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martes, 16 de octubre de 2012

16 de octubre


Tenía 21 años el día que cumplió 22. Se despertó temprano, como siempre. El reloj apenas marcaba las dos de la tarde. Salió de su habitación y se metió en la alacena debajo de la escalera. Era allí donde fingía dormir cada 16 de octubre. Desde los 11 años esperaba una carta, pero ésta nunca llegaba. “Este año sí”, pensaba. “Los dos patitos son mágicos, este año llegará”, se decía. Como realmente en su casa no había ninguna alacena debajo de la escalera, porque para empezar no había escalera, se metió en la despensa y se sentó sobre una farrapeira. Una limpia, no de las que usaban las perras para dormir. Cerró la puerta como pudo y encendió la luz. Después la apagó porque se dio cuenta de que estaba fingiendo dormir. Tenía que engañar a esos astutos magos. Sacó el móvil, abrió el Twitter y escribió: “Qué mal se duerme en mi alacena el día de mi cumpleaños @hogwarts_school.”. Se rió de la brillantez de su plan. “Muajajaja. Muajajajajaja. Muajajajajajaja. Guau, guau. Calla Lúa”. Siguió esperando pacientemente durante un largo minuto. Abrió la puerta un poquito, se asomó y la volvió a cerrar. Creía haber escuchado algo. “Son ellos”, pensó. “Muajajajajaja achús. Maldito polvo de despensa”. ¿Polvo mágico, quizás? Pasó la mano por uno de los estantes, dejando una estela de limpieza y llevándose consigo litros y litros de polvo mágico (unidades internacionales). Cerró los ojos y sopló. También pedía un deseo al mismo tiempo. Y respiraba. Y más cosas, pero tampoco me voy a poner a describir todas y cada una de las cosas que pasaban en ese instante de tiempo. Justo en el mismo momento en que la última mota de polvo abandonaba la palma de su mano derecha, pasaron doce segundos y un papel se deslizó mágicamente por debajo de la puerta. No tenía membrete (porque no sé lo que es). Estaba en blanco. Menuda decepción. O quizás había un mensaje, un mensaje secreto... Rebuscó entre las cosas que se amontonaban allí dentro y encontró lo que quería. ¡Limón! ¡Un limón! Un limón, para los que no lo sepáis, es una fruta así como amarilla que cortas a la mitad y después cortas una rodaja y la pones en la Coca-Cola. Pero también tiene otra función. Cortó el limón con un cuchillo, exprimió un poco sobre la hoja y lo extendió con la mano. Si el mensaje había sido escrito con tinta invisible, el limón desvelaría el texto. Cogió la hoja por las esquinas superiores y sopló para acelerar el proceso. Nada. A no ser que... Le dio la vuelta a la hoja. Allí estaba el mensaje oculto. “So clever”, pensó. “Damn, you magicians”, dijo esta vez en alto. Comenzó a leer. Siguió leyendo. Acabó de leer. Salió de su estúpido escondite, por llamarlo de alguna forma. Recogió el imán que había en el suelo y pegó el papel de nuevo a la nevera, el sitio al que pertenecía, y del que una caprichosa corriente de aire había arrancado y transportado a lo largo de la cocina hasta la despensa.
Tienes pasta en la nevera de abajo. Saca el pan del congelador. Recoge la cocina. Ten cuidado al cruzar la calle. No cojas caramelos de desconocidos. Fdo: tu madre”.
Otro año más igual, otra nueva decepción. Pero por lo menos tenía la comida hecha.

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