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sábado, 17 de noviembre de 2012

Humano. Capítulo 18.


Hércules Poirot y el cáliz de fuego

Atravesé un parque. Al principio sólo me encontré trincheras abandonadas, pero conforme avanzaba una sensación se apoderaba de mí. Escuché un ruido y me metí en una de las muchas zanjas que había diseminadas por la zona. Una pequeña tropa pasó a pocos metros de mí. Cuando se fueron les seguí a cierta distancia hasta prácticamente el final de la zona arbolada. Había un auténtico ejército reunificándose en el exterior de un gran edificio. Alcé mi vista y confirmé lo que suponía. La Union Jack estaba izada. La Reina estaba en el palacio.


La cena no podía durar eternamente. Tras la agradable velada, Alfred nos invitó a pasar al salón. Era una acogedora estancia con una chimenea, varios sillones con aspecto confortable, estanterías plagadas de libros y un espectacular mueble bar. Yo me dirigí rápidamente hacia allí y me serví un whiskey. Otros invitados me imitaron, pero no me cabreé, estaban en su derecho. El mayordomo fue el último en entrar. Llevaba un maletín de aspecto intrigante. Pidió a los familiares que tomaran asiento. El resto nos mantuvimos de pie cerca de nuestros clientes. Cuando todos estuvimos situados Alfred carraspeó y comenzó a hablar con su voz, que yo ya había escuchado por ejemplo momentos antes cuando había dicho a los familiares que se sentaran.

-Cómo sabéis, estáis aquí por motivo del reparto de la herencia del señor McAlistair, del que sois respectivamente nieta, nieto, nieto, hijo, hija, hija y hermano. Pero vuestro parentesco ya lo conocéis. Veo que todos habéis podido venir, no como al entierro… Iré directo al grano.

Abrió el maletín y sacó un sobre lacrado con el escudo familiar, como If me señaló. Todo muy vintage. Lo rasgó sin contemplaciones y sacó un pequeño papel de su interior. Bueno, un folio entero. Antes de leerlo en alto, Alfred lo leyó para sí. Su cara fue cambiando desde la sorpresa inicial hasta una gran sonrisa. Nos miró con los ojos ligeramente húmedos y está vez sí leyó en alto.

“Mi nombre es Alex McAlistair, y si estáis leyendo esto es que he sido asesinado. Os he citado a los siete aquí porque puedo. Soy un hombre poderoso, incluso ahora que estoy muerto. Si pensabais que ibais a recibir una herencia normal es que no me conocíais en absoluto. Y con esto no quiero decir que no vayáis a recibir nada. Pero os lo vais a tener que ganar. Tendréis que averiguar quien fue mi asesino. Tenéis esta noche para descubrirlo. Alfred os dará a continuación una serie de pistas para comenzar las pesquisas. A las 8:00 deberéis entregar en un sobre cerrado un papel con el nombre del asesino, el lugar del asesinato y el arma homicida. Dios, como me gusta el Cluedo. Quien acierte recibirá todos mis bienes. Si hay varios se repartirán de un modo preestablecido. Si nadie consigue adivinarlo, mala suerte, os iréis con las manos vacías. Ale, que el tiempo corre.”

Como podéis imaginar se armó un gran revuelo tras la lectura de la nota. ¿Asesinado? Todos creían que Alex McAlistair había muerto de un ataque al corazón. Me acerqué de nuevo al mueble bar a servirme otra copa. Debí de quedarme ensimismado mirando las botellas porque de pronto sentí que me tocaban el hombro y decían mi nombre actual. Me giré y vi que la gente abandonaba el salón.

            -Robert, ven conmigo, me vas a ayudar a investigar.

Acompañé a la carrera a If a través del salón. Mientras subíamos las escaleras me explicó que la pista que Alfred les había dado era que debían comenzar a buscar en su infancia. En la de cada uno, no en la de Alex. Así que estábamos subiendo a la habitación donde solía dormir If cuando venía a visitar a su abuelo. Entramos y encendimos la luz. Bueno, la encendió ella, que yo no sabía donde estaba. Era un cuarto amplió pero poco decorado. Solo un par de fotos sobre una mesa y un cuadro pintado por mi acompañante, gracias al cual descubrí que su nombre se escribía Eve. Yo no tenía ni idea de qué estábamos buscando. Como pude comprobar, Eve tampoco. Encontrar pistas de un misterioso asesinato es fácil si estás en el lugar del crimen y sabes lo que estas buscando. Abrimos todos los cajones, miramos en el armario y debajo de la cama. No había nada extraño. Eve sacó las fotos de sus marcos, por si había algo escrito en el reverso. Yo, siguiendo su ejemplo, descolgué el cuadro y le di la vuelta. Premio. Un sobre con la palabra “clue” escrita en el. Lo abrí. Eve miró entonces hacia mí. No me había visto coger el sobre. Le devolví la mirada.

            -Ya sé quien mató a tu abuelo.  

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