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miércoles, 31 de octubre de 2012

Humano. Capítulo 10.


Season finale

Una vez la balsa se detuvo me puse de pie sobre ella. Decenas de ojos fijos en mí. Yo, a su vez, les devolvía sonriente la mirada. Castores. De todos los tamaños, pero con una única forma: la de castor. Ahí estaban, junto a la presa que habían construido. Llevaba esperando este momento meses. Durante el transcurso de mi viaje por Canadá no había parado de imaginar como vivían y se organizaban estos simpáticos ingenieros de la naturaleza. Así que, sin serlo, me creía un experto en sus costumbres. Los miré uno a uno. Puede que me saltara alguno que estuviera medio escondido detrás de alguna rama o debajo del agua. Cuando acabe el primer barrido volví a empezar. Hasta que localicé a quien estaba buscando. Ahí estaba, fuera del agua, a unos metros de la orilla. Me aclaré la voz y confíe en que toda la corteza que había comido durante mi viaje hubiera hecho efecto y supiera hablar castorí.



-Busco al jefe de obra.

Silencio. Los castores seguían mirándome, como paralizados
.
-¡Estoy buscando al encargado de esta presa!- repetí más alto esta vez.

-¿Quién os envía, Humano? Si es que ese es vuestro verdadero nombre.

El que había hablado era el castor que estaba fuera del agua. Yo ya sabía que era él a quien buscaba, pues parecía el más inteligente de todos. No sé si era por sus ojos o por las gafas que llevaba.
Acerqué la balsa a la orilla y me bajé. De cerca pude apreciar que era viejo, muy viejo. Y que estaba en silla de ruedas.

-Podéis llamarme Humano si así lo deseáis, mas no me envía nadie. He venido hasta aquí guiado por este tatuaje en mi brazo derecho. Un tatuaje que no recuerdo haberme hecho, pero que alguien tuvo que hacerlo. Así que pensándolo bien, sí que me envía alguien: el tatuador. Pero no sé quien es. Así que respondiendo a tu pregunta, digamos que es el destino quien me envía.

-De acuerdo. Mi nombre es Pato, ingeniero jefe de la sección media del río.
 ¿Qué os trae por aquí?

-Quiero que me llevéis ante vuestro rey- dije esta vez sin escatimar en chorro de voz.

Los pocos castores que tímidamente habían vuelto a trabajar en la presa pararon de golpe. El ruido de herramientas hundiéndose en el río inundó el lugar. Chof, chof y chof. Porque sólo tres cayeron.
Un castor salió con gracilidad del agua y se sitúo junto a Pato. Comenzaron a murmurar. Pato asentía de vez en cuando, mirándome con ojos escrutadores. Finalmente asintió por última vez y el joven castor se dirigió a mí. Cuando habló, lo hizo con un extraño acento.

-Síguenos, Humano. Debemos hablar en un sitio apropiado.

Los seguí por un camino que se adentraba en la cada vez más lejana línea forestal. Era un camino perfectamente adaptado para discapacitados. La silla se deslizaba con facilidad siguiendo dos profundos surcos en el suelo. El joven castor era quien la empujaba. Tras tomar una curva un claro apareció en el bosque. Varias cabañas formaban un perímetro, dejando un espacio en el centro. Allí estaba situada una vivienda más lujosa, con más postín. Entramos en ella. Tomamos asiento alrededor de una mesa. He de decir que Pato se saltó ese paso, por motivos obvios. Porque ya estaba sentado, al ser paralítico. Por eso iba en silla de ruedas.

            -Está bien, Humano. Dinos sin rodeos para qué queréis ver al Rey –dijo Pato.
           
-Necesito un ejército –solté tras unos segundos de pausa, los de rigor para crear algo de tensión.

-¿Un ejército de castores? Qué diantres… ¿Para qué necesitáis cosa tal?

Les narré mis desventuras. Les conté todo, desde el momento en que una llamada cambio mi vida. Les enseñé el tatuaje que me había llevado hasta ellos. Asintieron a la vez, dándome a entender que ellos habrían hecho lo mismo en mi caso.

            -Y aquí estoy, intentando recuperar a mis hijos.

-Pero aún no nos habéis dicho por qué precisamente queréis castores para formar vuestro ejército, Humano. Es más, no sé para que necesitáis uno en primer lugar.

-Lo sé. Eso es porque todavía no os he enseñado el segundo tatuaje.

Me quité el abrigo esquimal y la camiseta que me había acompañado desde que abandoné el pequeño pueblo costero de Groenlandia. Ante los ojos de los castores apareció el majestuoso tatuaje que ocupaba toda mi espalda. El más nuevo de todos cuantos tenía. El más grande.

            -Entonces, ¿me llevaréis hasta vuestro rey?

Entonces, el joven castor habló:

-No hará falta. Ya estás ante él. Mi nombre es Pastor. Rey de Castoria. Humano, tendrás tu ejército

1 comentario:

  1. Magnífica primera temporada. Espero ansioso a que salga la segunda aunque tenga que descargármela de forma ilegal y en versión original. El capítulo 8 se excedió en lo poético, y en el 10 te falta una tilde, pero me gustó todo en general, aunque no haya entendido nada. Yo también quiero un poco de eso que fumas, por cierto.

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