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viernes, 9 de noviembre de 2012

Humano. Capítulo 13.


Castoira

Moví su cuerpo para poder coger el fusil empapado de sangre. Encontré además munición en abundancia. Desde luego la iba a necesitar. El brazo me dolía bastante, pero ya no sangraba. Levanté el fusil y apunté para ver si era capaz de hacerlo. Me costaba, pero me las tendría que apañar así. No me quedaba otra si quería llegar hasta ella.

La reunificación de lo que acabaría siendo Nueva Castoria no fue fácil, pero tampoco sencilla.
A la mañana siguiente de un día en el que no pasó nada partimos hacia el este. Éramos un petit comité formado por Pastor, su perro mayordomo y un servidor. Llevábamos también un intérprete de la versión francesa del castorí. Su nombre era Paté. Su padre era Pato, su madre era francesa.
Los reinos adyacentes a Castoria se unieron rápidamente a la causa. Mi discurso demagógico y manipulador llegaba con facilidad a los corazones de esos asquerosos monstruos peludos comedores de árboles. Siempre había un pequeño grupo que se resistía ahora y siempre al invasor. Nada que un pequeño exterminio no pudiera resolver. Poco a poco, mientras avanzábamos, Castoria iba creciendo. En esos momentos yo era la persona más odiada por los hacedores de mapas del mundo animal. Miles de pequeños reinos uniéndose en uno solo, como las gotas de agua se juntan para hacer un charco. Pero mi objetivo era formar un océano.
A medida que nos movíamos hacia el este unos extraños rumores llegaban a nuestros oídos. Decían que ya habían hablar de nosotros, que sabían que llevábamos meses conquistando territorios, que Castoira ahora era un reino poderoso. Yo les corregía. Apenas habían pasado dos semanas desde que empezamos nuestra misión. Además, es Castoria, no Castoira.
No fue hasta que nos adentramos en una zona más montañosa que comprendimos qué era lo que en realidad estaba ocurriendo. Paté, gran conocedor de geografía además de traductor, nos explicó que estábamos acercándonos a la zona francocastorífona de lo que los humanos llamaban Canadá. Por primera vez tuvimos que echar mano de él para traducir el discurso de unificación.
Estábamos en un pequeño reino gobernado por un anciano rey. En cuanto mencionamos nuestros planes, el rey nos cortó enseguida. Se puso a hablar con Paté en un extraño dialecto. Cuando terminó Paté se acercó a nosotros y nos explicó que los rumores que veníamos oyendo desde hacía unos días eran ciertos. Los castores no se equivocaban al decir que Castoira, y no Castoria, llevaba meses creciendo. Pero Paté no lo pronunció así. Se pronuncia Castuaj, dijo. Castoira siempre fue el reino más importante de la zona este de Canadá, allí donde hablan el francocastorí, nos explicó. El viejo rey le había explicado que al otro lado de las montañas comenzaba lo que ahora se llamaba Castoira La Formidable (Castuaj La Fojmidabl). Por el norte el territorio se extendía hasta la zona de nieve. Por el sur hasta los Lagos de la Reina Margaret, o Grandes Lagos. No sabía hasta dónde habían avanzado hacia el este, allí donde vivían los mapaches.
Las noticias preocuparon a Pastor. La reunificación estaba saliendo bien ya que ningún reino era lo bastante poderoso como para enfrentarse a mí. El joven rey de Nueva Castoria temía que este nuevo reino nos planteara más dificultades. Yo no lo veía así. Soy optimista por naturaleza. Y como hace tiempo que no os hablo de mí, os contaré una anécdota.
La expresión “ver el vaso medio lleno” la inventé yo. Tenía doce o veintisiete años. Era verano en el hemisferio norte, que es el único en el que he estado, pero no el único desde donde estáis leyendo esto. Mi padre acababa de morir y mi madre nos había abandonado a mis hermanos y a mí. O al revés. Tengo varios hermanos y hermanas. El número es difícil de precisar. Rara vez estábamos todos en una misma habitación, así que nunca los pude contar. Me tuve que hacer cargo de todos a los que intermitentemente veía. A esa edad imprecisa no es fácil pasar por eso. Ni siquiera era el mayor. Varios de mis hermanos me doblaban en edad. Alguno era incluso mayor que mis padres. Pero yo era el responsable, y como tal tenía que proporcionarles protección y comida a todos y cada uno de ellos. Así que empecé a mandar a los más pequeños a trabajar en las peligrosas minas de carbón. Fueron los días más duros de mi vida. Tenía que madrugar muchísimo para despertar a mis hermanos. Después podía volver a la cama, pero no era lo mismo. No era lo mismo… Luego venía lo peor. Cuando ya me había olvidado del sufrimiento de madrugar, llegaban del trabajo sucios y cansados, a veces muy tarde. No era justo. Muchas veces yo ya estaba en cama y me despertaban con sus voces. Además, dejaban todo manchado. Al día siguiente tenía que mandar a mis hermanas a limpiar. Cada día era una tortura para mí. Se podían contar con los dedos de una mano las veces que podía dormir mis quince horas diarias. Pero aun así no perdí la alegría de vivir. Gracias al duro sacrificio de explotar a mis hermanos, iba a ir o había ido a la universidad, así que gracias a esa formación tendría un futuro mejor que el de ellos.
Lo del vaso no sé cuando lo dije, pero bueno, que sí, que era y sigo siendo muy optimista. Así que lo que para Pastor era un problema para mí era un alivio. En vez de dar miles y miles de discursos en los pequeños reinos, me bastaría con dar un discurso genial en Castoira La Formidable para prácticamente completar la reunificación de Castoria.
Pero para eso iba a necesitar inspiración. Mucha inspiración. Así que estaba claro. Necesitaba una musa. 

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