Castoira
Moví
su cuerpo para poder coger el fusil empapado de sangre. Encontré además
munición en abundancia. Desde luego la iba a necesitar. El brazo me dolía
bastante, pero ya no sangraba. Levanté el fusil y apunté para ver si era capaz
de hacerlo. Me costaba, pero me las tendría que apañar así. No me quedaba otra
si quería llegar hasta ella.
La reunificación de lo que acabaría siendo
Nueva Castoria no fue fácil, pero tampoco sencilla.
A la mañana siguiente de un
día en el que no pasó nada partimos hacia el este. Éramos un petit comité
formado por Pastor, su perro mayordomo y un servidor. Llevábamos también un
intérprete de la versión francesa del castorí. Su nombre era Paté. Su padre era
Pato, su madre era francesa.
Los reinos adyacentes a Castoria se
unieron rápidamente a la causa. Mi discurso demagógico y manipulador llegaba
con facilidad a los corazones de esos asquerosos monstruos peludos comedores de
árboles. Siempre había un pequeño grupo que se resistía ahora y siempre al
invasor. Nada que un pequeño exterminio no pudiera resolver. Poco a poco,
mientras avanzábamos, Castoria iba creciendo. En esos momentos yo era la
persona más odiada por los hacedores de mapas del mundo animal. Miles de
pequeños reinos uniéndose en uno solo, como las gotas de agua se juntan para
hacer un charco. Pero mi objetivo era formar un océano.
A medida que nos movíamos hacia el este
unos extraños rumores llegaban a nuestros oídos. Decían que ya habían hablar de
nosotros, que sabían que llevábamos meses conquistando territorios, que
Castoira ahora era un reino poderoso. Yo les corregía. Apenas habían pasado dos
semanas desde que empezamos nuestra misión. Además, es Castoria, no Castoira.
No fue hasta que nos adentramos en una
zona más montañosa que comprendimos qué era lo que en realidad estaba
ocurriendo. Paté, gran conocedor de geografía además de traductor, nos explicó
que estábamos acercándonos a la zona francocastorífona de lo que los humanos
llamaban Canadá. Por primera vez tuvimos que echar mano de él para traducir el
discurso de unificación.
Estábamos en un pequeño reino gobernado
por un anciano rey. En cuanto mencionamos nuestros planes, el rey nos cortó
enseguida. Se puso a hablar con Paté en un extraño dialecto. Cuando terminó
Paté se acercó a nosotros y nos explicó que los rumores que veníamos oyendo
desde hacía unos días eran ciertos. Los castores no se equivocaban al decir que
Castoira, y no Castoria, llevaba meses creciendo. Pero Paté no lo pronunció así.
Se pronuncia Castuaj, dijo. Castoira siempre fue el reino más importante de la
zona este de Canadá, allí donde hablan el francocastorí, nos explicó. El viejo
rey le había explicado que al otro lado de las montañas comenzaba lo que ahora
se llamaba Castoira La Formidable (Castuaj La Fojmidabl). Por el norte el
territorio se extendía hasta la zona de nieve. Por el sur hasta los Lagos de la
Reina Margaret, o Grandes Lagos. No sabía hasta dónde habían avanzado hacia el
este, allí donde vivían los mapaches.
Las noticias preocuparon a Pastor. La
reunificación estaba saliendo bien ya que ningún reino era lo bastante poderoso
como para enfrentarse a mí. El joven rey de Nueva Castoria temía que este nuevo
reino nos planteara más dificultades. Yo no lo veía así. Soy optimista por
naturaleza. Y como hace tiempo que no os hablo de mí, os contaré una anécdota.
La expresión “ver el vaso medio lleno” la
inventé yo. Tenía doce o veintisiete años. Era verano en el hemisferio norte,
que es el único en el que he estado, pero no el único desde donde estáis
leyendo esto. Mi padre acababa de morir y mi madre nos había abandonado a mis
hermanos y a mí. O al revés. Tengo varios hermanos y hermanas. El número es
difícil de precisar. Rara vez estábamos todos en una misma habitación, así que
nunca los pude contar. Me tuve que hacer cargo de todos a los que
intermitentemente veía. A esa edad imprecisa no es fácil pasar por eso. Ni
siquiera era el mayor. Varios de mis hermanos me doblaban en edad. Alguno era
incluso mayor que mis padres. Pero yo era el responsable, y como tal tenía que
proporcionarles protección y comida a todos y cada uno de ellos. Así que empecé
a mandar a los más pequeños a trabajar en las peligrosas minas de carbón.
Fueron los días más duros de mi vida. Tenía que madrugar muchísimo para
despertar a mis hermanos. Después podía volver a la cama, pero no era lo mismo.
No era lo mismo… Luego venía lo peor. Cuando ya me había olvidado del
sufrimiento de madrugar, llegaban del trabajo sucios y cansados, a veces muy tarde.
No era justo. Muchas veces yo ya estaba en cama y me despertaban con sus voces.
Además, dejaban todo manchado. Al día siguiente tenía que mandar a mis hermanas
a limpiar. Cada día era una tortura para mí. Se podían contar con los dedos de
una mano las veces que podía dormir mis quince horas diarias. Pero aun así no
perdí la alegría de vivir. Gracias al duro sacrificio de explotar a mis
hermanos, iba a ir o había ido a la universidad, así que gracias a esa
formación tendría un futuro mejor que el de ellos.
Lo del vaso no sé cuando lo dije, pero
bueno, que sí, que era y sigo siendo muy optimista. Así que lo que para Pastor
era un problema para mí era un alivio. En vez de dar miles y miles de discursos
en los pequeños reinos, me bastaría con dar un discurso genial en Castoira La
Formidable para prácticamente completar la reunificación de Castoria.
Pero para eso iba a necesitar
inspiración. Mucha inspiración. Así que estaba claro. Necesitaba una musa.
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