Season finale
Una vez la balsa se detuvo me puse de pie
sobre ella. Decenas de ojos fijos en mí. Yo, a su vez, les devolvía sonriente
la mirada. Castores. De todos los tamaños, pero con una única forma: la de
castor. Ahí estaban, junto a la presa que habían construido. Llevaba esperando
este momento meses. Durante el transcurso de mi viaje por Canadá no había parado
de imaginar como vivían y se organizaban estos simpáticos ingenieros de la
naturaleza. Así que, sin serlo, me creía un experto en sus costumbres. Los miré
uno a uno. Puede que me saltara alguno que estuviera medio escondido detrás de
alguna rama o debajo del agua. Cuando acabe el primer barrido volví a empezar.
Hasta que localicé a quien estaba buscando. Ahí estaba, fuera del agua, a unos
metros de la orilla. Me aclaré la voz y confíe en que toda la corteza que había
comido durante mi viaje hubiera hecho efecto y supiera hablar castorí.
-Busco al jefe
de obra.
Silencio. Los castores seguían mirándome,
como paralizados
.
-¡Estoy
buscando al encargado de esta presa!- repetí más alto esta vez.
-¿Quién os
envía, Humano? Si es que ese es vuestro verdadero nombre.
El que había hablado era el castor que
estaba fuera del agua. Yo ya sabía que era él a quien buscaba, pues parecía el
más inteligente de todos. No sé si era por sus ojos o por las gafas que
llevaba.
Acerqué la balsa a la orilla y me bajé.
De cerca pude apreciar que era viejo, muy viejo. Y que estaba en silla de
ruedas.
-Podéis
llamarme Humano si así lo deseáis, mas no me envía nadie. He venido hasta aquí
guiado por este tatuaje en mi brazo derecho. Un tatuaje que no recuerdo haberme
hecho, pero que alguien tuvo que hacerlo. Así que pensándolo bien, sí que me
envía alguien: el tatuador. Pero no sé quien es. Así que respondiendo a tu
pregunta, digamos que es el destino quien me envía.
-De acuerdo.
Mi nombre es Pato, ingeniero jefe de la sección media del río.
¿Qué os trae por aquí?
-Quiero que me
llevéis ante vuestro rey- dije esta vez sin escatimar en chorro de voz.
Los pocos castores que tímidamente habían
vuelto a trabajar en la presa pararon de golpe. El ruido de herramientas
hundiéndose en el río inundó el lugar. Chof, chof y chof. Porque sólo tres
cayeron.
Un castor salió con gracilidad del agua y
se sitúo junto a Pato. Comenzaron a murmurar. Pato asentía de vez en cuando,
mirándome con ojos escrutadores. Finalmente asintió por última vez y el joven
castor se dirigió a mí. Cuando habló, lo hizo con un extraño acento.
-Síguenos,
Humano. Debemos hablar en un sitio apropiado.
Los seguí por un camino que se adentraba
en la cada vez más lejana línea forestal. Era un camino perfectamente adaptado
para discapacitados. La silla se deslizaba con facilidad siguiendo dos
profundos surcos en el suelo. El joven castor era quien la empujaba. Tras tomar
una curva un claro apareció en el bosque. Varias cabañas formaban un perímetro,
dejando un espacio en el centro. Allí estaba situada una vivienda más lujosa,
con más postín. Entramos en ella. Tomamos asiento alrededor de una mesa. He de
decir que Pato se saltó ese paso, por motivos obvios. Porque ya estaba sentado,
al ser paralítico. Por eso iba en silla de ruedas.
-Está
bien, Humano. Dinos sin rodeos para qué queréis ver al Rey –dijo Pato.
-Necesito un
ejército –solté tras unos segundos de pausa, los de rigor para crear algo de
tensión.
-¿Un ejército
de castores? Qué diantres… ¿Para qué necesitáis cosa tal?
Les narré mis desventuras. Les conté
todo, desde el momento en que una llamada cambio mi vida. Les enseñé el tatuaje
que me había llevado hasta ellos. Asintieron a la vez, dándome a entender que
ellos habrían hecho lo mismo en mi caso.
-Y
aquí estoy, intentando recuperar a mis hijos.
-Pero aún no
nos habéis dicho por qué precisamente queréis castores para formar vuestro
ejército, Humano. Es más, no sé para que necesitáis uno en primer lugar.
-Lo sé. Eso es
porque todavía no os he enseñado el segundo tatuaje.
Me quité el abrigo esquimal y la camiseta
que me había acompañado desde que abandoné el pequeño pueblo costero de
Groenlandia. Ante los ojos de los castores apareció el majestuoso tatuaje que
ocupaba toda mi espalda. El más nuevo de todos cuantos tenía. El más grande.
-Entonces,
¿me llevaréis hasta vuestro rey?
Entonces, el joven castor habló:
-No hará
falta. Ya estás ante él. Mi nombre es Pastor. Rey de Castoria. Humano, tendrás
tu ejército
Magnífica primera temporada. Espero ansioso a que salga la segunda aunque tenga que descargármela de forma ilegal y en versión original. El capítulo 8 se excedió en lo poético, y en el 10 te falta una tilde, pero me gustó todo en general, aunque no haya entendido nada. Yo también quiero un poco de eso que fumas, por cierto.
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