Coherencia se escribe con teclado de portátil
No me encontré con nadie
en todo el camino. Cuando llegué al lugar señalado en el mapa me llevé una gran
decepción. No había nadie allí. Mi astuto método había fallado. Tendría que
averiguar de verdad dónde la retenían. Sentí que alguien se acercaba, así que
me parapeté detrás de unos cadáveres y esperé mi momento para atacar e intentar
obtener la información que buscaba.
Formé el ejército, derrotamos a esa especie de gatos con antifaz
que son los mapaches y convencimos a las nutrias para que se unieran a nuestra
causa. No fue fácil. Hubo muchos muertos, sobre todo mapaches. Sobre todo
castores más bien, pero en porcentaje los mofétidos esos fueron los que
acabaron peor parados. Murió una nutria también, pero creo que fue por comer
marisco en mal estado, porque la campaña del Pacífico fue amistosa a más no
poder. Puede que nos dejáramos llevar por el nombre del océano, puede que mi
sed de sangre quedara saciada en el Este.
Éramos un feixe deles,
como decía mi abuela. Mi abuela fue una señora desde el día en que nació. Murió
con 197 años de un ataque de risa. Tuvo hijos a diestro y siniestro. Uno de
ellos fue mi padre. Él no heredó esa alegría de vivir, quizás por ser hijo
único. Como ya os he dicho le gustaba la fiesta, pero por la presencia de
alcohol, más que nada. La parte de divertirse no la llevaba muy bien. Quizás
por eso murió/nos abandonó. En fin, que éramos muchos.
Por culpa de llevar nutrias teníamos que ir por la costa todo el
rato. Entramos en los Estados Unidos por Washington. Mi primera intención fue
visitar la Casa Blanca y decirle un par de cosas al tal Obama. Tal vez
desafiarle a un duelo a muerte y hacerme con el poder y control del país y por
ende, del mundo occidental. Obviamente no lo pude hacer por motivos obvios para
cualquiera de vosotros con unos mínimos conocimientos de geografía o con un
mapa delante. Os dejo unos segundos para que busquéis.
Continuamos nuestra marcha costera hacia el sur, sabe dios por
qué. Después de pasar otro estado, por fin llegamos a California. Bebí para
celebrarlo. Para celebrar que por fin había bares cerca del mar. Dejé a las
nutrias jugando con los sufistas y a los castores en un pequeño riachuelo. Yo
me senté en la barra de ese chiringuito de playa, pedí una cerveza y me puse a
pensar.
Pastor se había quedado gobernando lo que ahora se llamaba el
Imperio Greco-Castoriano (el nombre se lo puse yo). Paté era el subjefe de
estado o algo parecido. Se ocupaba de la zona francocastorífona. Pato había
muerto de viejo y por coger demasiada velocidad en una cuesta con su silla de
ruedas. Conmigo se habían venido las fuerzas de élite del ejército. Un grupo de
unos pocos cientos de jóvenes y fuertes ejemplares. Y las nutrias, pero sólo
eran dos docenas. Acabé la cerveza y volví a pensar, pero esta vez en serio.
¿Qué coño estaba haciendo yo en California con un montón de bichos
a mis órdenes? ¿Qué pretendía? Desde luego no tenía ningún plan. No sabía ni a
donde ir. Ayudar a los castores a dominar todo Canadá y posiblemente destruir
el equilibrio del ecosistema había sido divertido, claro. ¿Pero ahora? Me
levanté pensativo y sin pagar. Fui junto a los castores. Carraspeé llamando su atención.
Cientos de ojillos se volvieron hacia mí. Sonreían sabiendo que mis discursos
eran una pasada e imaginando que iban a disfrutar como cerdos en el barro
escuchando mis sabias y elocuentes palabras. Inspiré, hinchando mi pecho,
llenándolo no sólo de aire sino también de orgullo para decir las que iban a
ser mis últimas palabras hacia esos seres que me habían hecho la vida más
emocionante los últimos meses.
-Bueno, chavales,
adiós.
Me di la vuelta rápidamente para no verlos llorar. Yo estaba bien.
Mejor que en mucho tiempo incluso. La cerveza me había sacado de la locura que
como todos sabéis provoca la sobriedad extrema. Recordé además que estaba
buscando a mis hijos y que éstos no estaban en Norteamérica. Que yo supiera por
lo menos. También volvió a mi mente la imagen de Paco y Pepe. ¿Qué habría sido
de ellos? Había llegado el momento de localizarlos y retomar la investigación
dónde la habíamos dejado. No dónde, ya que eso significaría volver a
Groenlandia. Me refiero a retomar la investigación y punto. Pero era tarde y
tenía sed. Intentaría localizarlos por la mañana. En algún bar donde no tuviera
deudas había una cerveza esperando por mí para ser bebida. Y no podía
decepcionarla.
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