-¿En qué mano está la pelotita?
-Izquierda.
-¿No prefieres pensarlo un poco más antes de dar la respuesta definitiva?
-¿Por qué iba a hacerlo? No es algo que pueda razonar hasta dar con la
solución acertada. Es puro azar. La izquierda.
-Tu vida depende de que estés en lo cierto, ¿lo sabes, verdad?
-Sí, te entendí la primera vez que me lo dijiste. Si acierto vivo. Si fallo
muero. Te estrujaste los sesos redactando las reglas, ¿eh?
-¿No estás nervioso?
-No.
-¿Por qué?
-Porque no, que más te da.
-No sé, esperaba que me dieras un poco más de conversación. Que me dijeras
que estabas asustado, suplicaras por tu vida, yo que sé, es la primera vez que
hago esto.
-¿Nunca antes has matado a nadie?
-Oh, sí, lo he hecho. Miles de veces. Bueno, no. A tres o cuatro personas.
Pero nunca así, con un juego diabólico y perverso por el medio.
-Ah.
-Bueno, a ver, que parece que te estoy aburriendo… ¿Qué mano eliges?
-No sé, déjame pensar…
-¿Ahora te pones a pensar? ¿No decías que daba igual?
-Sí, y ya te había dado una respuesta. Pero como me lo has vuelto a
preguntar y parece que te gusta que alargue esto…
-Vale. Venga, ya es suficiente, elige.
-Cuando elija una, abrirás las dos, ¿no? No vayas a ser tan cabrón de no
tener ninguna pelotita. O de tener dos.
-¿Por qué iba a tener dos?
-No me jodas… ¡Tienes dos! ¡Tienes dos putas pelotitas!
-¡Cállate!
-Jajaja. Eres patético. Me secuestras, me atas a esta silla, me haces creer
que mi vida está en tus manos y resulta que tienes una jodida pelotita en cada
mano.
-¡No sabes eso!
-Mira, no sé como lo haces para mentir tan mal con la cara tapada. ¿Por qué
haces esto?
-¡Cállate!
-Ah, ya sé. Te gusta ver sufrir a la gente, que se derrumben. Verles tomar
la decisión más difícil de su vida. Y siempre aciertan. Los dejas ir y el miedo
se transforma en gratitud. Es eso, ¿verdad? Los pobres incautos te agradecen
que les dejes con vida. Se olvidan de ti como secuestrador y posible asesino y
la imagen que se les queda es la de un hombre misericordioso. Para ellos eres
como Dios. Tienes el poder de destruir y el de salvar. ¿Ahora no hablas? Es la primera vez que hago esto… Puto
mentiroso…
-¿Contento? Ahora sólo tengo una pelotita. Si tan sólo hubieras hecho como
el resto… Sólo tenías que temer por tu vida. Mira lo que me obligas a hacer. Venga,
elige ahora. ¡Elige! ¿Por qué te ríes?
-Oh, te lo voy a explicar. La situación es la siguiente. Ahí estás tú, de
pie enfrente de mí, tu cara cubierta con un pasamontañas, con los puños
cerrados encerrando esta vez sí una sola pelotita. Y aquí estoy yo, atado a
esta silla. Y ahora quiero que estés muy, muy atento, ¿vale? En todo este rato
que hemos estado conversando agradablemente me he dado cuenta de algo. No sabes
hacer nudos. Y yo… me muevo muy rápido. No, no intentes soltarte, soy más
fuerte que tú. Veamos, que podemos hacer ahora… Si hago así… Eso es, tumbado
estás mejor. Déjame coger esto… La paso por aquí, este extremo por allá y
listo. Intenta soltarte ahora. ¿Ves? Así se hacen los nudos. ¿Estás asustado?.
Si no te importa te voy a quitar el pasamontañas, que debes de estar pasando un
calor brutal. Anda, pero mira quien era…
-¡¿Qué vas a hacerme?!
-Vamos a jugar a un juego. ¿No tendrás por casualidad un revólver? ¿No
dices nada? Da igual, voy a ver qué encuentro. No te muevas, eh. No he encontrado
ninguna pistola, pero da lo mismo. Tengo esto.
-¡¿Una cuchara?! ¿Vas a… vas a quitarme los ojos?
-Oh, no, por Dios, que asco… Ugh, que grima. No, no. ¿Qué clase de mente
enferma tienes? Las reglas son las siguientes. Voy a pensar un número del uno
al tres. Es decir, uno, dos o tres. Si aciertas, te dejo libre. Si fallas, te
pego con la cuchara.
-El dos. ¡Ay!
-En realidad aún no había pensado ningún número, pero seamos sinceros,
estaba claro que iba a pensar el tres. Venga, inténtalo de nuevo. Ahora sí que
tengo uno pensado. Y te va a sorprender.
-El uno. ¡Ay!
-Era el tres. Siempre pienso el tres. Venga, otra vez. Nos lo estamos
pasando bien.
-El tres. ¡Ay!
-Esta vez me confundí, quise pensar el tres pero por algún motivo pensé el
dos. ¡Ay! Pues sí que duele esto.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Para! ¡No me estás dejando decir ningún número!
-Ha habido un cambio de reglas. ¿No te lo dije? Que raro, pensé que te lo
había dicho. Ahora cada vez que quiera te doy con la cuchara.
-Eso no es justo…
-¿Me hablas de justicia? ¿Tú? Tienes los santos cojones de hablarme de
justicia después de secuestrarme, intentar hacer un juego mental conmigo y
dejar en manos del azar mi vida. Mira lo que pienso yo de tu justicia.
-Estás doblando la cuchara…
-Soy fuerte como el viento. Vuelvo ahora. Ya estoy.
-Ha pasado media hora. ¿Qué traes ahí?
-Sopa. Venga, tipo duro, cómete esta sopa. Oh, ¿no puedes? Te diré por qué
no. ¡Porque he doblado tu maldita cuchara! Ah, bueno, y además estás atado de
pies y manos, no había caído en eso. Que idiota soy.
-Estás loco…
-Están ocurriendo ciertas locuras, no te voy a negar eso. Si la culpa es
tuya o mía, amigo, ahí ya no me meto. Si hemos llegado a esta situación es
porque me has secuestrado. No lo olvides. ¡Jamás! lo olvides. ¿Por qué lo
hiciste?
-¡Ay! ¿Por qué me pegas?
-Para que contestes.
-¡Pero es que ya iba a contestar!
-Bueno, Einstein, ¿y como quieres que lo supiera?
-Podías haberme dado al menos un segundo para que empezara a hablar.
-Mira, muchacho, la paciencia no es la mayor de mis virtudes. Por cierto,
que risa, acabo de llamarte muchacho cuando debes de tener 50 o 60 años, ¿no?
-Tengo 24.
-Vaya… Sí que se me da mal calcular la edad de la gente. Si además te
conozco y todo. Eres el chico que vive dos casas más allá de la mía, ¿verdad? Y
ahora estamos en tu casa, que cuando estuve en la cocina pude ver la mía por la
ventana. ¿Por qué me secuestraste a mí?
-No me pegu¡Ay! ¡Joder! ¡No me pegues! ¡Que te lo voy a decir!
-Arreando, que es de goma.
-¿Cómo?
-Que hables.
-Todo empezó ¡Ay!
-¿Qué coño haces? ¿Quién ostia te crees para empezar así la respuesta? Todo empezó…No quiero un puto flashback.
¿Quién fue Aristóteles? Todo empezó con el universo. ¡Mal! Aristóteles fue un
puto griego inteligente que murió hace mucho tiempo. ¿Por qué me secuestraste?
-Porque era fácil hacerlo y porque no pensé que fueras a ser un puto psicópata.
-Tienes razón en lo de que era fácil secuestrarme, porque aquí estoy. Pero
no soy un psicópata. No, no, no. ¿Acaso un psicópata haría esto?
-Estás aplaudiendo…
-Sí, pero muy rápido. Mira mis manos, son una mancha borrosa. Bueno, ya
está que me canso. Me voy a ver la tele.
-¿Me vas a dejar aquí?
-Anda, ya no me acordaba de ti. ¿Has leído “1984”?
-¿El libro?
-No, el año. Es que joder, me pones de los nervios. ¡Claro que el libro!
¡Qué ostia va a ser si no!
-Bueno, perdona… No, no lo he leído. ¿Por?
-Ah, por nada. En fin, que me voy a mi casa. Tienes pizza en la nevera,
pero ya lo sabrás porque esta es tu casa y supongo que la habrás comprado tú.
De todos modos no te voy a desatar, así que a no ser que alguien venga por aquí
a buscarte morirás de inanición en este apestoso sótano. Muy bonito, por
cierto. Si no estuvieras atado te retaría a un ping pong. ¡Qué demonios! Te
reto. Si ganas te libero.
-Vale. Oye, pero desátame para jugar.
-De eso nada.
-Pero acabas de decir…
-Que te calles, que eres tonto. Jaja. Bobo, más que bobo. Mírate, todo
tirado en el suelo, atado como un zapato. ¿Tienes móvil?
-Sí, un iphone.
-Oye, que no te he preguntado cual tenías. ¿Por qué me lo dices? ¿Te crees
mejor que yo? Mi móvil es una patata, sin Internet ni esas cosas.
-El típico Nokia, me imagino.
-No, es una patata. Mira. ¿Ves? Ya tiene un año o así por eso le salen
estas raíces y huele como a humedad. Eso sí, no lo he tenido que cargar ni una
sola vez.
-Estás loco…
-Sí.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
-Si nadaras bien podríamos ser la primera pareja masculina de natación
sincronizada. Aunque deberías buscar otro compañero, porque yo le tengo pánico
al agua.
-Estás loco…
-Oye, te repites mucho, chaval.
-Es que es la verdad.
-¿Qué es la cordura?, me pregunto yo. Y ahí se acaba. Porque si me respondo
a mí mismo sí que estaría totalmente loco. Loco de atar. La gente cuerda, como
yo, no habla consigo misma. Sin embargo, aquí estoy dos semanas después
respondiendo a mi propia pregunta ante tu desnutrido cadáver.
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