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domingo, 16 de diciembre de 2012

El sueño.


Desde la calle le llegó el ruido de un accidente. Se asomó a la ventana de su despacho. Entre la lluvia distinguió dos coches totalmente destrozados. Se le pasó por la cabeza llamar a emergencias pero enseguida vio que una multitud se arremolinaba alrededor de los vehículos y que entre ellos había un agente de policía. Decidió volver a su mesa. Tenía mucho trabajo por delante. El caso se le resistía desde no sabía cuando y necesitaba resolverlo cuanto antes. Repasó las fotografías una y otra vez. Comprobó sus apuntes exhaustivamente. Ya en su casa, sentado en el sofá, se quedó dormido.

Durmió fatal. No recordaba nada del sueño, pero se despertó con una sensación nada agradable en el cuerpo. En su despacho todo estaba como lo había dejado el día anterior. Todavía no había llegado nadie. El día se le pasó volando sin saber muy bien como. No había avanzado absolutamente nada en su investigación. Absorto en sus pensamientos, el ruido de un nuevo accidente le sorprendió. Se asomó como había hecho el día anterior. Era un cruce peligroso, eso estaba claro. Esta vez se durmió en su cama. 
Se despertó al día siguiente preocupado. Había tenido otra vez el mismo sueño de la noche anterior. Bueno, eso era lo que él creía, porque realmente no recordaba nada. Pero la sensación era la misma. Se fue a trabajar.
La mesa de su despacho era distinta, pero de eso no se dio cuenta hasta pasado un buen rato. No sabía quien había dado la orden de cambiarla. Entró alguien, un repartidor quizá, con un pequeño paquete. Lo cogió distraído y se olvidó de él. No se encontraba bien, así que decidió echarse una siesta en su oficina. Y le volvió a ocurrir. El mismo sueño recurrente. Esta vez lo recordó. Unas personas sin cara entrando y saliendo, él hablando para nadie, intentando incorporarse sin conseguirlo, frustrado. Por suerte se despertó pasados pocos minutos y se levantó aliviado por ser capaz de hacerlo. Se fijó en el sobre que acababa de recibir hacía unos minutos y lo abrió. Esta vez no era una foto. Era la esquela de un periódico. Su esquela.
Esa noche no pudo dormir, lo cual agradeció. Desde que tenía esos extraños sueños no habían parado de ocurrir cosas raras. Más de las que él se daba cuenta. Se miró en el espejo del baño. Apenas reconocía su cara. Se puso las gafas. Así mejor, pensó. Volvió a su mesa y releyó la página de periódico que le habían enviado por la mañana. Su funeral tendría lugar al día siguiente en su pueblo natal. Eso era lo que decía la esquela al menos, porque que él supiera no estaba muerto. Se rió en alto con sus pensamientos. Lo que era seguro es que alguien quería llamar su atención. Y lo había conseguido. Así que a la mañana siguiente apareció en el cementerio de su pequeño pueblo. 
Faltaban todavía unas horas para el sepelio. Decidió inspeccionar el lugar. No lo recordaba para nada así, pero hacía mucho que no iba por allí, así que no le dio importancia. Iba caminando por el césped, entre las lápidas. Se estaba dirigiendo hacia una en concreto, sin saber bien por qué. El corazón le latía más y más deprisa conforme se acercaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para leer lo que en ella ponía, se desmayó. Y volvió a tener el sueño.
Tumbado, la gente entrando y saliendo en la habitación. Sólo podía oírlos, pero no entendía nada de lo que decían. Alguien le agarraba la mano, pero no sabía cual de ellas. Sintió que su cara se humedecía bajo un ligero contacto. Y entonces oyó el despertador. Varios pitidos cortos. El último, el más largo, jamás lo llegó a escuchar.  

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