo más contigo»

¡No! Murió al caer al mar... Murió por tu culpa. 

«No murió: tú la mataste»

No.

«Tú la obligaste a saltar»

No...

«Tú la mataste, no yo»

¡NO! ¡Tú lo hiciste! ¡Tú la ahogaste y la devolviste pálida y fría a la playa! ¡Tú te la llevaste! 

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¿Por qué? ¿Por qué a ella? 

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Tendrías que haberme llevado a mí... 

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«Sí» 

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«Mil veces sí»

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