Se le cierran los ojos. Es muy tarde para él. Es tarde
hasta para los mayores. Hace tiempo que la luz que se colaba por debajo de la
habitación de papá y mamá se ha apagado. Desde su escondite detrás del sillón
sólo ve el reflejo de las luces de colores que adornan el árbol. Rojo, azul,
amarillo, verde, blanco y vuelta a empezar. A veces a toda velocidad. Otras
veces muy despacio, como si caminaran por debajo del agua. A veces se apagan
por completo durante unos segundos, y es entonces cuando se le cierran los ojos.
Tiene sueño y tiene miedo. Pero esa espera merece
la pena. Oh, sí. Si al final lo ve, merecerá la pena pasar ese miedo cada vez que
las luces de navidad se toman un descanso. Ninguno de sus amigos lo ha logrado
hasta ahora. Él mismo ha fracasado otros años.
Todo el mundo sabe que Papá Noel no llega hasta
que todas las personas que viven en la casa están durmiendo. El fallo que había cometido otros años fue fingir dormir mientras esperaba a que Papá Noel llegara.
Pero el cansancio del día y los ojos cerrados acababan por convertir esa farsa
en realidad, y cuando se daba cuenta y abría los ojos el sol ya se colaba por
la ventana de su habitación y Papá Noel hacía tiempo que se había ido de su
casa.
Pero a este niño que ahora menea la cabeza en
un intento por sacudirse el sueño de encima se le ha ocurrido un plan mucho mejor.
Cuando Papá Noel sobrevuele el vecindario y
compruebe que todo el mundo duerma, verá al niño dormido plácidamente bajo las mantas. Entonces bajará
confiado por la chimenea y mientras esté dejando el gran montón de regalos bajo
el árbol verá aparecer por detrás del sillón al niño que creía dormido. Y
aunque estará enfadado por el engaño, no le quedará otro remedio que reconocer
la suma inteligencia de la criatura y lo invitará a que lo acompañe en su ruta
de reparto, al menos durante un par de horas, no vaya a ser que le coja el frío
y de verdad se pase el resto de las navidades metido en cama, tapado hasta la
cabeza con las mantas.
Hmmm, bien calentito en su cama. ¡Es tan
cómoda! Y quedarse dormido escuchando la lluvia y el viento contra el cristal,
y la tormenta a lo lejos que poco a poco se acerca, y él acurrucado, hecho una
bolita. Protegido.
Y ese niño que sacudía la cabeza la vuelve a
sacudir. ¿De verdad merece la pena el esfuerzo sólo por ver a Papá Noel? Y no
sólo eso. Está corriendo mucho riesgo. Seguro que Papá Noel se enfada al
descubrir el engaño y usa su magia para convertirlo en un cochinillo. O peor:
dejarle sin regalos. ¡Sin juguetes! ¡Sin lo mejor de la navidad!
¿Qué es la navidad sin regalos?
Mamá lo despertaría agitándolo por el hombro y
subiendo las persianas para que el sol de la mañana se colara en su habitación.
Habría nevado, que para algo es navidad, y a través de la escarcha de la
ventana vería a los más madrugadores estrenando sus trineos.
-¡Venga! –diría mamá, sonriendo-. ¿A qué
esperas para levantarte? ¡Es navidad!
Y el niño saldría de la cama y fingiría
felicidad, y cuando papá lo viera diría lo que siempre dice:
-¿A qué viene tanta alegría tan temprano?
-¡Es navidad! –gritaría el niño con voz
forzada.
-Pues he pasado por el salón y allí no había
regalos –diría papá.
Y esa broma inocente y sin gracia que repetía
cada año sería por fin verdad. El niño seguiría fingiendo que todo va bien.
Entonces, al abrir la puerta del salón los tres se encontrarían con un árbol
sin regalos a sus pies.
-¿Qué…? –diría papá.
Y el niño se echaría a llorar.
-Yo sólo quería conocer a Papá Noel
–sollozaría-. Y por mi culpa no tenéis regalos.
Detrás del sillón, entre luces amarillas y
verdes, el niño se echa a llorar de verdad. Pero no llora de pena. Al fin y
al cabo todavía no ha echado a perder la navidad.
El niño llora de pura alegría, porque por fin
había entendido que lo mejor de la navidad no son los regalos. No los suyos,
al menos.
Lo mejor de la navidad es la felicidad
contagiosa de mamá al despertarlo por la mañana, lloviera o nevara o hiciera
sol afuera. Es encontrarse con papá en el pasillo y verlo tan serio haciendo
la misma broma de siempre, cuando después era al que más ilusión le hacían los
regalos. Es empezar desenvolviéndolos con cuidado para acabar arrancando el
papel a mordiscos. Es ver cómo mamá abría uno de los suyos y se probaba el
nuevo abrigo que tan bien le quedaba y daba las gracias a Papá Noel a la vez
que besaba a papá, como si él tuviera algo que ver en todo esto. Es dejar de
último el más grande de los paquetes y no abrirlo hasta que papá y mamá lo
animaban a hacerlo con palmas y canciones que se inventaban sobre la marcha.
Lo mejor de la navidad no es qué hay dentro
de ese último paquete, o cómo se las había apañado Papá Noel para bajarlo por
la chimenea. Lo mejor de la navidad, lo único importante, es poder compartir
juntos ese momento. Alegrarse de la felicidad de papá y mamá, y ver cómo ellos
se alegraban de la suya.
Ya tendría tiempo a conocer a Papá Noel. De
momento prefería disfrutar de la navidad.
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