Tenía 21
años el día que cumplió 22. Se despertó temprano, como siempre.
El reloj apenas marcaba las dos de la tarde. Salió de su habitación
y se metió en la alacena debajo de la escalera. Era allí donde
fingía dormir cada 16 de octubre. Desde los 11 años esperaba una
carta, pero ésta nunca llegaba. “Este año sí”, pensaba. “Los
dos patitos son mágicos, este año llegará”, se decía. Como
realmente en su casa no había ninguna alacena debajo de la escalera,
porque para empezar no había escalera, se metió en la despensa y se
sentó sobre una farrapeira. Una limpia, no de las que usaban las
perras para dormir. Cerró la puerta como pudo y encendió la luz.
Después la apagó porque se dio cuenta de que estaba fingiendo
dormir. Tenía que engañar a esos astutos magos. Sacó el móvil,
abrió el Twitter y escribió: “Qué mal se duerme en mi alacena el
día de mi cumpleaños @hogwarts_school.”. Se rió de la brillantez
de su plan. “Muajajaja. Muajajajajaja. Muajajajajajaja. Guau, guau.
Calla Lúa”. Siguió esperando pacientemente durante un largo
minuto. Abrió la puerta un poquito, se asomó y la volvió a cerrar.
Creía haber escuchado algo. “Son ellos”, pensó. “Muajajajajaja
achús. Maldito polvo de despensa”. ¿Polvo mágico, quizás? Pasó
la mano por uno de los estantes, dejando una estela de limpieza y
llevándose consigo litros y litros de polvo mágico (unidades
internacionales). Cerró los ojos y sopló. También pedía un deseo
al mismo tiempo. Y respiraba. Y más cosas, pero tampoco me voy a
poner a describir todas y cada una de las cosas que pasaban en ese
instante de tiempo. Justo en el mismo momento en que la última mota
de polvo abandonaba la palma de su mano derecha, pasaron doce
segundos y un papel se deslizó mágicamente por debajo de la puerta.
No tenía membrete (porque no sé lo que es). Estaba en blanco.
Menuda decepción. O quizás había un mensaje, un mensaje secreto...
Rebuscó entre las cosas que se amontonaban allí dentro y encontró
lo que quería. ¡Limón! ¡Un limón! Un limón, para los que no lo
sepáis, es una fruta así como amarilla que cortas a la mitad y
después cortas una rodaja y la pones en la Coca-Cola. Pero también
tiene otra función. Cortó el limón con un cuchillo, exprimió un
poco sobre la hoja y lo extendió con la mano. Si el mensaje había
sido escrito con tinta invisible, el limón desvelaría el texto.
Cogió la hoja por las esquinas superiores y sopló para acelerar el
proceso. Nada. A no ser que... Le dio la vuelta a la hoja. Allí
estaba el mensaje oculto. “So clever”, pensó. “Damn, you
magicians”, dijo esta vez en alto. Comenzó a leer. Siguió
leyendo. Acabó de leer. Salió de su estúpido escondite, por
llamarlo de alguna forma. Recogió el imán que había en el suelo y
pegó el papel de nuevo a la nevera, el sitio al que pertenecía, y
del que una caprichosa corriente de aire había arrancado y
transportado a lo largo de la cocina hasta la despensa.
“Tienes
pasta en la nevera de abajo. Saca el pan del congelador. Recoge la
cocina. Ten cuidado al cruzar la calle. No cojas caramelos de
desconocidos. Fdo: tu madre”.
Otro año más igual, otra nueva decepción. Pero por lo
menos tenía la comida hecha.
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