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Violators will be prosecuted. Enjoy!

viernes, 23 de noviembre de 2012

Humano. Capítulo 20.


Final.

Llegó el momento de entregar los sobres con la respuesta al acertijo que nos había propuesto desde el más allá Sir Alex McAlistair. Avanzo hasta ese momento porque como ya os he contado yo descubrí quién era el asesino del abuelo de Eve nada más comenzar la noche. Lo que hicieron el resto de familiares para averiguarlo debería traeros sin cuidado. Sí os diré que Eve y yo aprovechamos para echar una cabezadita en su antigua habitación. Bueno, puede que algunas relaciones sexuales fueran mantenidas a lo largo de la noche, if you know what I mean. Ejem, ejem, coito.

Nosotros fuimos los primeros en depositar el papelito. Cuando llegó la hora límite había cinco sobres sobre la mesa de Alfred. Dos de los familiares de Eve no habían conseguido desentrañar el misterioso misterio que envolvía la muerte por asesinato del señor McAlistair. Sin ceremonia previa ni nada, el mayordomo (que recordemos era una persona) abrió el primer sobre y leyó en voz alta.

            -Alex McAlistair, en su habitación, somníferos.

Los siguientes tres sobres decían exactamente lo mismo. Todos creían que el señor abuelo se había suicidado. Eve, a cada sobre que abrían, me miraba y me preguntaba si estaba completamente seguro de mi respuesta. Por supuesto que lo estaba. Pero aun así no pude evitar sentir nervios cuando Alfred rasgó el último sobre, el nuestro.

            -La Reina de Inglaterra, en Escocia, opresión.

El silencio que siguió a la lectura de mi respuesta fue de los menos ruidosos que recuerdo. Todos nos miraban, entre sorprendidos y divertidos. Sobre todo Eve. Ella no sabía lo que había escrito. Quería que fuera una sorpresa. Y por su cara vaya si lo fue.

            -La respuesta correcta –dijo Alfred- es esta última.

Me gustaría decir que hubo aplausos, pero no. Alfred estaba francamente sorprendido. No se esperaba que nadie acertara. No había habido asesinato como tal, por supuesto. Era una metáfora. Nos entregó un maletín y la combinación para abrirlo. Eve estaba todavía en estado de shock. Un poco como todos los presentes, menos yo. Decidí que lo mejor era largarnos cuanto antes, para evitar problemas. Nos subimos a un coche y enfilamos el camino de salida. Así como quien no quiere la cosa habíamos robado un precioso Aston Martin.

            -¿Cómo lo has adivinado?

Ya llevábamos cerca de media hora en la carretera y eran las primeras palabras que Eve pronunciaba.

-Bueno, era bastante obvio. Tu abuelo era escocés escocés, de eso no hay duda. Toda esa parafernalia montada a nuestra llegada me llamó la atención. Se notaba que estaba muy apegado a las tradiciones. Y bueno, yo de política no entiendo absolutamente nada, pero no pude evitar fijarme en que en el mueble bar había un papelito debajo de una botella que decía “La Reina de Inglaterra, en Escocia, opresión”. Fue el mismo papelito que introduje en el sobre. Hice el paripé de descubrir el asesinato con la primera pista para hacerme el interesante. Pero funcionó.

            -¿Y ahora qué? –dijo Eve una vez hubo asimilado lo que le había contado.

            -Abre el maletín. Veamos cual es tu herencia.

Concentrado como estaba en la carretera y en ese estúpido cambio de marchas en el lado izquierdo, sólo pude ver de reojo el interior del maletín. Pero fue suficiente para comprobar que ahí sólo había una hoja de papel y una llave. Eve, sorprendida, leyó en voz alta:

-Venga mi muerte. 16 Charlotte Street, London.

Introduje la dirección en el gps. A ella no le hacía mucha gracia la parte de vengar la muerte de su abuelo. Era una locura, decía. Yo le dije que por lo menos deberíamos llegar al piso y ver qué es lo que allí había. Accedió. Tampoco es que tuviera otra. Yo conducía y además era el hombre.
Llegamos a Londres (London) al atardecer. Aparcamos en frente del número 16 de Charlotte Street. Entramos en el edificio con la llave que había en el sobre. Buscamos en los buzones hasta encontrar el nombre del abuelo de Eve. Subimos hasta el tercer piso. Introduje la llave en la puerta, pero no abría. Rebusqué en el rellano y encima de la puerta encontré pegada la llave del piso. Metí la llave en el ranurel, giré y abrí la puerta. Justo en el momento en el que hacía eso unas sirenas sonaron en la calle. En el interior del piso, sobre una mesa que parecía ser el único mobiliario a la vista, había una nota. Entramos y la leí:
“Te preguntarás que son esas sirenas que oyes, familiar en algún grado conmigo. Al abrir la puerta has disparado la alarma por ataque terrorista en Londres. El ejército se está movilizando en estos mismos momentos para evitar el supuesto atentado que se va a producir en el otro extremo de la ciudad. Mientras tanto, la Reina estará recluida en el palacio de Buckingham para prevenir cualquier daño hacia su persona.
Quiero que te introduzcas en el palacio y la asesines. Tienes armas de sobra en la habitación del fondo. Buena suerte.”
Nos asomamos a la ventana. Las sirenas parecían venir de los altavoces situados a lo largo de la calle, en las farolas. La gente se metía en sus casas, mientras a lo lejos el ruido de los helicópteros comenzaba a hacerse audible y se vislumbraban las luces parpadeantes de la policía.
Cuando Eve dijo “Esto es de locos” yo ya estaba abandonando el piso armado hasta los dientes y con un mapa de la ciudad. Al hombro llevaba una bolsa negra de deporte. Antes de salir a la calle miré dentro y encontré un uniforme del ejército. Me lo puse.
En Charlotte Street no me encontré a nadie, pero al doblar la esquina una patrulla del ejército me gritó. Supongo que querían que me uniera a ellos, pero me hice el longuis y me metí en un bar. El pub estaba lleno. La gente se había refugiado ahí. Estaban pendientes de la tele. Me miraron un poco raro. Yo, con el uniforme del ejército, entrando en un pub mientras mis “compañeros” se movilizaban allá afuera. En la bolsa había dinero de sobra, así que les invité a todos a una ronda y dejaron de hacerse preguntas. Bebí. Bebí mucho, cosa rara en mí. No bebía desde Escocia  y no quería que me pasara como con los castores otra vez. No recuerdo mucho. Sólo algunos flashes. En las calles, por lo que se podía ver en la tele, las cosas se estaban poniendo feas. Los ciudadanos habían salido a la calle aprovechando que todas las fuerzas del orden se encontraban ocupadas en un punto concreto de la ciudad. Comenzaron los saqueos. Los disturbios. En cuanto el ejército se dio cuenta de que la amenaza terrorista no era real se dedicaron a sofocar las revueltas. Y empezaron las batallas. Dentro del mismo pub hubo disputas. Entre pinta y pinta recuerdo recibir una puñalada en el brazo, pero no fue a más. Puede que disparara a un par de borrachos, puede que no. Recordé que tenía algo que hacer. Miré la hora y salí a la calle, olvidando la mayoría de mis armas en el local.
Estaba solo y herido. El sol comenzaba a salir por detrás de los edificios, iluminando tenuemente las calles llenas de escombros. Miré a mi alrededor, intentando encontrar algo de munición. Apenas tenía dos cargadores en los bolsillos. En la pistola, tres balas a lo sumo. Encontré un cadáver. Era fácil distinguir que era uno de “ellos”. Un soldado del ejército, digo. Llevaba uniforme y parecía haber muerto de una pedrada en la cabeza. La piedra, el arma preferida de los saqueadores.  
Moví su cuerpo para poder coger el fusil empapado de sangre. Encontré además munición en abundancia. Desde luego la iba a necesitar. El brazo me dolía bastante, pero ya no sangraba. Levanté el fusil y apunté para ver si era capaz de hacerlo. Me costaba, pero me las tendría que apañar así. No me quedaba otra si quería llegar hasta ella. Estaba bastante desorientado. El piso de Alex McAlistair quedaba francamente cerca de mi destino, pero ni siquiera recordaba con claridad hacia dónde me dirigía.
Revisé otra vez el mapa. Una cruz marca el lugar, decían. Así que dibuje una cruz al azar en el plano de la ciudad. Por fortuna la pinte bastante cerca de dónde me encontraba. Doblé el mapa, arrugándolo hasta formar una bola, comprobé el arma una vez más y me lancé con decisión hacia lo desconocido.
No me encontré con nadie en todo el camino. Cuando llegué al lugar señalado en el mapa me llevé una gran decepción. No había nadie allí. Mi astuto método había fallado. Tendría que averiguar de verdad dónde la retenían. Sentí que alguien se acercaba, así que me parapeté detrás de unos cadáveres y esperé mi momento para atacar e intentar obtener la información que buscaba.
Un tiro a la cabeza y el enemigo cayó redondo. Por causas médicas que desconozco fui incapaz de sonsacarle información. Quizás fuera el idioma. Yo en inglés me defiendo, pero es que ese bloody accent, como dicen aquí, no soy capaz de captarlo.
Reconocí a lo lejos la silueta de un edificio. ¡Ya sabía dónde estaba! La ciudad del viento: Roma. La torre Eiffel inconfundible al fondo, dando vueltas sin parar. Crucé el río por un puente desierto, cubierto de sacos de arena. “Thames”. Mi corazón me decía que me estaba acercando.
Atravesé un parque. Al principio sólo me encontré trincheras abandonadas, pero conforme avanzaba una sensación se apoderaba de mí. Escuché un ruido y me metí en una de las muchas zanjas que había diseminadas por la zona. Una pequeña tropa pasó a pocos metros de mí. Cuando se fueron les seguí a cierta distancia hasta prácticamente el final de la zona arbolada. Había un auténtico ejército reunificándose en el exterior de un gran edificio. Alcé mi vista y confirmé lo que suponía. La Union Jack estaba izada. La Reina estaba en el palacio.
No sabía cómo iba a hacer para entrar ahí. El sitio era una auténtica fortaleza. Totalmente rodeado de soldados y perros de paisano. Mi mente se puso a trabajar intentando encontrar una manera para llegar hasta la Reina. Y la encontré.
            -¡Aquí estoy! –dije mientras me levantaba tirando el arma.
Por un momento temí que me dispararan. La confusión de los soldados que me miraban logró confundirme a mí también. Después caí en la cuenta de que yo llevaba un uniforme del ejército y que nadie me estaba buscando. Recogí el arma como quien no quiere la cosa y pude comprobar que mi disfraz no era de soldado raso, sino de oficial de alto rango. Tiré de carisma para darles algunas órdenes a los allí reunidos e introducirme con toda la naturalidad del mundo en Buckingham Palace.  
Entrar en el propio palacio no me costó absolutamente nada. Pero ya dentro me di cuenta de que llegar hasta la reina iba a ser más complicado. Por lo que pude escuchar a unos guardias que paseaban por ahí la tenían escondida en un búnker al que sólo podía acceder ella y unos pocos miembros de su guardia personal.  Me acerqué a un mostrador de información o algo parecido que había allí y pedí ver los planos del palacio. Lo que vi me resultó muy útil e interesante. No tuve ni que pensar mi siguiente movimiento. Me acerqué a unos soldados que había por allí cerca y les dije que era un impostor, que yo había provocado estos disturbios y que estaba allí para matar a la Reina.
Me redujeron de muy malas maneras, la verdad. Me esposaron, me pusieron una bolsa en la cabeza, una de estas de tela negra que no te deja ver nada, y me llevaron a los calabozos. El interrogatorio que allí me hicieron me decepcionó bastante, la verdad. Yo esperaba una luz brillante, un poli bueno y uno malo, torturas y cosas así. Pero como cuando me preguntaron que qué hacía allí les conté todo así de buenas a primeras no se vieron obligados a aplicar esas técnicas tan bonitas conmigo. Me dejaron sólo, no sin antes decirme que no volvería a ver la luz del día, que se me iba a caer el pelo y que lo que había intentado hacer estaba muy mal. Más o menos.
Y tuve tiempo para pensar. Jamás iba a encontrar a mis verdaderos hijos. Todos mis esfuerzos realizados durante todos estos meses, todo el tiempo invertido para nada. Todo lo que había conseguido averiguar no me iba a valer de nada si me encerraban para siempre. O si me ejecutaban. Estaba tan cerca, pero tan cerca, de encontrarlos… Esto no me podía suceder en peor momento. Además, había encontrado el amor en la bella Eve. Bueno, o por lo menos a alguien con quien acostarme que no fuera esquimal ni castor. Mis ojos empezaron a humedecerse. Pensé también en Paco y Pepe, Pepe y Paco. Mis adorables y únicos amigos. Seguramente estarían muertos ya. O así lo deseaba yo.
Una lágrima comienza a recorrer mi mejilla. Escucho pasos al otro lado de la puerta. Me podía imaginar a la perfección lo que estaba sucediendo. El más alto cargo del ejército, que no se cual es, acercándose a la puerta. Los guardias cuadrándose para saludarlo. Una pequeña conversación. Un “señor, sí señor” dicho al unísono y el ruido de la puerta abriéndose. Unos pasos acercándose a mí. Una mano que retira el saco de mi cabeza. Una luz cegadora que sólo me permite vislumbrar la silueta de un hombre. Una voz, que me anuncia que voy a ser ejecutado. Una cara que consigo distinguir poco a poco, que sonríe y les dice a sus acompañantes “como llora la nenita” entre risas.
La lágrima que ya alcanza mi mentón. El hombre comprobando su arma. Lo va a hacer aquí mismo. Ahora mismo. Cierro los ojos, concentrado en mis recuerdos. “¿Últimas palabras, hijo de puta?”. Abro los ojos, sonriendo:
           
            -Abra cadabra.














Epílogo

Entiendo que mi mujer me dejara. Tener que mantenerme a mí y a unos hijos negros es algo que acaba pasando factura. En parte es culpa mía. Pero por otra parte yo no tengo la culpa de haber nacido como nací, de ser como soy. Hay gente capacitada para trabajar o para formar una familia o para lo que sea. Toda mi vida me he sentido desubicado. Incomprendido. Mis años en la universidad fueron los más felices de mi vida. Conocí a  gente como yo. Poca, pero por lo menos no estaba solo. Pero ni siquiera había conseguido graduarme. Y si en la mayoría de los casos cuando acabas la carrera sientes que no has aprendido nada útil para afrontar lo que va a ser el resto de tu vida, en mi caso esa sensación era millones de veces peor. Vivía en un mundo que no estaba preparado para mí.
Por eso cuando recibí la llamada del hospital explicándome lo que era obvio, que mis hijos no eran realmente míos, decidí aprovechar la situación y abandonarlo todo. Vivir la vida como yo sabía que podía hacerlo. Saltar de país en país, sin preocupaciones. Vivir las más absurdas aventuras sólo por el hecho de vivirlas. Y ser feliz.
Fui feliz prendiendo fuego al hielo, porque comprobé que podía hacerlo. Fui feliz viviendo con los castores y reunificándolos. Fui feliz comprobando que podía ser otra persona diferente y hablar un idioma que jamás había hablado. Y desde luego fui feliz matando a la Reina de Inglaterra.
El más difícil todavía. Encontrar a Eve fue una suerte. Ir hasta Escocia facilitaba mucho las cosas, y la muerte de su abuelo fue una oportunidad que no pude desaprovechar. Cambiar el testamento original por el misterioso texto del asesinato fue facilísimo. No era para nada necesario, pero quería hacerlo más interesante. Al llegar a Londres, una llamada y el ejército movilizado. En esa ciudad provocar el caos es extremadamente sencillo. Sabiendo que la Reina iba a estar recluida en Buckingham Palace asesinarla iba a ser pan comido. Una vez me llevaron al calabozo que, como pude comprobar en el plano, estaba situado justo encima del búnker, metros de hormigón mediante, sólo tuve que recordar las lecciones aprendidas en la universidad, esperar a tener público que pudiera disfrutar el espectáculo y decir las palabras mágicas.
Un pequeño escapismo, una difícil teletransportación, un simple asesinato y una exitosa desaparición. Mi fin de carrera había tardado años en llegar tras abandonar la Facultad de Magia. Pero desde luego me merecía una matrícula de honor. Por fin tenía el título. Aplaudí.


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