O lo bien que queda
poner un título así
Es domingo. Por
el sol diría que son las 12 de la mañana. Por el viento en la cara diría que
estoy en un jodido barco en mitad del océano. No recuerdo nada de anoche, lo
cuál sólo puede significar una cosa: noche antológica. Los mejores recuerdos de
mi vida son los que no tengo. Puede parecer triste, pero a mí lo que me
entristece es la gente que no se divierte tan brutalmente como yo. “Party hard
y no mires con quien”, como decía mi padre. Para que os hagáis una idea de cómo
soy, tengo los brazos cubiertos de tatuajes y no recuerdo haberme hecho ninguno.
Cuando estaba en la universidad mi más entrañable pasatiempo era despertarme el
viernes a las cinco de la tarde como muy temprano y, con la misma ilusión con
la que un niño entra al salón de su casa el día de navidad, descubrir qué obra
de arte había estampado en mi piel guiado por mi subconsciente alcoholizado. Eso
en las noches más light. Así que despertar desnudo en la cubierta de un pequeño
pesquero no era una novedad para mí.
Supongo que no
estoy solo, pero no veo a nadie más. Oye, que igual cogí, me acerqué al puerto,
me introduje de un salto en el barco con gracia felina, apunté hacia mar
adentro, levé anclas, encendí motores y me puse a dormir mientras las hélices
hacían el trabajo duro. Ah, pero no. Aquí hay dos personas más. No los había
visto porque soy gilipollas y veo fatal, pero estaban aquí enfrente de mí. Paco
y Pepe, Pepe y Paco, quienes si no. Mi séquito. Mis leales escuderos. Dos
catetos para mí, su hipotenusa. Los dos repugnantes testículos para ese falo
majestuoso que vendría siendo yo. Ellos, por suerte, están vestidos. Menos mal.
Alabado sea el señor por librarme de la traumática visión que sería ver sus
desnutridos y obesos cuerpos, respectivamente, desnudos. Realmente son los dos
tirando a flaquillos. Paco tiene el pelo largo y pelusa por bigote. Pepe es
calvo. O al revés, yo no me fijo en esos detalles, no soy maricón.
Uno de los dos
está detrás del timón. El otro está vomitando por la borda. Novato. Parece que
el timonel intenta comunicarse conmigo. Le veo mover los labios, pero no le
puedo escuchar porque estoy pensando esto. Voy a parar.
Os lo resumo, que
estuvimos hablando un buen rato. Estamos yendo a Argentina. Resulta que ayer
les conté lo de mi plan, como tenía previsto. Enseguida nos vinimos arriba y
empecé a contarles datos que nos serían de ayuda para empezar la búsqueda. Como
estaba totalmente borracho la mitad de lo que decía era mentira, así que en vez
de sugerirles empezar por el hospital donde sabía que habían nacido mis tres
pequeños, les conté no se que historia de mafias internacionales de robo de
bebés, ajustes de cuentas, dragones y algo de sexo. El caso es que ataron esos
cabos imaginarios y dedujeron que todas las pistas guiaban a un mismo lugar:
los andes. Una vez que me contaron eso, estuve tentado de tirar del equivalente
marino del freno de mano y dirigirme de nuevo hacia la costa para hacer las
cosas con algo de sentido común. Pero pensándolo bien, la sola idea de ir al
hospital y enfrentarme a los kilómetros de papeleo que supondría reclamar a mis
hijos me aburría soberanamente. Así que me callé, les felicité por su
perspicacia y me dejé llevar. Al fin y al cabo, un viaje en barco a Argentina
no es algo que se haga todos los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario