Final.
Llegó el momento de entregar los sobres con la respuesta al
acertijo que nos había propuesto desde el más allá Sir Alex McAlistair. Avanzo
hasta ese momento porque como ya os he contado yo descubrí quién era el asesino
del abuelo de Eve nada más comenzar la noche. Lo que hicieron el resto de
familiares para averiguarlo debería traeros sin cuidado. Sí os diré que Eve y
yo aprovechamos para echar una cabezadita en su antigua habitación. Bueno,
puede que algunas relaciones sexuales fueran mantenidas a lo largo de la noche,
if you know what I mean. Ejem, ejem,
coito.
Nosotros fuimos los primeros en depositar el papelito. Cuando
llegó la hora límite había cinco sobres sobre la mesa de Alfred. Dos de los
familiares de Eve no habían conseguido desentrañar el misterioso misterio que
envolvía la muerte por asesinato del señor McAlistair. Sin ceremonia previa ni
nada, el mayordomo (que recordemos era una persona) abrió el primer sobre y
leyó en voz alta.
-Alex McAlistair,
en su habitación, somníferos.
Los siguientes tres sobres decían exactamente lo mismo. Todos
creían que el señor abuelo se había suicidado. Eve, a cada sobre que abrían, me
miraba y me preguntaba si estaba completamente seguro de mi respuesta. Por
supuesto que lo estaba. Pero aun así no pude evitar sentir nervios cuando
Alfred rasgó el último sobre, el nuestro.
-La Reina de
Inglaterra, en Escocia, opresión.
El silencio que siguió a la lectura de mi respuesta fue de los
menos ruidosos que recuerdo. Todos nos miraban, entre sorprendidos y
divertidos. Sobre todo Eve. Ella no sabía lo que había escrito. Quería que
fuera una sorpresa. Y por su cara vaya si lo fue.
-La respuesta
correcta –dijo Alfred- es esta última.
Me gustaría decir que hubo aplausos, pero no. Alfred estaba
francamente sorprendido. No se esperaba que nadie acertara. No había habido
asesinato como tal, por supuesto. Era una metáfora. Nos entregó un maletín y la
combinación para abrirlo. Eve estaba todavía en estado de shock. Un poco como
todos los presentes, menos yo. Decidí que lo mejor era largarnos cuanto antes,
para evitar problemas. Nos subimos a un coche y enfilamos el camino de salida.
Así como quien no quiere la cosa habíamos robado un precioso Aston Martin.
-¿Cómo lo has
adivinado?
Ya llevábamos cerca de media hora en la carretera y eran las
primeras palabras que Eve pronunciaba.
-Bueno, era bastante obvio. Tu abuelo era escocés escocés, de eso
no hay duda. Toda esa parafernalia montada a nuestra llegada me llamó la
atención. Se notaba que estaba muy apegado a las tradiciones. Y bueno, yo de
política no entiendo absolutamente nada, pero no pude evitar fijarme en que en
el mueble bar había un papelito debajo de una botella que decía “La Reina de
Inglaterra, en Escocia, opresión”. Fue el mismo papelito que introduje en el
sobre. Hice el paripé de descubrir el asesinato con la primera pista para
hacerme el interesante. Pero funcionó.
-¿Y ahora qué?
–dijo Eve una vez hubo asimilado lo que le había contado.
-Abre el maletín.
Veamos cual es tu herencia.
Concentrado como estaba en la carretera y en ese estúpido cambio
de marchas en el lado izquierdo, sólo pude ver de reojo el interior del
maletín. Pero fue suficiente para comprobar que ahí sólo había una hoja de
papel y una llave. Eve, sorprendida, leyó en voz alta:
-Venga mi muerte. 16 Charlotte Street, London.
Introduje la dirección en el gps. A ella no le hacía mucha gracia
la parte de vengar la muerte de su abuelo. Era una locura, decía. Yo le dije
que por lo menos deberíamos llegar al piso y ver qué es lo que allí había.
Accedió. Tampoco es que tuviera otra. Yo conducía y además era el hombre.
Llegamos a Londres (London) al atardecer. Aparcamos en frente del
número 16 de Charlotte Street. Entramos en el edificio con la llave que había
en el sobre. Buscamos en los buzones hasta encontrar el nombre del abuelo de
Eve. Subimos hasta el tercer piso. Introduje la llave en la puerta, pero no
abría. Rebusqué en el rellano y encima de la puerta encontré pegada la llave
del piso. Metí la llave en el ranurel, giré y abrí la puerta. Justo en el
momento en el que hacía eso unas sirenas sonaron en la calle. En el interior
del piso, sobre una mesa que parecía ser el único mobiliario a la vista, había
una nota. Entramos y la leí:
“Te preguntarás que son esas sirenas que oyes, familiar en algún
grado conmigo. Al abrir la puerta has disparado la alarma por ataque terrorista
en Londres. El ejército se está movilizando en estos mismos momentos para evitar
el supuesto atentado que se va a producir en el otro extremo de la ciudad.
Mientras tanto, la Reina estará recluida en el palacio de Buckingham para
prevenir cualquier daño hacia su persona.
Quiero que te introduzcas en el palacio y la asesines. Tienes
armas de sobra en la habitación del fondo. Buena suerte.”
Nos asomamos a la ventana. Las sirenas parecían venir de los
altavoces situados a lo largo de la calle, en las farolas. La gente se metía en
sus casas, mientras a lo lejos el ruido de los helicópteros comenzaba a hacerse
audible y se vislumbraban las luces parpadeantes de la policía.
Cuando Eve dijo “Esto es de locos” yo ya estaba abandonando el
piso armado hasta los dientes y con un mapa de la ciudad. Al hombro llevaba una
bolsa negra de deporte. Antes de salir a la calle miré dentro y encontré un
uniforme del ejército. Me lo puse.
En Charlotte Street no me encontré a nadie, pero al doblar la
esquina una patrulla del ejército me gritó. Supongo que querían que me uniera a
ellos, pero me hice el longuis y me metí en un bar. El pub estaba lleno. La
gente se había refugiado ahí. Estaban pendientes de la tele. Me miraron un poco
raro. Yo, con el uniforme del ejército, entrando en un pub mientras mis
“compañeros” se movilizaban allá afuera. En la bolsa había dinero de sobra, así
que les invité a todos a una ronda y dejaron de hacerse preguntas. Bebí. Bebí
mucho, cosa rara en mí. No bebía desde Escocia
y no quería que me pasara como con los castores otra vez. No recuerdo
mucho. Sólo algunos flashes. En las calles, por lo que se podía ver en la tele,
las cosas se estaban poniendo feas. Los ciudadanos habían salido a la calle
aprovechando que todas las fuerzas del orden se encontraban ocupadas en un
punto concreto de la ciudad. Comenzaron los saqueos. Los disturbios. En cuanto
el ejército se dio cuenta de que la amenaza terrorista no era real se dedicaron
a sofocar las revueltas. Y empezaron las batallas. Dentro del mismo pub hubo
disputas. Entre pinta y pinta recuerdo recibir una puñalada en el brazo, pero no
fue a más. Puede que disparara a un par de borrachos, puede que no. Recordé que
tenía algo que hacer. Miré la hora y salí a la calle, olvidando la mayoría de
mis armas en el local.
Estaba
solo y herido. El sol comenzaba a salir por detrás de los edificios, iluminando
tenuemente las calles llenas de escombros. Miré a mi alrededor, intentando
encontrar algo de munición. Apenas tenía dos cargadores en los bolsillos. En la
pistola, tres balas a lo sumo. Encontré un cadáver. Era fácil distinguir que
era uno de “ellos”. Un soldado del ejército,
digo. Llevaba uniforme y parecía haber muerto de una pedrada en la cabeza. La
piedra, el arma preferida de los saqueadores.
Moví
su cuerpo para poder coger el fusil empapado de sangre. Encontré además
munición en abundancia. Desde luego la iba a necesitar. El brazo me dolía
bastante, pero ya no sangraba. Levanté el fusil y apunté para ver si era capaz
de hacerlo. Me costaba, pero me las tendría que apañar así. No me quedaba otra
si quería llegar hasta ella. Estaba bastante
desorientado. El piso de Alex McAlistair quedaba francamente cerca de mi
destino, pero ni siquiera recordaba con claridad hacia dónde me dirigía.
Revisé
otra vez el mapa. Una cruz marca el lugar, decían. Así que dibuje una cruz al
azar en el plano de la ciudad. Por fortuna la pinte bastante cerca de dónde me
encontraba. Doblé el mapa, arrugándolo hasta formar una bola, comprobé el arma
una vez más y me lancé con decisión hacia lo desconocido.
No
me encontré con nadie en todo el camino. Cuando llegué al lugar señalado en el
mapa me llevé una gran decepción. No había nadie allí. Mi astuto método había
fallado. Tendría que averiguar de verdad dónde la retenían. Sentí que alguien
se acercaba, así que me parapeté detrás de unos cadáveres y esperé mi momento para
atacar e intentar obtener la información que buscaba.
Un tiro a la cabeza y el
enemigo cayó redondo. Por causas médicas que desconozco fui incapaz de
sonsacarle información. Quizás fuera el idioma. Yo en inglés me defiendo, pero
es que ese bloody accent, como dicen aquí, no soy capaz de captarlo.
Reconocí a lo lejos la
silueta de un edificio. ¡Ya sabía dónde estaba! La ciudad del viento: Roma. La
torre Eiffel inconfundible al fondo, dando vueltas sin parar. Crucé el río por
un puente desierto, cubierto de sacos de arena. “Thames”. Mi corazón me decía
que me estaba acercando.
Atravesé un parque. Al
principio sólo me encontré trincheras abandonadas, pero conforme avanzaba una
sensación se apoderaba de mí. Escuché un ruido y me metí en una de las muchas
zanjas que había diseminadas por la zona. Una pequeña tropa pasó a pocos metros
de mí. Cuando se fueron les seguí a cierta distancia hasta prácticamente el
final de la zona arbolada. Había un auténtico ejército reunificándose en el
exterior de un gran edificio. Alcé mi vista y confirmé lo que suponía. La Union
Jack estaba izada. La Reina estaba en el palacio.
No sabía cómo iba a hacer
para entrar ahí. El sitio era una auténtica fortaleza. Totalmente rodeado de
soldados y perros de paisano. Mi mente se puso a trabajar intentando encontrar
una manera para llegar hasta la Reina. Y la encontré.
-¡Aquí estoy! –dije mientras me levantaba tirando el
arma.
Por un momento temí que me dispararan. La confusión de los
soldados que me miraban logró confundirme a mí también. Después caí en la
cuenta de que yo llevaba un uniforme del ejército y que nadie me estaba
buscando. Recogí el arma como quien no quiere la cosa y pude comprobar que mi
disfraz no era de soldado raso, sino de oficial de alto rango. Tiré de carisma
para darles algunas órdenes a los allí reunidos e introducirme con toda la
naturalidad del mundo en Buckingham Palace.
Entrar en el propio palacio no me costó absolutamente nada. Pero
ya dentro me di cuenta de que llegar hasta la reina iba a ser más complicado.
Por lo que pude escuchar a unos guardias que paseaban por ahí la tenían
escondida en un búnker al que sólo podía acceder ella y unos pocos miembros de
su guardia personal. Me acerqué a un
mostrador de información o algo parecido que había allí y pedí ver los planos
del palacio. Lo que vi me resultó muy útil e interesante. No tuve ni que pensar
mi siguiente movimiento. Me acerqué a unos soldados que había por allí cerca y
les dije que era un impostor, que yo había provocado estos disturbios y que
estaba allí para matar a la Reina.
Me redujeron de muy malas maneras, la verdad. Me esposaron, me
pusieron una bolsa en la cabeza, una de estas de tela negra que no te deja ver
nada, y me llevaron a los calabozos. El interrogatorio que allí me hicieron me
decepcionó bastante, la verdad. Yo esperaba una luz brillante, un poli bueno y
uno malo, torturas y cosas así. Pero como cuando me preguntaron que qué hacía
allí les conté todo así de buenas a primeras no se vieron obligados a aplicar
esas técnicas tan bonitas conmigo. Me dejaron sólo, no sin antes decirme que no
volvería a ver la luz del día, que se me iba a caer el pelo y que lo que había
intentado hacer estaba muy mal. Más o menos.
Y tuve tiempo para pensar. Jamás iba a encontrar a mis verdaderos
hijos. Todos mis esfuerzos realizados durante todos estos meses, todo el tiempo
invertido para nada. Todo lo que había conseguido averiguar no me iba a valer
de nada si me encerraban para siempre. O si me ejecutaban. Estaba
tan cerca, pero tan cerca, de encontrarlos… Esto no me podía suceder en peor momento. Además, había encontrado el amor en la bella Eve. Bueno, o por lo
menos a alguien con quien acostarme que no fuera esquimal ni castor. Mis ojos
empezaron a humedecerse. Pensé también en Paco y Pepe, Pepe y Paco. Mis
adorables y únicos amigos. Seguramente estarían muertos ya. O así lo deseaba
yo.
Una lágrima comienza a recorrer mi mejilla. Escucho pasos al otro
lado de la puerta. Me podía imaginar a la perfección lo que estaba sucediendo.
El más alto cargo del ejército, que no se cual es, acercándose a la puerta. Los
guardias cuadrándose para saludarlo. Una pequeña conversación. Un “señor, sí
señor” dicho al unísono y el ruido de la puerta abriéndose. Unos pasos
acercándose a mí. Una mano que retira el saco de mi cabeza. Una luz cegadora
que sólo me permite vislumbrar la silueta de un hombre. Una voz, que me anuncia
que voy a ser ejecutado. Una cara que consigo distinguir poco a poco, que
sonríe y les dice a sus acompañantes “como llora la nenita” entre risas.
La lágrima que ya alcanza mi mentón. El hombre comprobando su
arma. Lo va a hacer aquí mismo. Ahora mismo. Cierro los ojos, concentrado en
mis recuerdos. “¿Últimas palabras, hijo de puta?”. Abro los ojos, sonriendo:
-Abra cadabra.
Epílogo
Entiendo que mi mujer me dejara. Tener que mantenerme a mí y a
unos hijos negros es algo que acaba pasando factura. En parte es culpa mía.
Pero por otra parte yo no tengo la culpa de haber nacido como nací, de ser como
soy. Hay gente capacitada para trabajar o para formar una familia o para lo que
sea. Toda mi vida me he sentido desubicado. Incomprendido. Mis años en la
universidad fueron los más felices de mi vida. Conocí a gente como yo. Poca, pero por lo menos no
estaba solo. Pero ni siquiera había conseguido graduarme. Y si en la mayoría de
los casos cuando acabas la carrera sientes que no has aprendido nada útil para
afrontar lo que va a ser el resto de tu vida, en mi caso esa sensación era
millones de veces peor. Vivía en un mundo que no estaba preparado para mí.
Por eso cuando recibí la llamada del hospital explicándome lo que
era obvio, que mis hijos no eran realmente míos, decidí aprovechar la situación
y abandonarlo todo. Vivir la vida como yo sabía que podía hacerlo. Saltar de
país en país, sin preocupaciones. Vivir las más absurdas aventuras sólo por el
hecho de vivirlas. Y ser feliz.
Fui feliz prendiendo fuego al hielo, porque comprobé que podía
hacerlo. Fui feliz viviendo con los castores y reunificándolos. Fui feliz
comprobando que podía ser otra persona diferente y hablar un idioma que jamás
había hablado. Y desde luego fui feliz matando a la Reina de Inglaterra.
El más difícil todavía. Encontrar a Eve fue una suerte. Ir hasta
Escocia facilitaba mucho las cosas, y la muerte de su abuelo fue una
oportunidad que no pude desaprovechar. Cambiar el testamento original por el
misterioso texto del asesinato fue facilísimo. No era para nada necesario, pero
quería hacerlo más interesante. Al llegar a Londres, una llamada y el ejército
movilizado. En esa ciudad provocar el caos es extremadamente sencillo. Sabiendo
que la Reina iba a estar recluida en Buckingham Palace asesinarla iba a ser pan
comido. Una vez me llevaron al calabozo que, como pude comprobar en el plano,
estaba situado justo encima del búnker, metros de hormigón mediante, sólo tuve
que recordar las lecciones aprendidas en la universidad, esperar a tener
público que pudiera disfrutar el espectáculo y decir las palabras mágicas.
Un pequeño escapismo, una difícil teletransportación, un simple
asesinato y una exitosa desaparición. Mi fin de carrera había tardado años en
llegar tras abandonar la Facultad de Magia. Pero desde luego me merecía una
matrícula de honor. Por fin tenía el título. Aplaudí.
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